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Mujeres que dejan huella

Luz María Castañeda, Escuela para niñas ciegas en Guadalajara; Primera parte

GUADALAJARA, JALISCO (26/NOV/2010).-  Leí su vida, quedando admirada ante el testimonio de esta mujer, que con su invidencia y valor, dio luz a… Guadalajara. Gracias a ella existe “La escuela para niñas ciegas”; en esta ciudad, muchas niñas  han podido ver a través de los ojos de Luz María.
En esa época, en México existía una población de 50 mil ciegos, y solamente dos escuelas en el Distrito Federal. La mayoría de invidentes en el país no contaba con educación. La única institución existente en Guadalajara, contemplaba estudios para hombres. Las mujeres invidentes estaban recluidas en sus casas y, en general, fuera del contacto externo.

Luz María estaba por terminar la Escuela Normal cuando una enfermedad llamada esclerosis múltiple afectó su visión, dejándola casi ciega. Su vida cambió. Empieza su labor a los 18 años como maestra de niños ciegos, en 1963. En 1970 formó su primer grupo de alumnas y para 1973, se inauguraba la primera escuela para niñas ciegas en Guadalajara. Luz María nace el 17 de junio de 1945, perteneciente a una antigua familia tapatía, con un contexto conservador. Su infancia transcurre con disciplina y educación, y una fuerte unión familiar, donde el altruismo y el respeto por el prójimo era una primacía.

Su sobrenombre era “Guyu”, por ser una de las primeras palabras que pronunció. Y la mayor de seis hermanos, dice: “en mi casa no hubo carencias, pero sí responsabilidades”. Estudió la primaria en el Instituto Hernán y la secundaria en el Nueva Galicia.

Al enseñarle un vestido, dijo: ¿cuál vestido? No podía verlo. Se va a sus prácticas y explica a sus padres la dificultad para hacerlas. Es llevada a ser examinada, recorrió todos los oftalmólogos en Guadalajara, nadie descubría su problema. Terminaba la Normal en el Galicia, tenía novio, juventud y una vida por delante… sólo sus ojos no respondían a ese futuro.

Pasó por múltiples experiencias y exámenes dolorosos, recurriendo a la medicina experimental. Le inyectaron sus ojos con anestesia y placenta que crecía en ellos, le aplicaban gotas que le producían intensos dolores. Acudieron con médicos en México y Nueva York. El doctor Juan Castroviejo pronosticó “Debilidad visual permanente”. Sus padres no se rindieron y fueron con neurólogos, neurocirujanos, hasta que el doctor Salvador González Cornejo diagnosticó el padecimiento: Esclerosis múltiple. Se deprimió, estaba triste y sin ganas de salir. Poco se sabía de esta enfermedad, misma que dañaría otros órganos paulatinamente. Duró muchos años con la misma debilidad visual y consciente de que quedaría inmóvil.

La aceptación fue un proceso largo, se preguntó: ¿Qué debo hacer? “Pensé, es mejor admitir mi enfermedad, antes de quedarme sola y perder a mis amigas, hermanos, no soportarme yo misma, y quedarme sin nada. En ese momento visualicé mi enfermedad como una situación de vida, era la de una mujer con esclerosis múltiple, aunque para entonces no sabía todas las consecuencias que traería. Ahora paso más tiempo acostada y me cansó fácilmente, no puedo caminar y mi vista sigue disminuyendo, todo fue muy duro, pero con la aceptación me llegó la paz, me dije: ‘ya estoy enferma, debo disfrutar la vida como se pueda, y a trabajar’”.

Terminó su tesis y buscó trabajo, así llegó al “Instituto para la educación del niño ciego”, a partir de ahí se inicia impartiendo clases, superando su depresión, porque los niños la volvieron fuerte. “No podía ser diferente, eran chiquitos y completamente ciegos, ellos me guiaban al baño, pues yo apenas aprendía a ver sin los ojos”, recuerda.

“Aprendí mientras yo enseñaba”.

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