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Texto invitado

Por: martha cerda

Conocí al doctor Elías Nandino a principios de los años 80, él acababa de venir a radicar a Guadalajara después de toda una vida de vivir en la ciudad de México. Era la segunda vez que lo intentaba. La primera, unos años antes, había venido con la intención de tener un taller literario, por problemas que desconozco no fue posible y el doctor regresó a la capital. En la época que menciono de los ochenta, el doctor logró por fin su propósito de abrir un taller literario, el cual empezó a funcionar en la Casa de la Cultura, allá por el Parque del Agua Azul, con el auspicio del Departamento de Bellas Artes de Jalisco. Hasta ahí fui a buscarlo llevada por mi necesidad de orientación. Yo tenía unas inmensas ganas de ser escritora y no sabía quién podría ayudarme en mis intenciones. Mi madre, que había conocido al Dr. Nandino de joven, en la capital, me aconsejó que fuera con él. Me presenté una tarde en el taller del doctor, decidida a decirle lo que pretendía y a mostrarle mis incipientes textos. El taller era exclusivamente de poesía y sus integrantes eran puros varones veinteañeros, a lo sumo. Yo era entonces una joven señora casada, con tres hijos, que no encajaba en ese grupo ni en ese ambiente. Me sentí intrusa y creo que los demás sintieron lo mismo. Sin embargo, el doctor me atendió, leyó algo de lo que le mostré y con mucha autoridad me dijo: “La literatura no es un juego, es una pasión”. Regresé a mi casa iluminada, había hablado con el doctor y él me había dicho una gran verdad, la primera de las muchas lecciones que recibiría de él. A la semana volví a demostrarle que, precisamente, para mí escribir no era un juego y que se convertiría en la pasión de mi vida.

El doctor iba con el siglo así que en la época en que lo conocí tenía ochenta u ochenta y un años. Era un hombre fuerte, erguido y admirablemente lúcido, con una sordera que llevaba muy bien. Cuando me vio convencida de seguir sus consejos inteligentemente me propuso darme taller individual, aparte de sus muchachos. Entre ellos se encontraban Luis Alberto Navarro, Jorge Esquinca, Luis Fernando Ortega, Salvador Encarnación, el malogrado Gustavo Lupercio y otros que no recuerdo. Así empezó mi relación con el doctor, que duró varios años.

El doctor era un hombre generoso que gustaba de ayudar a la gente, dedicó muchas horas de su tiempo a revisar y corregir mis textos pero también a contarme anécdotas de su vida. Un día a la semana pasaba yo por él a su casa en la calle Robles Gil y nos íbamos a trabajar al Exconvento del Carmen, a donde se había mudado su taller. Ahí me daba clases particulares y me corregía con paciencia y con energía. Llegué a estimarlo mucho y creo que él sentía lo mismo por mí. En una ocasión le regalé una corbata por la Navidad y cuando le dieron un premio importante en la Ciudad de México, me dijo que se había puesto la corbata que yo le había dado para ir a recibirlo, lo cual fue una deferencia de su parte.

Paralelamente a las clases que él me daba, su taller cobraba importancia. Los muchachos del taller, a los que se les conocía como los nandinitos, comenzaron a destacar. Por esos años también se publicó la revista Estaciones, en su segunda época y en ella publicaron los jóvenes del taller junto a autores conocidos. Debo decir que el doctor a mí nunca me publicó porque seguramente no estaba a la altura. Lo que yo trataba de escribir por entonces era poesía, que no era lo mío, como vería después.

Entre las anécdotas que contaba el doctor estaba su amistad con los Contemporáneos. Él se decía parte del grupo a pesar de que su obra no apareció junto a la de ellos ni tampoco alcanzó la fama de un Villaurrutia, por ejemplo, pero finalmente fue el que sobrevivió a todos. Con orgullo decía que era el último de los Contemporáneos.

La razón por la que el doctor no sobresalió en las letras como sus compañeros de generación fue porque él era fundamentalmente médico. Decía que la medicina era su esposa y la poesía su amante. La primera no le dejaba tiempo a la segunda. El doctor fue médico de Tongolele, le gustaba contar que él había traído al mundo a sus hijos gemelos. También fue médico de Juan José Arreola, le tocó operarlo de una apendicitis aguda, con lo que le salvó la vida. En esos años el doctor Nandino alternó con la gente importante del medio artístico de la capital: escritores, compositores, pintores… así fue como el pintor Roberto Montenegro le hizo un magnífico retrato que el doctor apreciaba mucho. Por otra parte, el doctor solía decir que había escrito la letra de algunas canciones, como Usted.

Después de un tiempo de tomar clases individuales con el doctor le pregunté si podía invitar a algunas amigas. Él aceptó y se unieron a nuestras sesiones en el Exconvento otras aspirantes a escritoras. Mientras tanto, el taller de los muchachos estaba en pleno apogeo, en el Exconvento hacían presentaciones de libros, lecturas, invitaban a alguno de los muchos amigos del doctor, como José Emilio Pacheco. Por ese tiempo (1983) el doctor presentó un poemario que causó sensación: Erotismo al rojo blanco. Puede decirse que fue una época en la que la literatura floreció en Guadalajara, gracias al doctor Nandino. Era una Guadalajara que estaba ávida de cultura.

En 1984 yo comencé a buscar otros horizontes y descubrí mi vocación por la narrativa, especialmente el cuento. Dejé de ver al doctor con la frecuencia que lo hacía porque inicié mi primer libro de cuentos, dejando por un tiempo la poesía. En 1988 se publicó Juegos de damas, por la editorial Joaquín Mortiz. Por entonces creo que el doctor ya se había ido a vivir a su natal Cocula, donde siguió impartiendo talleres y recibiendo a quienes iban a visitarlo. Cuando salió Juegos de damas, recibí una carta muy cariñosa del doctor, donde me felicitaba y me deseaba lo mejor, considerándome su pupila. De alguna manera estoy segura de que lo que aprendí con él, aunque era poesía, me ayudó mucho para la escritura de mis cuentos.

 El tiempo siguió pasando y para cuando el doctor cumplió 90 años, decidí hacerle un homenaje en la Escuela de Escritores Sogem, que yo había fundado en 1988. El doctor aceptó gustoso. Fuimos por él a Cocula y le rendimos homenaje Jorge Esquinca, Gloria Velázquez, Luis Alberto Navarro, yo y un numeroso grupo de amigos y admiradores. El doctor se había ganado el cariño de mucha gente. Para esa ocasión el doctor leyó un poema inédito y memorable, que transcribo. No sé si posteriormente se publicó o no. Se titula Nostalgia de tierra y dice así:

Tierra hambrienta, maternal atracción;
Sepultura vacía en asedio amoroso;
Sólido mar de espera
En el que siento y presiento
El reposo para mis pies cansados;
Yo capto el lento ascenso
De tus leves caricias
Arropando mis ansias
Y escucho en mi conciencia
Tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.

Tierra y vientre, acecho infatigable
Que se posa en mi piel
Como sedienta brisa
De un agresivo amor que me persigue…
Yo sé que tu energía circula por mis venas
Y que somos, los dos,
Incompletas fracciones
Que buscan refundirse.

Soy tuyo, madre tierra:
Me invade el parentesco
Inevitable y hondo
De tu ritmo en mi sangre,
Porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida,
Hay algo en mis adentros
Que espera y desespera
Por regresar a ti…

Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre
Sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos
Su parcela segura,
Su isla inamovible
Donde dormir a solas su letargo yacente.

Tierra voraz, oscuro hogar bendito
Donde el dolor se apaga,
Yo quiero reposar bajo tus sábanas
De secretas ternuras germinales
Y así, cual la semilla
Que se oculta en tus húmedas tinieblas,
Resurge transformada:
Ya en la longeva beatitud de un árbol
O en los brotes de flores temporales
Que las lluvias despiertan en los campos:
Renacer de tu entraña
Y subir los peldaños
Que en la escala de vidas
Mi evolución alcance;
Porque vengo de ti, soy lodo en trance
Que a fuerza de nacer y de morir,
Ha de llegar a definir su escencia
Para ser en el cosmos vida eterna.

Tierra insaciable, intimidad perfecta,
Cuando caiga en tus brazos
Incinera mi carne, y después, con amor
Alienta mis cenizas, porque pienso
Proseguir cultivando mi poesía,
Al volver a existir con cuerpo nuevo.

Visité al doctor por última vez en Cocula poco antes de que muriera. Ya caminaba con dificultad pero todavía era el poeta de El azul es el verde que se aleja. No volví a verlo, cuando murió yo me encontraba fuera del país, pero me queda el recuerdo de su bonhomía, de su entrega y de su perseverancia en la poesía, como una lección de vida. Muchos escritores de Jalisco y de otras partes de la república dimos nuestros primeros pasos en las letras tomados de su mano. A él le debemos lo que somos, como le debemos el recinto que lleva su nombre en el Exconvento del Carmen y también el Premio de Poesía Joven Elías Nandino que otorga el gobierno de Jalisco. Seguir su ejemplo es un acto de justicia.


Destacado: Por ese tiempo (1983) el doctor presentó un poemario que causó sensación: Erotismo al rojo blanco. Puede decirse que fue una época en la que la literatura floreció en Guadalajara, gracias al doctor Nandino. Era una Guadalajara que estaba ávida de cultura.
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