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Motor de arranque
Cuando el premio se vuelve castigo
Para muchos, el trofeo por alcanzar un nivel social más elevado es demostrarlo. Esto se logra, muchas veces, ostentando un vehículo de marca exclusiva, que hará que la mayoría de los demás los vea pasar, voltee a verlo en un semáforo o en el estacionamiento. Esa agradable sensación tiene un precio, claro, que no se mide sólo por el número de ceros en el cheque necesario para llevar a casa un auto de lujo, porque ser blanco de las miradas también tiene su lado negativo. Pasar desapercibido, por ejemplo, se hace más difícil. Pero, al menos para los que no están habituados a tener esto en su vida cotidiana, resulta excitante.
Sin embargo, las autoridades están quitando parte de este placer. Y en Guadalajara, esto es más verdad que en otros lugares, tal vez con la excepción de Michoacán.
Andar en un auto de lujo por las calles tapatías se ha transformado en una tortura. Porque las fuerzas policiacas ha colocado en la categoría de sospechoso a cualquiera que anda en un auto de lujo nuevo. Ya sean policías de tránsito o patrullas normales, les parece que hay que detener a todos los que opinan — dentro de su limitado criterio— que han obtenido su coche o su dinero de forma poco convencional.
Los preferidos de los policías son las camionetas. Mientras mayor, mejor. Si es de color oscuro, la posibilidad de que detengan al conductor para “averiguaciones”, aumenta mucho, lo que configura una especie de “racismo automotor”.
A nosotros, que nos toca andar en autos de todos los tipos, de Chevy a Mercedes-Benz, con frecuencia somos blanco de la desconfianza de las autoridades. En ocasiones son al menos amables, piden papeles y hacen una revisión rápida del auto antes de dejarnos seguir nuestro camino. En otras, empero, son autoritarios y el tratamiento que recibimos probablemente sea el mismo que otorgan a algún malhechor.
En otras ocasiones, dejan muy clara su intención: descubrir alguna supuesta irregularidad, que sirve como pretexto perfecto para echarnos su “mordida”. Como con frecuencia algunos vehículos que recibimos no vienen con placas de circulación y sí con permisos. A muchos de los oficiales que nos detienen, les encanta buscar firmas que “hacen falta” o detalles del tipo. Casi exigen que vengan con un permiso de circulación originado en el Vaticano y firmado por el Papa en persona. Claro, con la firma reconocida por un notario público.
Samuel, un buen amigo de hace algunos años, compró una camioneta de lujo para andar con su familia. De gustos extravagantes, la pidió en color negro, con rines cromados de 22 pulgadas. La disfrutó por un par de meses pero en la semana pasada, cuando nos encontramos casualmente en un centro comercial, me confesó estar harto de ser detenido casi a cada esquina. “Voy a comprarme un Tsuru”, me decía visiblemente enojado, para completar: “Tener dinero o disfrutar de él, parece que se ha transformado en crimen”.
No sé si nuestras autoridades tengan la sensibilidad para entender el problema. Tal vez más bien nos falte a la sociedad esa sensibilidad para comprender que, de una u otra manera, estamos en “guerra” y que esto exige sacrificios. Y uno de los sacrificios es renunciar a la idea de andar en algún vehículo más llamativo.
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