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Los ricos no quieren vivir en colmenas
Van Berkel levanta en Singapur un rascacielos que busca tener una identidad exclusiva
No es fácil que un archipiélago densamente urbanizado y poblado se perciba más como un gran parque que como una jungla de asfalto. Las raíces de ese fenómeno capaz de combinar hormigón y vegetación hay que buscarlas en las primeras campañas de los años sesenta, cuando se plantaron 1.5 millones de árboles y se educó a la población para mantener la ciudad limpia. A los argumentos de la publicidad se sumaron las razones de las multas por todo: incluido tirar chicles al suelo. Conscientes del daño que la goma de mascar provoca en las aceras, y en los presupuestos públicos, en Singapur entendieron que el control de la basura no era sólo un asunto de orgullo y salud pública; comprendieron también que la colaboración individual en la limpieza colectiva se transformaría, finalmente, en mayor inversión extranjera. No se equivocaron. Hoy, con una población de más de cinco millones de personas —supuestamente educadas y limpias—, la ciudad-Estado es el cuarto centro financiero del mundo.
Así las cosas, son muchos los ricos que viven allí. Y hace ya tiempo que comprendieron que, en un archipiélago, no había espacio para que todos pudieran disfrutar de una vivienda unifamiliar. Por eso cambiaron el sueño burgués de una casa vallada por un piso cerca de Orchard Road. Eso sí, no estaban dispuestos a vivir en bloques. Donde los pobres apilan sus apartamentos, los ricos buscan vistas exclusivas, refuerzan su seguridad y pasan a pertenecer al club privado que es, en realidad, cualquier —rico o pobre— bloque de vecinos.
Así, tras los dos glamurosos rascacielos que Jean Nouvel levantó en el corazón comercial de la ciudad, la nueva torre Ardmore del despacho de Ben van Berkel, Unstudio, hace uso de referencias orgánicas. El arquitecto asegura que habla del paisaje. Sin embargo, transforma una estructura en un elemento a la vez decorativo y funcional, y no sólo porque sujete el edificio. Los redondeados paneles de hormigón prefabricado, que sustentan el rascacielos, funcionan también como voladizos para mitigar la incidencia del sol. De este modo, las fachadas pueden ser acristaladas sin que esos grandes ventanales supongan un infernal gasto energético gracias a la sombra y las brisas. Esta es una torre en la que se puede salir e incluso ducharse en la terraza.
Las vistas sobre la ciudad se cuelan por el gran paño de vidrio del salón. El verde del jardín se suma a la vegetación de los parques Marina Bay, un espacio público equivalente a 177 campos de futbol inaugurado, junto a la bahía, el año pasado. Pero además de dejar pasar la luz y mitigar el sol, más allá de sumar verde y dejar ver el verde, el rascacielos de Van Berkel tiene una identidad exclusiva: una cara reconocible, ósea o sinuosa, que aleja su silueta de cualquier bloque anodino de viviendas.
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