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Hablemos de porno

Su estética, su ética y su moral están en muchos ámbitos de nuestras vidas, explica Yehya

GUADALAJARA, JALISCO (21/OCT/2012).- Si se trata de buscar el origen de un fenómeno tan extendido en la era del ciberespacio como es el de la pornografía, se puede encontrar —de acuerdo con Naief Yehya— en un tiempo remoto, cuando alguien creó la primera representación de un objeto del deseo erótico. Con él nacía también el fetichismo, esa “fuerza mágica capaz de permitirnos creer en una fantasía sin perder de vista que se trata de una fantasía”.

¿Qué hay entonces en la pornografía “que nos inflama, excita, indigna, repugna, avergüenza o preocupa hasta la adicción?”, se pregunta el periodista y crítico cultural, lo que da pie a un minucioso análisis histórico, político, social, estético, tecnológico y semiótico del fenómeno, que el autor presenta a manera de ensayo en Pornografía. Obsesión Sexual y Tecnológica (Tusquets, 2012).  

Formalmente se trata de una reedición del libro del mismo nombre, aunque con diferente subtítulo, que publicó en 2004 el ingeniero y escritor mexicano con ascendencia árabe radicado en Nueva York. Sin embargo, como explicó el autor, la revisión fue mucho más allá de una mera actualización de datos. Por el contrario, sus investigaciones recientes se materializaron en un libro muy distinto; casi en un nuevo libro.

Interesado en el tema desde principios de los noventa, Yehya siguió con fascinación la manera en que la pornografía cambió por completo con la aparición de internet, y eso se plasma en gran parte de su nueva obra.  El libro recién editado fue escrito en la era de Google, Facebook, Twitter, la banda ancha y el Wi-Fi. El primero, en cambio, se creó en un ambiente de bibliotecas y videoclubes, en el que un material pornográfico sólo podía conseguirse mediante pedidos por catálogo y a precios altísimos.

Naief Yehya comenzó a escribir sobre pornografía en 1991, en una columna titulada Garganta Profunda, que apareció semanalmente durante cuatro años en el extinto diario gubernamental El Nacional. “Lo que originalmente era un regodeo frívolo y provocador”, escribe el autor en las primeras páginas, “pasó a convertirse en uno de los temas a los que dedicaría mi interés durante las siguientes dos décadas”.

Además de traducir sus investigaciones documentales al género ensayístico, el autor también se ha servido de su experiencia en el tema para escribir ficción y dar conferencias. Hace unas semanas, Yehya fue invitado a dar una charla en el marco del ciclo Cine y Sexo: la Mirada Femenina, en la Ciudad de México, en la que —contó— se dedicó una buena parte a continuar su cruzada por la desmitificación de cierta información en torno a la pornografía.

Por ejemplo, la idea generalizada de que el negocio pornográfico es un megaimperio, en el que se secuestran señoritas todos los días para generar millones y millones de dólares. “Esos mitos me parecen increíbles a estas alturas del partido; solamente pueden ser creídos por alguien que no se ha enterado de absolutamente nada de lo que pasa en el medio desde hace 40 años”, dijo Yehya  en entrevista telefónica, “y parte de lo mío es desmitificar que el porno es igual a pedofilia, trata de blancas y prostitución. Obviamente hay conexiones, pero es como si dijéramos el automovilismo es la industria de atropellar gente”.

—Más allá de su evidente crecimiento, ¿cómo cambia el fenómeno de la pornografía con la llegada del internet?

—El resultado más impactante es la pornficación de la sociedad, es decir, su estética, su ética, su moral, sus códigos han penetrado en todos los otros ámbitos. Eso es un cambio enorme. Por otro lado, tenemos que la inmensa diversidad de las filias sexuales, que antes eran dominio de expertos y fanáticos, ahora están ahí en lo abierto, al acceso de cualquiera. Esto se puede traducir en una mayor intolerancia, en un mayor temor, en crear nuevos mitos; o bien, puede crear el fenómeno contrario: una gran tolerancia; la idea de que uno no está solo con sus fantasías, que uno no está enfermo, y que por extravagantes que sean tus obsesiones sexuales igual hay millones de gentes que comparten gustos y filias semejantes, incluso más transgresoras.

—Y en su opinión, ¿esa es la situación ideal para el género? ¿Ser tolerado?

—Por un lado sí. Yo creo que la idea de convivir pacíficamente con las fantasías sexuales siempre va a ser mejor que convivir en la culpa, en el terror de ser descubierto. Por supuesto que creo que una sociedad que esté en paz con eso será más sana. Ahora, ¿querrá decir esto que va a que perder su potencial trasgresor; que va a perder su atractivo al volverse aceptable? Puede ser también. Entonces, quizá la solución sea peor que el problema (…) La pornografía es realmente una provocación, un ejercicio de anarquía; por lo tanto, vivir con ella en paz quiere decir vivir con un elemento de transgresión que siempre va a estar empujando las normas. Si no, se convierte en otra cosa.

—¿Cuál es la definición que prefiere de la pornografía?


—Quizá sea esta: la pornografía es un sinónimo para la censura. No define un objeto, no define una cosa, no define una práctica, más bien define una política: una posición de poder ante las cosas.

—¿Qué le atrajo inicialmente al tema?


—Su carácter transgresor. La sociedad occidental en un momento consideró que la libertad de expresión era un valor fundamental en la cultura, sin embargo, una de las primeras premisas fue dónde poner el límite. Y se estableció que una obra podía tener contenido sexual si es redimible, si es arte. Y yo creo que todas las expresiones tienen que ser accesibles porque somos adultos (…) Este asunto paternalista de la cultura me parece muy cuestionable: la pornografía no tendría por qué ser redimida. Existe como tal y por lo tanto puede ser vista. La ley no debe de prohibirla a menos de que implique un crimen real, que actualmente podría ser pedofilia o sexo no consensual.

—Tiene influencia directa de tres culturas: la mexicana, la estadounidense y la árabe, ¿cómo se relaciona cada una con el fenómeno de la pornografía?


—Por la cultura mexicana vengo cargado de toda esta morbosidad siniestra que tenemos los mexicanos: esta fascinación con lo macabro, con la muerte; esa imaginería extrema y delirante que nos encanta, que configura nuestra experiencia y nos hace tan singulares. Por otro lado, el hecho de vivir allá (EU) y desarrollarme en ese medio, me hace una especie de traductor de lo que está sucediendo; y el hecho de los Estados Unidos sea este motor cultural que se apropia de los fenómenos y luego los convierte en productos para venderlos al mundo, es algo muy relevante; que podemos criticar o aceptar, pero no podemos negar. Y la cultura de mis ancestros, de Siria y de Líbano, sería lo contrario: la absoluta represión, la idea de la sexualidad como algo que nada más tiene posibilidad de ser expresada en ámbitos totalmente cerrados; donde la mujer debe ser reprimida hasta la aberración. Esta es una perversión islámica, porque en Las Mil y Una Noches se nos habla de algo muy diferente.

¿Qué piensa cuando se habla de…

Feminismo y pornografía: “el cisma que vino cuando se divide el movimiento feminista en dos: en un movimiento anti-pornográfico y en un movimiento anti-censura. Mientras las primeras deciden que la pornografía es una expresión brutal del machismo, que muestra a la mujer como un ser aplastado por el poder masculino, las otras feministas la consideran una herramienta de empoderamiento; en la que las mujeres se pueden convertir en autoras de su propia historia sexual.”  

Grandes obras pornográficas de la historia: “La gran obra de la pornografía no busca alcanzar la dimensión de una obra cinematografía ni literaria, sino que busca algo mucho más modesto: entrar en resonancia con estas fantasías eróticas que cada quien carga.”

Cíborg y pornografía: “Cíborg es el personaje fundador de toda mi búsqueda y mis intereses. El cíborg está de ambos lados de la pantalla. En tanto que espectador que sincroniza su sexualidad con un dispositivo tecnológico como una imagen en una pantalla, o bien, en tanto que ciertos personajes del porno pueden haber sido modificados por la cirugía plástica para tener ciertos senos o cierto pene. Son seres transformados por la tecnología.”
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