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Quino, el libertario
El padre de la niña más sabia de la historia, Mafalda, acaba de cumplir 80 años. Sus postulados y 'ocurrencias' parecen surgidas de la realidad actual.
“Es curioso” —dice Mafalda en la playa mientras ve desde su estatura a una multitud de adultos, unos de pie, otros tendidos en la arena, todos disfrutando del sol en trajes de baño— “cuando uno ve a la gente de vacaciones, parece que nadie tuviera la culpa de nada”.
De la mano de Mafalda, Miguelito, Susanita, Felipe, Guille y la minúscula Libertad, Quino conquistó al mundo con una serie de tiras cómicas que nacieron en un contexto histórico muy definido: la guerra de Vietnam sublevaba al mundo, los Beatles lo deslumbraban y el feminismo revolucionaba los hogares. El mundo parecía a punto de cambiar. 45 años después, la vigencia de Mafalda es casi motivo de tristeza para su autor, a quien hoy cuando le hablan de cambiar al mundo lamenta que sea “un deseo, más que una posibilidad”, ante el problema de la siniestra naturaleza humana.
Quino, nació en la provincia argentina de Mendoza con el nombre de Joaquín Lavado. Hijo de inmigrantes andaluces y republicanos, fue el menor de tres hermanos que le llevaban mucha edad. Creció jugando solo, al lado de una abuela comunista y muchas discusiones en casa. Entre funciones de cine y noticieros sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, creció, estudio Bellas Artes, pero se cansó de “dibujar ánforas y peces” y decidió dedicarse a ser dibujante de humor —vocación que asegura haber descubierto cuando era un bebé de tres años— a los 18. Vendió su primera historieta a los 19 y ese mismo año probó fortuna en Buenos Aires, pero tuvo que volver a Mendoza a las tres semanas, luego de ser rechazado por todas las redacciones y revistas de la capital. Cuatro años después se mudó nuevamente a Buenos Aires. El peregrinaje por las redacciones continuó hasta que el semanario Esto es, le dio la oportunidad de publicar su primera historieta. “Fue el día más feliz de mi vida”, ha dicho siempre Quino al recordar ese momento.
Hombre menudo y tímido, de una modestia que desarma a sus interlocutores, Quino recuerda más a Libertad, su personaje favorito, que a cualquier otro, aunque muchos de sus fans se empeñan en verle un parecid o con Felipe, el dientón y bobo mejor amigo de Mafalda. Con grandes anteojos de pasta, y vestido casi siempre con un suéter oscuro, es un autor que ante las multitudes que su presencia inevitablemente convoca, frecuentemente se refugia en la laconía y, si le es posible en el silencio. Desde esa trinchera callada en la que sabe acomodarse, ha observado al mundo y le ha regalado no sólo a la niña precoz y preguntona cuyas peripecias fueron traducidas a más de 30 idiomas, sino toda una serie de libros de humor en donde su lápiz preciso y su tinta fértil en detalles han diseccionado la burocracia, la vida en la alcoba, los problemas psicoanalíticos, la política, la economía mundial, el arte, la gastronomía, la guerra, la miseria, el hambre…
La obra de Quino es indispensable para comprender a toda una generación de caricaturistas iberoamericanos que vinieron después. Fontanarrosa, en Argentina; El Roto, en España; Trino, en México, son algunos ejemplos de autores de enorme reconocimiento e influencia que crecieron con los dibujos de Quino y a través de ellos encontraron un camino para usar la historieta como una herramienta para el pensamiento crítico y fuertemente politizado, una voz sin ingenuidad, pero capaz de expresarse desde el lenguaje llano de la cotidianidad. Viñetas inconfundibles, de una calidad técnica extraordinaria, en donde los diálogos son apenas un apunte, o ni siquiera son necesarios. —Bajo un cielo tormentoso, cruzado por un relámpago, en un mar embravecido, hay una pequeña barca. De un lado, una docena de hombres de negocios bien peinados y con trajes elegantes, están sentados en una mesa de manteles largos. Del otro, un pequeño hombre, sentado a duras penas en la banca, maneja dos remos enormes al borde del agotamiento. Frente a él, un hombre trajeado, con cara de circunstancia y la mano extendida en un ademán de petición le dice ante la mirada acusadora del resto: —“¡¡¡¡¿¿Cómo que no rema más?!!!! ¡¡¡ Me extraña Fernández!!!... ¿Estamos o no estamos todos en el mismo barco?”.
A lo largo de su carrera, la pluma de Quino ha servido para la noble causa de abonar a la educación cívica y política de millones de latinoamericanos. Su trabajo ha sido una forma de acercarse a dolorosas realidades sociales y políticas, y una ventana para reírnos de nosotros mismos, de nuestras contradicciones y limitantes. Hoy no existe, en el panorama iberoamericano, una figura capaz de sucederlo, de mantener las ventas de una historieta publicada en los años setenta como un long-seller de todas las librerías del continente, o de convocar las masivas firmas de autógrafos que este hombre dedicado es capaz de sostener hasta por cinco horas consecutivas, a las que suele acompañarlo Alicia Colombo, su compañera de toda la vida
Hace ya años que Quino está retirado del lápiz y la tinta. Viaja poco, sus apariciones públicas son un acontecimiento y vive tranquilamente en Buenos Aires. Celebró sus 80 años con un asado, en su casa, con su mujer y sus sobrinos. Luego fue a Mendoza, a inaugurar una gran Mafalda y ver las réplicas del Citröen en que viajaba la familia de la niña en las tiras cómicas. En una entrevista que concedió al diario Clarín con motivo de su aniversario, dijo que la edad lo hace sentir “como un arquero que no sabe por dónde entró la pelota. Por dónde pasaron los 80 años, no sé. Pasaron, se acumularon. Eso es lo grave, porque uno va sintiendo el peso y las limitaciones físicas. No pasan los años, se te quedan en el cuerpo”, dijo sin amarguras; con la misma mezcla de pesimismo y ternura con la que durante más de 60 años ha fascinado a sus lectores siempre, y con la que deslumbrará, qué duda cabe, a las futuras generaciones que lo descubran.
FRASE
"Por lo único que la edad no te resulta una porquería es porque vas entendiendo mejor la música que escuchas desde toda la vida".
Quino, caricaturista, respecto a cumplir 80 años, a Clarín.
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