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Pezuñas y azufre

Muchos vivían aterrados por las historias familiares sobre apariciones del Diablo

GUADALAJARA, JALISCO (18/SEP/2016).- Cuando era yo niño, muchos de mis compañeros de escuela vivían aterrados por las historias familiares y urbanas sobre las apariciones del Diablo. Parecería que Satanás no tenía por aquellos días (circa 1985) mejor ocupación que acechar a los mocosos tapatíos. Sus modos de colarse a la cotidianidad eran diversos: su pezuña de cabra y su pata de gallo (así se le representa tradicionalmente en la iconografía católica y también en la Lotería) asomaban en donde fuera. Por ejemplo, en el casete de Deep Purple que tuve la idea de llevar a clases cuando la maestra propuso que eligiéramos por votación la música que sonaría en el festival del Día del Niño.

Inocente como era, ignoraba yo que el Maligno fuera el manager del grupo inglés de hard rock y por eso no tenía la menor idea de por qué fui llamado a la Dirección a los quince minutos de haber llegado a la escuela y dejado mi casetito en el escritorio de la maestra. No sólo me perdí la votación para la música de mi salón sino que, de pronto, tuve que enfrentarme a un improvisado tribunal inquisidor que incluía a cinco profesoras y al señor de Educación Física (aquí aclaro que nunca estuve en un colegio de curas, en el que quizá hubiera sido de esperarse un rasgo como aquel: siempre cursé mis estudios en escuelas públicas y numeradas).

“¿No sabes que esta música es… Para gente mayor?”, comenzaron por preguntarme. Yo, que siempre fui insolentito, respondí que las viejitas que conocía (mi abuela y mi tía Conchita, básicamente) lo que escuchaban eran zarzuelas o, acaso, boleros y no a Deep Purple. “Lo que la maestra Cristi quiere decir”, se inmiscuyó el de Deportes, “es que esa música tuya es satánica”.

La cosa no pasó a mayores: me regresaron el casete en una bolsita y en el festival del Día del Niño escuchamos Timbiriche (recientes estudios científicos afirman, por cierto, que eso mató las neuronas de varios de mis compañeros). Pero a partir de ese punto me di cuenta de que el Chamuco era capaz de lo que fuera con tal de robarse las almas puras.

La siguiente acusación de satanismo le cayó encima a Carlitos, un compañero cuyo pecado fue llevar en la mochila unas pegatinas con monitos sacándose los mocos (y los ojos) pertenecientes a una serie de dibujos llamada “Garbage Pail Kids” (o Los Niños del Cubo de la Basura). Las pegatinas fueron decomisadas y se nos advirtió que aquello ocurría porque “eran del Diablo” y “a lo mejor tenían droga en la tinta”.

Creo que fue aquel mismo año en el que los padres de tres de mis amigos les indicaron a sus hijos que dejaran de hablarme, puesto que mis propios padres tuvieron a bien separarse y una señora de la escuela se enteró “por ahí” de que mi madre no nos llevaba a misa. Al saberse públicamente aquello, y al unir los puntos, es decir, al recordar mi casete de Deep Purple y la defensa de los “Garbage Pail Kids” de Carlitos que hice en los pasillos de la escuela, varios más llegaron a la conclusión ineludible de que era yo parte del bando del Diablo.

Hace poco, me crucé en un centro comercial con uno de mis ex compañeros, uno que me dejó de hablar en 1985. Iba yo con mis hijas y en plan paternal. Pero para dejarle claro que seguía yo sin ser como él, me le quedé mirando, puse los ojos en blanco y comencé a gruñir. Salió disparado por el pasillo, claro. Lo diabólico nunca se me quitó.

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