La increíble y triste historia de José Maldonado y el hada de Guadalajara
En el 2011, antes de que existiera el término "viral", aconteció el escándalo en Guadalajara ante la supuesta aparición de un hada en Oblatos. Esta es la historia de José Maldonado y su polémico "hallazgo"
"Esta mañana, vecinos de la colonia San José Río Verde de Guadalajara se muestran asombrados por el supuesto hallazgo de un hada que se muestra a los curiosos en una casa de la zona..."
Así reportó la noticia el Informador, el 10 de agosto del 2011.
José de la Luz Maldonado no sospechó nunca que el milagro efímero de aquella tarde habría de cambiarle la vida para siempre. Era un joven de 23 años, diestro en las artes de la albañilería, y no creía mucho en los asuntos del otro mundo hasta la hora de su desdicha en la que una luz entre los árboles atrapó su mirada. Al principio pensó que era una luciérnaga. Sólo cuando se acercó lo suficiente y encontró entre las hojas y los frutos del guayabo algo que estaba más allá de su comprensión y de la lógica de la vida misma, comprendió la magnitud de su error.
Lo identificó al instante como una señal de su padre, que había muerto muchos años atrás. Motivado por esa inspiración, José Maldonado quiso capturar aquel prodigio escurridizo, pero al intentar hacerlo le dio muerte. Lo acunó entre sus manos, todavía palpitante, todavía emanando aquella luminiscencia sobrenatural como un corazón moribundo, y lo llevó a su casa con la inspiración de quien carga el tesoro más preciado de la Tierra.
Era un hada. Tenía el mecanismo perfecto de unas alas de insecto que brotaban como flores de su espalda, y la figura indiscutible de una mujer, pero reducida a un tamaño minúsculo: el cadáver más pequeño y triste del mundo. No obstante, su huida intempestiva terminó por cercenarle la pierna, y quedó como una figura desbaratada que nada tenía que ver con el prodigio luminoso que José Maldonado encontró entre los guayabos. Para eternizarla, y redimir también su sentimiento de culpa, José la colocó dentro de un frasco de formol.
Con esa acción simple condenó su destino. No pudo conservar el secreto de su tesoro, y tampoco era posible que algo semejante no fuera de dominio público en los ámbitos de San José Río Verde, una colonia a un costado del Periférico y de la Barranca de Oblatos, y donde las intimidades personales eran asunto de todos. Poco a poco, ávidos de atestiguar en carne propia el milagro, los curiosos comenzaron a llegar a casa de los Maldonado, y sus dudas iniciales se desvanecieron en el instante en el que contemplaron el cuerpo diminuto y femenino flotando en su pecera de formol. A nadie le quedó duda: era un hada.
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La noticia de que un joven de 23 años tenía a un hada cadavérica para contemplación y regocijo de los indiscretos, en la colonia San José Río Verde, y en una ciudad desangelada, se desperdigó de un modo en que nadie pudo concebir. De pronto José Maldonado se encontró perdido dentro de su propia casa, y no sólo en su propia casa, sino que dejó de reconocer la calle que caminaba a diario en medio de tantos curiosos que llegaron de todos lados, y que formaban filas kilométricas que le daban la vuelta a la manzana, impenitentes al sol de Oblatos con tal de ver el milagro de la fémina alada y microscópica corrompiéndose en su esfera de formol.
Muchos de ellos estaban motivados por la burla, por la incredulidad, por la simple gracia del arguende, pero al salir de la casa de los Maldonado regresaban en estado de gracia, pasándose las manos por los cabellos, atrapados en risas nerviosas, y envueltos en conversaciones escépticas por lo que acababan de ver. Al final, era la misma conclusión contundente: el muchacho albañil había atrapado un hada de verdad.
Cuando José descubrió que incluso había personas que cometían el descalabro de esperar por más de tres horas al azote del sol, recurrió a su ingenio, y fijó turnos, estableció horarios, estipuló cuotas comprensibles para todos aquellos que quisieran admirar a su hada, y creó un comercio sin límites en torno a su tesoro grande. Así terminó por definir su porvenir. La gente accedió sin réplicas. Había un importe voluntario para acceder a la casa, un monto para los que quisieran tomarle foto, otro precio para los que quisieran contemplarla más de cerca, un costo adicional para llevarse su imagen impresa en playeras y llaveros, y una cuota de recuperación para limpiar el desbarajuste que dejaban los curiosos que venían de todas partes como si se tratase de una peregrinación religiosa.
El hada de San José Río Verde, y el pandemónium en Guadalajara
El hada de Oblatos alcanzó tanta relevancia, que también llegó a los académicos de la Universidad de Guadalajara, y a las intransigencias de los medios de comunicación. Una investigadora del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades indicó que el recurso a creencias mágicas “es una respuesta cómoda de la gente ante lo crudo de los problemas sociales”. Fuera de la casa de los Maldonado se congregaron reporteros, camarógrafos y periodistas con sus preguntas insidiosas, quienes a su vez reprodujeron en los periódicos y los televisores de la ciudad la imagen del hada maltrecha, y José accedió a otorgarles entrevistas exclusivas.
Los medios dijeron que cerca de tres mil personas atestiguaron a la fémina de dos centímetros, prisionera para siempre en el universo de cristal de su pecera de formol, y a su vez eternizaron a José en la primavera fugaz de su gloria. Así apareció, con un cigarro detrás de la oreja, con una jerga callejera única en el mundo, y la barba incipiente de sus 23 años.
-Es que lo que pasa -explicó José, en entrevista-, es que andaba arrancando guayabas pa aventarles a mis amigos, pues, y pues estaba ahí agarrando un puño para llenarme las bolsas, y volteé así como pa un lado y me dio un centellito pues, como cuando ponen un vidrio en la luz… y se apaga. Y pues así pues, se me hizo muy raro pues, y le tiré el agarrón y pues miré y cuando abrí la mano miré como a un animalito y dije “ay, un hada madrina”. Sí, yo le arranqué hasta un pie cuando la quise parar. Mi mamá la vio con movimiento y varias gentes de aquí, vecinos, que la vieron y hasta decían: no-no-no-no… decían que hasta se desmayaba la gente al verla.
José Maldonado se sintió en la cima del mundo. Nunca la vida le había sonreído tanto, y jamás esperó que alguna vez pasara de ser un simple albañil a que su rostro apareciese de pronto en los medios más importantes de la ciudad. Lo que entonces no alcanzó a comprender es que su milagro estaba marcado desde el principio y para siempre por la sombra más grande de la desdicha, y que la fama de su hada no sólo estaba sustentada en la maravilla, sino también en el descrédito.
Por aquellos días, un personaje compartió -y se aseguró que todo el mundo lo supiera- que el hada fantástica de José Maldonado no era sino una figura de plástico, manufacturada en China, basada en una superheroína de los X-Men, y que además podía conseguirse por menos de diez pesos en cualquier tianguis de la ciudad. Fue el principio del fin. La indignación corrió al instante entre quienes hacía apenas unos días juraron por sus madres en el cielo que habían visto a un hada legítima. Cuando compararon las imágenes del hada de José Maldonado con el artilugio de plástico barato, se sintieron estafados y exigieron de inmediato la devolución de su dinero.
El fin del milagro
La Procuraduría del Estado instó a los miles de inconformes a levantar una denuncia formal, que en todo caso no se concretó jamás debido a que las cantidades que muchos reclamaban no pasaban de tres pesos. “Es un tema que no lo habíamos platicado aquí, pero creo que si hay la posibilidad de que si hay personas afectadas y puedan presentar una denuncia, pudiéramos verificar a ver si hay un fraude en contra de alguien. Creo que fue un tema muy ‘chusco’ y salió a la luz pública y se está aclarando”, informó en una rueda de prensa el entonces procurador Tomás Coronado Olmos. Bastaron unas horas y unos días para que la fama estratosférica del hada de San José Río Verde se derrumbara en un estrépito de estafa.
Las cosas se encaminaron a un desenlace trágico. De ser el joven más admirado de San José Río Verde, José Maldonado pasó a ser el más repudiado, al grado que pronto le pusieron el apodo de “Pepe el Hada”, y el mundo entero le dio la espalda. Algo debió de pasar dentro del corazón de José, algo irremediable, algo que nadie supo nunca, algo que debió cambiar hasta la raíz su visión del mundo, pero la cuestión es que no le dio la cara a nadie. De pronto se vio atrapado en una existencia de proscrito en el lugar donde había vivido desde niño y que quería con el alma.
Lo que no esperó nunca es que también su vida pudiese correr peligro, de modo que no consideró legítimas las amenazas que llegaron en su contra. Una noche de septiembre, seis años después de aquel crepúsculo de infortunio en el que vio un destello entre los guayabos, José Maldonado salió de su casa y se dirigió a la tienda, donde compró lo necesario para la cena. En esas estaba, cuando un coche repentino y de ningún lugar apareció de pronto en la calle, le cerró el paso, y del interior del vehículo emergió una ráfaga de diez disparos certeros que espantaron a los pájaros de la noche y desbarataron el cráneo de José.
José Maldonado quedó tendido en el suelo sobre el charco de su propia sangre, entre los huevos despedazados y el birote recién horneado, y sin que la vida le concediera un último instante de piedad para contemplar a su hada cautiva para siempre en la eternidad de su frasco de formol.
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FS