Herman Melville y el origen de su épica
Si 2018 fue el año de Frankenstein, el 1 de agosto arrancará el 200 aniversario del nacimiento del autor estadounidense, creador de otra de las criaturas más temidas y amadas de la literatura: la ballena blanca “Moby Dick”
Cuando Herman Melville (1819-1891) escribió “Moby Dick”, lejos estaba de pensar en convertirse en un clásico de la literatura en su país y mucho menos a nivel universal; tampoco que sentaría las bases de la novela moderna estadounidense, a partir de una mezcla de vitalismo y cultura literaria pocas veces vista y casi nunca replicada; el público no lo favoreció de inmediato y la crítica lo llegó a tildar de mediocre, sin embargo, el tiempo le hizo justicia y le dio su lugar en la historia.
Su obra, conformada también por poesía y ensayo, lo convirtió en un autor fundamental de la literatura moderna y, en particular, de la escrita en lengua inglesa; un escritor que entre sus aciertos tuvo el de construir personajes que se fijan en la memoria de las generaciones, y un hombre indisolublemente ligado a su obra cumbre: “Moby Dick” (1851), publicada cuando apenas tenía 32 años de edad.
Melville nació en Nueva York, el 1 de agosto de 1819; era el segundo de tres hermanos, hijo de un importador de productos europeos que vino a menos y que moriría en circunstancias poco claras cuando Herman tenía apenas 14 años. Cuentan que el suceso obligó a la familia a mudarse a Albany y a los hijos mayores a trabajar para sacar adelante el hogar.
Se sabe que Herman fue empleado de un banco e incluso maestro rural, dado que aun sin estudios oficiales tenía una amplia cultura. En medio de ello, desempeñó diversos oficios hasta los 18 años, cuando decidió hacerse a la mar en una embarcación mixta (de pasajeros y de carga), en una experiencia que podría considerarse común a los jóvenes de la época, ávidos de aventura.
Su primera travesía fue al puerto de Liverpool, del que regresó para buscar en vano una actividad que lo complaciera en tierra; luego se volvió a embarcar en un ballenero donde permaneció año y medio hasta que desertó y cayó en manos de una tribu caníbal que lo vendió a otro ballenero, para entonces continuar su viaje por las islas del archipiélago, hasta que se enroló en una fragata de la marina de su país, en la que regresó a Boston en 1844. Casi cuatro años después de iniciada la aventura.
De vuelta a tierra firme y desempleado, decidió sacar provecho a sus aventuras y de ahí surgió “Typee”, un libro que le dio fama inmediata e ingresos. Vendrían luego “Omoo” y “Mardi”, sobre los Mares del Sur, pero su estilo alegórico y muy enciclopédico no lo ayudó con la crítica.
Su fracaso lo llevó a colaborar en una revista literaria y a devorar variedad de libros, especialmente la Biblia y los de William Shakespeare, lecturas que habrían de reflejarse en sus siguientes libros, en especial en “Moby Dick”, que escribió entre 1850 y 1851, tras un viaje a Inglaterra, y que narra la historia del barco ballenero “Pequod” y la autodestructiva obsesión del capitán Ahab por matar un cachalote blanco. Ese aparentemente simple argumento habría de esconder una gran metáfora sobre el mundo y la naturaleza humana, al abordar la incesante búsqueda del absoluto que siempre se escapa y la dualidad del bien y el mal presente en el hombre de todos los tiempos.
Un milagro literario
Para el narrador y ensayista mexicano Héctor Orestes Aguilar, Herman Melville es uno de los grandes autores de la prosa en inglés a quien no se le puede escatimar mérito alguno, porque si bien “Moby Dick” le ha dado una estatura mítica, es el conjunto de su obra lo que lo ha colocado junto con Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y James Fenimore Cooper, en un lugar fundacional de las letras estadounidenses.
Hay que decir que, sin duda, es la primera gran novela norteamericana en términos de un proyecto narrativo moderno, de un autor que se conserva muy enraizado a ciertos rasgos decimonónicos, a tradiciones del naturalismo narrativo y del romanticismo poético del siglo XVIII, que en él no tienen una ruptura sino más bien una síntesis.
En este libro, Melville tiene méritos invaluables, uno de ellos, quizá el más comentado y elogiado, es el de ser un punto de encuentro entre la tradición bíblica y la tensión shakespeariana y la gran obra en lengua inglesa, y ser el punto en el que convergen William Shakespeare y la Biblia es un milagro que no volverá a repetirse, al menos de la misma manera.
Es cierto, acota, que la novela puede tener imperfecciones, porque él no era un lector sistemático, escrupuloso ni puntilloso; no planeaba sus obras a la perfección, porque había sido marinero y cuando escribe su obra la mayor parte de su vida la había pasado como un hombre de acción, por eso no busca una perfección estética. Pueden encontrarse detalles menores, sin embargo, no representan un obstáculo para el disfrute ni van en detrimento de la calidad épica de la novela.