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Mi nombre es Boyd, William Boyd
''Solo'', la nueva entrega del 007
Solo nos traslada al Londres de 1969, cuando los servicios secretos británicos encomiendan al ya veterano 007 una misión en África que acabará operando un giro inesperado. Lo que en principio era un trabajo profesional, uno más, se convierte en cuestión personal y en una venganza. La trama arranca con un tono mucho más lúdico, en una habitación del legendario hotel londinense The Dorchester, donde Bond ha decidido regalarse una noche para festejar su 45 cumpleaños. En palabras de Boyd, Bond es un sensualista entregado a los placeres del buen comer —en el relato se detalla sus opíparos desayunos, almuerzos y cenas—, de los buenos vinos, además del famoso Martini, del tabaco y las mujeres.
William Boyd, escocés aunque nacido en Ghana (1952), es el tercer autor (tras Sebastian Faulks y Jeffery Deaver) al que los herederos de la franquicia han encomendado una “novela oficial” de James Bond en el nuevo milenio (en décadas anteriores retomaron el personaje prestigiosos escritores, como Kingsley Amis). Antes de encarar el que ha sido su primer libro por encargo, se autoimpuso volver a leer los 12 títulos y ocho relatos cortos que Ian Fleming consagró al espía entre 1953 y 1964, y en orden cronológico, para extraer “la verdadera naturaleza del personaje”. Ese fue el cuaderno de bitácora para un novelista que en las últimas tres décadas ha aunado calidad y éxito comercial en su obra, desde su estreno en el mundo literario con Un buen Hombre en África (1981).
Profundo conocedor de la obra y la vida de Fleming, en la que se había sumergido durante su etapa como periodista, las facetas cultivadas por Boyd también en el cine le brindaron la oportunidad de trabajar con tres de los actores que han encarnado al 007 en la gran pantalla: hace 13 años dirigió al último Bond, Daniel Craig, y escribió los guiones de otras dos películas interpretadas por Pierce Brosnan y Sean Connery.
“Parece que era mi destino”, señala sobre esa y otras coincidencias, como el hecho de que el James Bond de Fleming viva en un piso alquilado (“a 200 metros de mi casa”, especifica Boyd) en el barrio londinense de Chelsea.
Solo busca recuperar algunos aspectos de la figura de Bond que han quedado desdibujados en su proyección fílmica: “Por ejemplo, que Bond no es inglés, sino mitad escocés y mitad suizo, que tiene una personalidad compleja y difícil o que vomita ante escenas sangrientas o repugnantes... Es mucho más interesante que en el cine”.
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