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Mujer al volante

No le hagas al valiente

GUADALAJARA, JALISCO (11/SEP/2010).- Cada día descubro que soy mejor conductor de lo que pensaba –modestia aparte-. Tal vez porque la precaución es una cualidad que he adquirido y que veo que no se da con la edad, ni mucho menos.

Hoy le escribo a la estupidez, no a la propia sino a la de tantos cientos, o miles de conductores que creen que manejar más rápido, cerrarte el paso, ganar un espacio de estacionamiento, echarte el coche o acabarte los oídos –y la paciencia- con el claxón, fueran a resolver en algo el tránsito lento de la ciudad. Más en estos días de lluvia. Generalmente todas estas virtudes se encuentran en los muchos hombres al volante con los que me he topado en las últimas lluvias torrenciales. Y a quienes debo agradecer el estallido de mi risa hasta llegar a la burla –con todo y pena-.

Pues llegó el lunes seis de septiembre. En unos minutos, una terrible tromba azotó la ciudad. Desde luego no fue novedad encontrar una secuela en el tránsito ya de por sí  lento, que se reportaba en las vialidades. Muchas arterias fueron inundadas al punto de paralizar de forma definitiva el paso. Salir de centro histórico, en mi caso, fue el inicio de una gran aventura. El destino estaba fijo en el centro comercial Andares, un recorrido que habitualmente toma de 25 a 30 minutos, con tráfico normal.

Al llegar a la glorieta Normal, había oficiales de tránsito girando instrucciones a los conductores para agilizar el paso. Pensé: “¡Qué bien, llegaré a tiempo a mi cita!” . Eran las siete y tenía que estar a las ocho en Andares. Aunque estaba consiente del riesgo, iba con extremas precauciones: frenar mucho, defrost con aire acondicionado, intermitentes encendidas y los manos libres de lo celulares a la mano, por o que se ofreciera.

Una vez que llegamos a la iglesia de San Juan de Ulúa, adelante del cruce con Enrique Díaz de León, los cuatro carriles del sentido opuesto estaban completamente inundados, justo adelante del semáforo. Claro los coches pasaban a buena velocidad, echando el agua por doquier con estallidos impactantes –algo muy desagradable-. Acto seguido, al charco: “clack”!!! Coche parado. Esto no fue con uno,  ¡sino con tres al hilo!

Entre freno y embrague, primera y acelera y luego frena otra vez, como si fuera un son, logré cruzar avenida Circunvalación Jorge Álvarez del Castillo, en donde los protagonistas son los “gandayas” que aunque la circulación esté interrumpida, se pasan “porque su semáforo marca siga” y les vale todo lo demás. Como si con eso fueran a llegar más rápido. Pero no pasó mucho tiempo para que se detuvieran.

Reí.

Hasta entonces el tránsito no avanzaba. Por el lado contrario había un caos. A la altura de la calle Salto del Agua, se había hecho un tremendo charco. Profundo en el extremo que choca con la banqueta y extendido hasta llegar al camellón. En ese momento el sonido del agua estaba ligado al de los pitidos de los coches. Muchos coches. Pero yo, desde mi visión, no alcanzaba a calcular la cantidad de éstos con los ojos, sólo con los oídos. Había desorden y desesperación. Yo no entendía por qué. Hasta cuando pude ver que había no uno, ni dos, tres, cinco ó seis… eran como doce coches que se habían quedado varados por conductores “valientes” que habían querido cruzar el charco –literalmente-  y que al no lograrlo, se habían quedado inmóviles, transformados en obstáculos para todos los demás.

Lo chistoso es que aun cuando los conductores de atrás se daban cuenta de la peligrosidad, se aventuraban a gran velocidad para correr con el mismo destino; más de 12, por lo menos, quedaron ahí.

Esto impidió, por ejemplo, que cruzaran dos ambulancias. En avenida Patria fue necesario cruzar por el estacionamiento de la plaza comercial para poder tomar la avenida, pues los conductores del carril contrario, que estaban inmovilizados por el charco, no dejaban pasar a nadie, como si eso lo hubiera hecho llegar a su destino antes.

Por todo esto la reflexión es: “No le hagas el valiente”. A menos que tengas un vehículo anfibio. Las lluvias y tormentas no son cosa fácil para los conductores. Y menos con los “gandayas”.
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