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Quien ama las pitayas, ¡ama a los murciélagos!

¿Cómo llega la pitaya a Guadalajara? He aquí las respuestas a este tradicional producto de temporada

GUADALAJARA, JALISCO (14/MAY/2017).-Esta historia inicia hace más de cuatro millones de años cuando surgen en México los cactus antepasados del actual pitayo. Durante miles de años co-evolucionan estas plantas con muchas especies de animales en ambientes áridos. De los cactus pitayos del género Stenocereus se conocen 25 especies que habitan en México, los Estados Unidos, América Central, las Antillas y Venezuela, de las cuales 20 son únicas de México. Nuestra pitaya de Jalisco es Stenocereus queretaroensis, y vive solo en Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Querétaro y Zacatecas.

En Jalisco se encuentran en muchos municipios donde se comercializa la producción silvestre, pero las principales huertas comerciales se encuentran en seis municipios: Techaluta, Amacueca, Autlán, Tecolotlán, Villa Guerrero y San Sebastián del Oeste. Pero no todas son iguales. Un estudio científico que comparó pitayas de varias localidades de Jalisco y Zacatecas encontró que las más dulces y más grandes eran las de Autlán. El pitayo es apreciado por mucho más que solo sus frutos; también se ha utilizado para elaborar fármacos, gomas, jabón, colorantes y hasta grasas de sus semillas, y se usa para forraje, cercas vivas, leña y ornato.

Cada abril, mayo y junio, en la temporada de estiaje cuando se secan muchos ojos de agua y arroyos temporales, el “árbol” de pitaya produce frutos, que en esencia son bolsitas de agua con azúcar ya que su pulpa consiste de 90% agua(¡!). Muchas especies de aves como los colibríes, las palomas, los carpinteros y las calandrias, así como especies de mamíferos incluyéndonos a nosotros, el Homo sapiens, así como los tlacuaches, tlacuachines, cacomixtles, tejones, ardillas, conejos, zorros y coyotes utilizamos las pitayas para obtener agua en tiempo de escasez.

¿Pero que gana la pitaya ofreciendo agua al sediento y comida al hambriento? Pues sus frutos contienen más de mil semillas y una vez que los animales la comen, pasan las semillas por su tracto digestivo sin dañarlas (al menos el 70% de las semillas ingeridas por los coyotes y murciélagos frugívoros sobreviven). Al defecarlas las dispersan por el paisaje brindando mejores oportunidades para que sus estas germinen, sobrevivan y crezcan a ser adultos que producirán deliciosas pitayas. Ese es el “pago” que recibe el pitayo por el agua y los alimentos que nos ofrece a los animales que la consumimos. Además del pitayo, esta estrategia de producir frutos con agua en tiempos de secas para inducir la dispersión sus semillas también la utilizan la zarzamora, el ciruelo criollo y la tuna del nopal, entre otras especies de plantas.

La pitaya, evolucionó además de su sabroso sabor otras cosas fantásticas: redujo sus hojas hasta convertirlas en espinas (que le ayudan a perder menos agua y a defenderse de animales que se comen los tejidos de la planta), y logró pasar la fotosíntesis de sus hojas a sus tallos que adquirieron un color verde por la clorofila.

Las espinas probablemente ayudaron a la pitaya a protegerse de los grandes animales (megafauna) como los mastodontes, mamuts, perezosos y armadillos gigantes que vivían en Jalisco cuando los primeros seres humanos llegamos (¡Visiten el Museo de Paleontología en el Parque Agua Azul para conocerlos!). Esos animalotes ya no existen (se cree que los extinguimos por cazarlos demasiado) seguramente comían y dispersaban las semillas de las pitayas, así como los frutos de otros árboles como la Parota.

Cuando llegaron los primeros seres humanos al Centro de México hace unos 20 mil años, indudablemente contribuyeron a dispersar las semillas de la pitaya y de la tuna que ellos nunca antes habían visto (no habían ni tunas ni pitayas fuera de América hasta que los europeos iniciaron la globalización comercial de alimentos).

La pitaya indudablemente era importante para muchos pueblos indígenas prehispánicos. Un grupo de investigadores del Instituto Manantlán de la UdeG demostró que las “huertas silvestres” de pitayas en el municipio de Tecolotlán están asociadas a los restos de antiguos asentamientos prehispánicos, por lo que se asume que esas poblaciones son relictos de las que fueron plantadas antes de la llegada de los españoles.  

Una carrera contra el reloj

Pero la reproducción del pitayo no solo depende de los animales para dispersar sus semillas. Igual o más importante son aquellos animales que vuelan a quienes la pithaya le ofrece en sus flores néctar rico en agua y en azúcares. Los murciélagos magueyeros (Leptonycteris yerbabuenae), el murciélago siricotero y el murciélago trompudo, se alimentan del néctar. Para esto han evolucionado hocicos largos para penetrar la flor y lenguas largas con estructuras con papilas para libar el néctar.

La pitaya evolucionó flores blancas y robustas, que resisten los embates de sus polinizadores, y también un olor aromático fuerte para atraer a los murciélagos en la noche. Esta polinización es fundamental porque una flor de pitayo no puede producir semillas fértiles si no recibe polen de otro pitayo. Es decir no se puede auto fecundizar. Mientras los murciélagos se alimentan, la flor del pitayo tiene una estructura que hace que los granos de polen en los estambres le caigan en la cabeza al murciélago. Cuando este vuela a otra flor en otra planta, los estigmas reciben el polen que trae el murciélago y empieza la fecundación cruzada que necesita el pitayo para producir fruto.  

Durante la noche se da una carrera contra reloj en la cual las flores de pitayos tratan de atraer al mayor número de murciélagos posible para que se alimenten y dispersen su polen y los murciélagos tratan de encontrar el mayor número de flores posibles para consumir su néctar. Los pitayos producen mayor cantidad de néctar y de mejor calidad durante la noche principalmente de las 11 pm a las 3 am, que es cuando se han observado más visitas de murciélagos. Otro grupo de investigadores del Instituto Manantlán de la UdeG documentó que la polinización de los murciélagos es responsable de la producción del 85% de los frutos/semillas de pitayos. ¡Casi nueve de cada 10 pitayas se dieron gracias a la intervención de estos animalejos!

Sin murciélagos no tendríamos tantas pitayas, así que… quien ama comer pitayas indudablemente también ama a los murciélagos.

Eduardo Santana C. y Pilar Ibarra,

Museo de Ciencias Ambientales-CCU

y Departamento de Ecología y Recursos Naturales-IMECBIO-CUCSUR,

Universidad de Guadajajara

esantanacas@gmail.com

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