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Hergé en el país del oro gráfico
Tintín es una historieta venerada por sus lectores, se ha convertido en un negocio fabuloso
Esta historieta ha representado un viaje iniciático para muchos niños que descubrieron el mundo gracias al reportero del tupé, que nunca escribe una sola línea, y sus viñetas y sus historias se han quedado desde entonces varadas en su imaginación. “Hergé es un artista que ha marcado su tiempo, esencial para muchas generaciones de lectores”, explica Eric Leroy, experto en cómic de la casa de subastas Artcurial, con sede en París, que ha batido este año todos los récords con Hergé.
El sábado 24 de mayo un coleccionista estadounidense pagó 2,6 millones de euros (más de 45 millones de pesos) —la estimación estaba entre 700 mil y 900 mil euros— por los dibujos originales que se utilizaban en las guardas de los álbumes de 1937 a 1958. Un dibujo en tinta china de la portada de La isla negra, publicada en 1942, alcanzó un millón de euros (alrededor de 17,5 millones de pesos) en la misma subasta. Una semana después se vendió en otra puja en Bruselas una edición original en blanco y negro de La oreja rota (1937) por 24 mil 800 euros (más de 434 mil pesos), otro récord.
Leroy asegura que el enorme valor se explica, por un lado, porque la escasez —el 95% de los originales están manos de la sociedad que gestiona los derechos de Hergé, controlada por su viuda, Fanny Rodwell, y el marido de esta, Nick Rodwell—, pero también por el papel que Tintín desempeña en el imaginario colectivo.La primera aventura de Tintín, En el país de los soviets, fue publicada en el suplemento juvenil del diario belga Le vingtième siègle el 10 de enero de 1929. El último tomo acabado, Tintín y los pícaros, en el que el reportero había cambiado sus pantalones de golf por unos vaqueros imposibles, apareció en 1976. Hergé, un creador obsesivamente minucioso, dibujó algunos tebeos hasta tres veces para adaptarlos a los nuevos tiempos: la última versión, la más conocida, sigue siendo extraordinariamente contemporánea. La línea clara de sus dibujos, su impecable precisión, ha dejado una profunda huella en nuestra forma de mirar la realidad a través de la ficción y en lo que los lectores exigen a los dibujantes.
Sin embargo, Tintín tiene un lado oscuro, casi siniestro. Un periodista de The Guardian, Martin Bright, lo resumió así: “En un momento, el chico reportero debió haber cruzado a Francia para combatir con los resistentes, haber ido a Inglaterra para ayudar en la lucha contra los nazis o, al menos, haber escondido a judíos. Pero Hergé prefirió quedarse en Bélgica y trabajó en un diario colaboracionista”. Hergé nunca dejó de trabajar en el periódico colaboracionista Le Soir bajo la ocupación de Bélgica por los nazis. Uno de sus compañeros en el periódico fue el nazi belga Léon Degrelle, que murió plácidamente en España, que le enviaba tebeos desde Estados Unidos. Como escribió el experto Michael Farr, autor del estupendo ensayo Tintín y el sueño de la realidad: “Fue una desgracia que este hombre, aunque indirectamente, tuviera algo que ver con la creación de Tintín”.
La vida personal de Hergé también ha sido objeto de polémica. Pierre Assouline le acusa de haber adoptado a un niño en los años cincuenta y de haberlo devuelto a las dos semanas porque no podía soportarlo, algo que ha sido rotundamente negado por la familia del dibujante. Nunca quiso compartir la firma con Edgar P. Jacobs, el creador de Blackie y Mortimer, pese a que le ayudó a dibujar alguno de los álbumes más conocidos en los años cuarenta. Todo ello sin hablar del colonialismo rancio que destila Tintín en el Congo, aunque un tribunal belga se negó, sin embargo, a prohibirlo por racista como había pedido un demandante congolés.
Las últimas polémicas han saltado por el férreo control que la sociedad que atesora los derechos de Tintín, los Studios Hergé, ejerce sobre cualquier producto relacionado con la serie. No se trata sólo del precio disparatado que alcanza cualquier reproducción en resina de los objetos de Tintín, desde el ídolo de La oreja rota hasta el Cohete rojiblanco de Viaje a la luna, sino de algunos indudables excesos de celo.
Durante la presentación del Museo Hergé, en Louvain-la-Neuve, cerca de Bruselas, Nick Rodwell prohibió a los periodistas filmar los originales en medio de una bronca monumental. “Fue muy criticado por la prensa, pero eso ya ha pasado”, dijo la viuda de Hergé, Fanny Rodwell, en una entrevista publicada en junio por Paris Match. “No creo que haya que cambiar nada. La imagen del personaje de Tintín debe ser protegida. Nick lo hace con rigor: tiene sus códigos y hay que respetarlos”.
En realidad, la única manera de proteger la imagen de Tintín es leer sus álbumes. Todas las historias anteriores desaparecen, las millonadas en las subastas, los derechos, la sospecha de colaboracionismo, y sólo queda el cómic mejor dibujado de la historia.
SABER MÁS
Línea clara
Hergé es el principal representante de la línea clara, un estilo de cómic marcado por una narrativa y un dibujo clásicos.
El reportero recorre el mundo a lo largo de 23 álbumes terminados y uno sin terminar (Tintín y el arte-alfa).
En todos lleva sus clásicos pantalones de golf, menos en el último terminado: Tintín y los pícaros.
Fueron publicados a lo largo de casi cinco décadas, entre 1929 y 1976.
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