Exploraciones literarias sobre el miedo
La escritora Sandra Lorenzano lanza “El día que no fue”, novela breve en la que el amor, la separación, el miedo, la memoria y el pasado forman parte de sus líneas narrativas
La escritora Sandra Lorenzano publicó este cierre de año la novela breve “El día que no fue”, dentro del sello editorial Alfaguara. El texto está escrito en diferentes capas donde el amor, la separación, el miedo, la memoria y el pasado forman parte de las líneas narrativas que expone la autora.
Sobre sus motivaciones y el origen para escribir su más reciente lanzamiento literario, Lorenzano platica: “Tiene varios orígenes. Parte de una situación de miedo personal, íntima. Tuvo que ver con una situación que me hizo sentir un miedo contra la agresión. Me puso a pensar en otros miedos, pues el miedo actualiza otros miedos anteriores, incluso miedos heredados, como mi abuela y los pogromos de la Rusia zarista: todo eso que llevamos en el ADN. Algo importante fue darme cuenta de que había pasado situaciones de miedo (la dictadura argentina, el exilio, la desaparición de mi tía, el miedo de las mujeres en este país). Eso me llevó a hacer consciencia: más que el miedo, lo que marca es la sobrevivencia contra el miedo. Se logra vencer estos miedos y ser sobrevivientes. Esta novela nace de eso muy íntimo y se creció en una suerte de espiral para abarcar otras historias. Era importante decir que vivimos en un país con más de 200 mil muertos, 40 mil desaparecidos. De lo personal se pasa a lo comunitario y social. Me gusta mucho recordar una historia de Anna Ajmatova, la poeta rusa; ya siendo una poeta prohibida en el estalinismo, con sus libros fuera de circulación y su marido enviado y muerto en Siberia y el hijo preso, ella se formaba en la cárcel y una mujer la reconoció: ‘¿Usted puede contar todo esto?’, le dijo. ‘Sí, puedo’, contestó. La sociedad mexicana nos está demandando contar esto. Tenemos la responsabilidad ética de decir ‘Puedo’. Somos testigos de esto que sucede. Somos la posibilidad de sumar voces a esto que contamos”.
-Fue creciendo la novela y pasada la mitad del libro comienzan a aparecer fotografías, un vínculo con la realidad.
-Tampoco quise desde el principio que apareciera con tanta claridad, quería que la historia central, la del desamor, fuera cobrando fuerza. Una vez que estaba claro que iba por allí empecé a meter los otros elementos. Es un corte en la historia principal. Incluir las fotos e incluir poesía me gustó, es un poco salir del modelo más convencional de novela. En realidad cuando uno tiene que contar realidades nuevas (aunque el horror no es nuevo) se requiere pensar de otra manera y contar de otra manera. Creo que están pasando cosas muy interesantes en la literatura mexicana en este momento, novelas y crónicas, hay un trabajo excepcional. Es encontrar en la lengua nuevos caminos para contar.
-Mencionas la poesía que aparece entre la prosa, pero también dentro de la prosa hay momentos de poesía, fragmentos donde está presente.
-Me interesa mucho el trabajo con el lenguaje. Tanto narrativa como poesía lo escribo con la misma sensación de que se tiene que ir al fondo más profundo de uno mismo para sacar el lenguaje más honesto. Sabemos que solo la poesía puede rozar lo inefable del horror. Quizá solamente a través del lenguaje poético se puede hablar del horror sin repetir las historias, tratando de decirlas de una manera distinta a la periodística. No se trata de eso, sino de construir qué pasa dentro de nosotros mismos cuando sabemos que caminamos sobre cadáveres.
-Sobre ir a lo más profundo de nosotros mismos, llama la atención en el caso de la abuela con el origen y que hay varias menciones a “volver a casa” (con un sentido menos físico y más como un espacio interior).
-Es así, la casa es más un lugar simbólico que un lugar real. En antropología dicen que la nación es un lugar imaginado, y siempre digo que el hogar es también un lugar imaginado. Está más allá de uno, donde está la gente querida, la gente que nos resulta cercana. Yo vivo en la Ciudad de México, mi familia vive en Buenos Aires, mi hija en Londres. Al mismo tiempo esta es mi casa, desde donde tomo la llamada: es el lugar donde siempre vuelvo y me hace feliz volver. Es el lugar donde puedo construir este espacio con mis cosas queridas, que no son objetos: memorias, voces. Hay una parte muy linda en ‘Léxico familiar’ de Natalia Ginzburg: hablamos con nuestros ausentes a cuestas, dice. Lo que vamos diciendo también cuenta. Es lo que se recupera en casa.
-Mencionas a Natalia Ginzburg. En la novela también está presente Margo Glantz.
-Siempre digo que es la escritora más joven de México: siempre arriesga, siempre va más allá, hace nuevas propuestas con cada libro. Me parece una maestra para todos. Además fue mi maestra en la UNAM. Admiro su trabajo académico y literario. Siempre me emocionó mucho que cuando mis padres vivían en México mi madre leyó “Las genealogías” y dijo “¡Qué increíble!, es la historia de nuestra familia, pero en México”. El viaje de la familia desde Rusia a América. Los padres de Margo pudieron haber terminado en Argentina o mis abuelos en México.
Participa en clubes de lectura
Sandra Lorenzano nació en Buenos Aires; radica en México desde 1976. Ha publicado “Vestigio” y “Herencias”, dos poemarios, además de las novelas “Saudades”, “La estirpe del silencio” y “Fuga en mí menor”. El plan con su nueva novela y Guadalajara es venir a comienzos de 2020 “para platicar con los clubes de lectura que tienen en esta ciudad, son maravillosos. Lo he hecho con las otras novelas y la respuesta es increíble, eso enriquece”.