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Lucha de clases
Elysium es un ejemplo de ciencia ficción con garra, y algo de conciencia social
Lo que sí, es que Elysium, la nueva película del sudafricano Blomkamp, quien ideó la estupenda fantasía Distrito 9, parece ser una excepción. Ofrece la ardorosa visión del colapso de un sistema económico político basado en la explotación de los trabajadores, el cálculo egoísta, la segregación, la represión militar, y la acumulación de poder y beneficios en una sola clase social.
Por supuesto, el territorio de tal desastre es el futuro. Se trata del año 2154, misma fecha que James Cameron eligió para enfrentar en el planeta Pandora (Avatar, 2009) las pragmáticas ambiciones imperialistas de una gran corporación contra un colorido misticismo ecologista y tribal.
En esta ocasión la rebelión no es de aborígenes extraterrestres, sino que surge del proletariado y sostiene un objetivo humanitario. El obrero de una fábrica de robots militares que desea salvar su vida mediante una máquina que pertenece a los habitantes de una lujosa estación espacial.
La índole del personaje ilustra en términos de espectáculo la observación marxista de que en un sistema capitalista el trabajador, alienado por su condición, produce los instrumentos que sirven para su propia opresión. La lucha se expresa también a una escala mayor, entre las masas de gente que viven en el subdesarrollo, y una elite que controla el mundo gracias al dinero, la tecnología, y la violencia.
La película rebosa dinamismo narrativo e imágenes sugestivas. Tiene una concepción visual del porvenir muy efectiva, donde la población de la Tierra sobrevive en un ambiente polvoso, agreste, sobrepoblado, y lleno de edificaciones dignas del Tercer Mundo. Todo tiene apariencia de pobreza, enfermedad, deterioro y desorden. Recuerda la actualidad de los cinturones de miseria de las urbes latinoamericanas, africanas y asiáticas, pero quiere ser el pronóstico negativo de lo que le espera a la ciudad de Los Ángeles, California.
En cambio, con algo de sarcasmo, se reserva la inclusión de firmas comerciales, que forman parte de los patrocinadores de la cinta, para los espacios y personajes elegantes que pertenecen a la clase dominante.
Si bien, el director impone a su protagonista un desarrollo bastante obvio, en otros consigue desdibujar el estereotipo. Así sucede con el tétrico agente del orden con rasgos de psicópata, y con el jefe de la banda de delincuentes que termina convertido en un bastión de la subversión.
Es ciencia ficción con garra, y algo de conciencia social, como la que se hacía antes de que aparecieran las boberías del estilo de La guerra de las galaxias (1978) y anexas.
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