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Una vida entre los muertos
Mario Rivas Souza, pionero de la medicina forense, lleva 60 años examinando cadáveres. Para él, lo más importante es obrar honestamente, así los difuntos nunca regresan por cuentas pendientes
“Hay veces que me han venido a preguntar que si no me ha hablado algún muerto. Pues no, hasta ahorita no”, recuerda en su oficina del Servicio Médico Forense (Semefo), el cual dirige actualmente. Ahí, supervisa los estudios necrológicos de los muertos que llegan hasta con 42 balazos.
“El otro día me trajeron uno que traía 42 balazos”, dice el médico, y cuestiona: “¿Cuál es el objeto de gastar 42 balas para darle a una persona? Con una tiene. No necesita más”.
Mario Rivas Souza ha trabajado siempre entre cadáveres, pero no nació un Día de Muertos, sino un Día de la Madre: el 10 de mayo de 1926, en Guadalajara. Es el forense con más experiencia en México, pues desde el 1 de marzo de 1953, a escasos meses de haberse recibido como médico, comenzó a trabajar en el Semefo. “Antiguamente se hacían las autopsias en el lugar donde yo tengo el incinerador, en el crematorio. Ahí se ponía la planchita y se ponían a los muertos a los cuales se les iba a hacer la autopsia por el orden del Ministerio Público. Y pues estoy aquí todavía”.
El galeno tiene más de una veintena de cargos a cuestas: director de diversas instituciones de salud públicas y privadas, miembro de consejos, académico y hasta regidor tapatío. Una Cruz Verde y un auditorio ya llevan su nombre. Ha ganado varios premios y reconocimientos, el más reciente, el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara (UdeG). Tiene cinco hijos que procreó con su esposa, a quien se unió hace medio siglo.
Su pasión por el trabajo continúa a sus 87 años. Además de dirigir el Semefo, el doctor actualmente da clases de Medicina Legal a estudiantes de Medicina y Derecho. Explica que junta a ambos tipos de alumnos porque a pesar de que la ejercen los doctores, “los que le sacan provecho son los abogados”.
“Cuando yo empecé a ser médico forense no había especialistas: era el director del Hospital Civil el que hacía las autopsias. A mí me tocó fundar la especialidad en la Escuela de Medicina”.
Dice que nunca ha sentido miedo. Desde que era estudiante, mostró interés por los difuntos. “Aquí (en el Semefo) estaba la escuela de Medicina, entonces estábamos en las disecciones, con los cadáveres que traían a la escuela, y llegaba uno y pasábamos a ver lo que tenía, nomás de curiosos”.
Sobre la crisis de violencia e inseguridad que azota a la sociedad mexicana, considera que las miles de muertes acumuladas a lo largo de los últimos siete años muestran un cambio muy evidente entre las formas de asesinar de ayer y hoy. Ahora la mayoría de los caídos son balaceados, mientras que antes eran exterminados casi siempre por arma punzocortante. “Antes la gente traía cuchillos, ahora traen pistolas o traen un R-15. También han aumentado notoriamente los suicidios”.
El doctor está al pendiente de las estadísticas. Conoce la muerte y sus causas físicas, así como la evolución del fenómeno criminal. Dice que no todo es como lo pintan en los medios de comunicación: “No creas tú todo lo que dicen en muchas notas, que los camioneros matan y dañan mucha gente. Sí hay muertos, pero son más los que atropellamos quienes andamos en el carro”.
También entiende el duelo de los seres queridos que pierden a alguien antes de tiempo. No en vano ha pasado la vida dando resultados de autopsias. Señala una fotografía colgada en la pared de su oficina blanca: es el rostro de una familia doliente, una esposa y unos hijos que acaban de perder al padre: “Ve la cara de tristeza que tienen al estar viendo el cadáver. Esa fotografía me la regalaron. Aquella que está allá (apunta hacia uno de los personajes) tiene un niño al que le está metiendo el dedo en la boquita para que no chille, el carajo muchacho”.
En su opinión, el Día de Muertos es un reconocimiento al luto que todos tenemos que pasar. “Lo hemos convertido en fiesta, y ahora está eso de que se visten de catrinas, algunas muy elegantes. Me parece que eso es lo que ha estado pasando, la evolución que ha tenido (la festividad)”.
La muerte que no es una fiesta
Pero la muerte real difícilmente es elegante, menos cuando las personas se han extinguido a causa de un arma o un accidente. Y la resolución de sus casos, si se trata de un crimen, tampoco es ninguna fiesta, sino un minucioso procedimiento científico. “Nosotros necesitamos que nos traigan el cuerpo como lo encuentran. Muchas veces hay que lavarlo, bañarlo, ver las heridas: si son de proyectil, si son de entrada o de salida, ir describiendo una por una sus trayectorias”.
Los forenses tienen que trabajar en una crudeza que muchas personas no podrían soportar. A veces, algunos occisos llegan en grave estado de descomposición. “Eso depende de la temperatura, del clima. Por ejemplo en verano, en la época de calor, se descomponen más fácilmente que en la época de invierno. Cuando se queda tirada en la calle una persona, tarda más tiempo en entrar en estado de descomposición que si se murió en su cama y lo traen luego para acá”.
La parte difícil no es manipular al difunto, aclara, sino dar un veredicto honesto ante las distintas presiones que pueda haber. “Yo procuro hacer las cosas con honestidad profesional. Es la parte más difícil del trabajo; eso les digo a mis alumnos. ¿Tú has visto que alguien me ataque por inmoral, por haber recibido un cinco? Nunca lo he recibido, nunca”.
Rivas Souza es célebre por haber practicado algunas necropsias a controvertidos personajes. Quizás la que más es la del cardenal Jesús Posadas Ocampo, quien fue asesinado en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara en 1993. La versión oficial del entonces procurador de la República, Jorge Carpizo McGregor, fue que se había tratado de una equivocación, de un fuego cruzado entre los cárteles rivales de los Arellano Félix y de Joaquín “El Chapo” Guzmán. El médico negó con pruebas esa afirmación, diciendo que los tiros que exterminaron a Posadas fueron directos, de frente, y no de espaldas, producto de una supuesta confusión.
Otra autopsia por la que es recordado es la que le hizo a Carlos Ramírez Ladewig, famoso por ser líder de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) cuando mantenía el control de la UdeG. “En ese entonces era director del Instituto Mexicano del Seguro Social. Lo asesinaron en una calle antes de donde está la Glorieta de los Niños Héroes. Ahí se paró, venía del Seguro, y ahí lo mataron. Él fue compañero mío, nomás que él se fue a leyes y yo a medicina, pero Carlos y yo fuimos amigos”.
Ante la pregunta de si fue difícil hacerle el procedimiento, responde: “No. Es mi obligación. Si algún día te dice alguien que yo dispensé una autopsia, no es cierto, yo no puedo; el que las dispensa es el agente del Ministerio Público”.
Los años le han valido de muchas experiencias. Ha tenido entre sus manos cuerpos que generan muchas lágrimas y dolor. Para él, la clave está en el profesionalismo, algo que intenta inculcar en sus alumnos: “Quisiera que vinieran un día a mi clase, para que vean cómo se portan: no hay gritos, no hay discusión ni faltas de respeto. Él que a veces dice chistes soy yo, para que se compongan tantito”.
Desde que Mario Rivas Souza comenzó a ejercer, las cosas han cambiado en muchos sentidos: ya hay más profesionalización, más conocimiento acerca de los procesos de las ciencias forenses —popularizadas por series norteamericanas de televisión— y también hay más cadáveres que caen por la violencia. No obstante, en esencia, la muerte sigue siendo la misma: “Es la suspensión definitiva de las grandes funciones del cuerpo humano, como es la respiratoria, cardíaca y digestiva. Desaparecen todas esas cosas y entonces aparecen los signos de la muerte”.
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