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Un equilibrista en la carrera por la Casa Blanca

En las primarias se unió a la espiral ultraconservadora del partido republicano, y en los debates ha sido dialogante y constructivo. La pregunta es la misma: ¿Quién es Mitt Romney?

GUADALAJARA, JALISCO (28/OCT/2012).- La moderación y el equilibrio no suelen ser valores socialmente denostados. Por el contrario, tanto para el político como para el ciudadano, los matices y la búsqueda del consenso son fundamentales en una sociedad democrática. Sin embargo, el Partido Republicano nos ha demostrado reiteradamente lo opuesto: la bravuconería, el asalto a la razón y el extremismo son premiados como cualidades atractivas para un electorado partidista que huele sangre y ataca, que ve en Barack Obama a un Presidente que no representa los valores tradicionales de la sociedad estadounidense. Mitt Romney, durante meses, cayó entero en este juego del extremismo y la incoherencia; la carrera por la candidatura de la derecha en Estados Unidos lo llevó a construirse una identidad antimigrante, marcadamente conservadora e ideológicamente casi libertaria. Es cierto, luchar codo a codo con dos peces gordos del conservadurismo republicano, Newt Gingrich y Rick Santorum, lo ha dejado como el liberal, y el votante republicano todavía no lo ha bautizado como un “verdadero conservador”.

Y, a pesar de todo, ante los peores augurios electorales tras la convención republicana en agosto, Romney sigue ahí, en batalla.  El candidato republicano a la Casa Blanca es lo más parecido que tenemos a un equilibrista. Si el juego en la política de los Estados Unidos es buscar al votante independiente, de centro, sin descuidar a tus bases partidistas más proclives al endurecimiento ideológico, Romney ha sabido cómo posicionarse estratégicamente. Siempre supo que las primarias serían un lastre, tanto para el recuerdo de su administración como gobernador proclive a tomar medidas progresistas en el liberal Estado de Massachusetts como para su posibilidad de captar a los indecisos. Sin embargo, tras un inicio frío durante agosto y la mitad de septiembre, donde las apuestas en EU le daban a Barack Obama una probabilidad de relegirse de 75%, ha remontado y actualmente está técnicamente empatado en intención de voto con el  presidente y avanza en los llamados estados claves como Ohio y Florida, donde se definirá la elección.

Su golpe mediático fue el primer debate. Ante un Obama displicente, timorato y poco convencido, Romney atacó profundamente su gestión económica, el reconocido “Talón de Aquiles” del presidente. Se vio a un republicano retador y con los tamaños de proponer una política económica alternativa. En ese primer debate, Romney se movió al centro y abrazó el pragmatismo. Se distanció de aquel Romney sobreideologizado de las primarias y defendió sus resultados económicos como gobernador y su capacidad para poner a dialogar en la misma mesa a demócratas y a republicanos. La prensa americana lo dio como el ganador por unanimidad, lo que lo llevó de vuelta a la competencia tras un comienzo con muchos errores como la célebre crítica al 47% de los americanos que sólo espera ayudas del Estado. En términos generales, si atendemos a la trayectoria de Romney, podemos ver que la moderación ideológica y el pragmatismo son más recurrentes que los debates doctrinarios. El segundo y el tercer debate también avalan esta inclinación centrista del candidato republicano.


El camino a la presidencia


Fue precandidato presidencial en 2008 y perdió con un John McCain que atravesó por una coyuntura similar a la que vivió  Romney en las primarias: no fueron vistos como precandidatos lo suficientemente cargados a la derecha. En aquellos años, el derrotado candidato republicano McCain, logró aglutinar a la base conservadora a través de la nominación de Sarah Palin como candidata a vicepresidente, lo que le dio credibilidad entre los votantes más duros del republicanismo. La elección de Paul Ryan como su compañero de fórmula, responde precisamente a este mismo objetivo, cohesionar a su base conservadora en torno a una figura política que ha hecho del radicalismo fiscal su bandera de ataque al presidente Obama.  Así, el hecho de que el “Tea Party” haya logrado durante más de dos años que el debate en Washington se incline hacia la derecha y hacia los valores americanos, ha provocado que Romney tenga que transformarse constantemente.

Su gestión como gobernador de Massachusetts evidencia su apego a algunas de las posturas tomadas por el Presidente Obama. Por ejemplo, Romney promovió una reforma estatal al sistema de salud con características similares a la de Obama, hecho que le ha debilitado su posibilidad de criticar una de las políticas públicas que los republicanos han tomado como ícono de la “gestión socialista” y “estatista” del presidente número 44 de la historia de Estados Unidos.

Hace algunas semanas, el semanario inglés The Economist, una de las revistas con más circulación a nivel mundial, publicó un artículo donde se preguntaba si Romney podía ser el siguiente “CEO”, el próximo administrador del país. El símil con la actividad empresarial no es una simple analogía, sino la formación de Romney en el sector privado. Romney fue presidente de American Motors, una de las compañías de automóviles más importantes del país. Y es que nació en una familia sui generis: su padre fue gobernador de Michigan y tiene un pasado que lo vincula a México. Un aspecto que no cae también entre los ideólogos más “puros” del Partido Republicano. Su padre, George Romney, nació en Chihuahua y tuvo que huir a Estados Unidos tras el estallido de la Revolución Mexicana en 1910. Así, en caso de que Romney llegue a la Casa Blanca, se convertiría en el primer presidente de los Estados Unidos con algún origen mexicano.

La historia de Romney está íntimamente vinculada a su fervorosa identidad religiosa que ha tenido que esconder en campaña, ya que es la primera vez en la historia que el Partido Republicano no lleva en la boleta, ya sea para presidente o vicepresidente, a un protestante (Ryan es católico). Poco tiempo después de graduarse de la Universidad de Stanford, Romney decidió dejar el país para ir a “conquistar almas” en Francia. Estuvo en su aventura durante 30 meses. El problema para los republicanos en definitiva, no es su religiosidad, sino el sentido de su credo. Romney es mormón, creyente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos  Días, tendencia de fe que 80% de los estadounidenses no la consideran religión, sino casi una secta.

Sus seguidores lo llaman multifacético y sus críticos lo identifican como contradictorio y oportunista. Es un político adaptable y poco ideologizado. El Romney empresario privilegió el pragmatismo y la eficiencia; el gobernador de Massachusetts se convirtió en una figura de acuerdos entre demócratas y republicanos, promovió reformas liberales e incluso no ha negado su proclividad a favorecer medidas como la interrupción voluntaria del embarazo o las sociedades de convivencia entre parejas homosexuales. Sin embargo, en las primarias republicanas e incluso al inicio de la campaña presidencial, Romney abrazó el credo ultraconservador del nuevo republicanismo dominado por los radicales del “Tea Party”. Ante esto, Obama le ha preguntado en el segundo y en el tercer debate: señor, ¿quién es Mitt?

A poco más de una semana del súper martes que definirá al próximo presidente de Estados Unidos, los votantes latinos (8% del electorado) y los indecisos (6% del electorado) inclinarán la balanza a favor de demócratas o republicanos. En el primer segmento, el discurso antimigrante de los republicanos ha colocado a Romney muy lejos de captar algo del voto latino (siete de cada 10 latinos votará por Obama). En los segundos, la elección está abierta. Paradójicamente, para ser competitivo, Romney tendrá que despojarse del lastre que significa el Partido Republicano en su campaña y seguir con su mascara favorita: el empresario que sí sabe crear empleos.
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