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Federico Solórzano Barreto, adicto a enseñar lo que sabía
A los 92 años de edad falleció ayer el fundador del Museo de Paleontología, un enorme maestro que dotó de saberes al Estado
Federico Solórzano Barreto (1922-2015) nos abandona no sólo el Maestro Emérito y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara (UdeG), también un pionero de la paleontología y la investigación científica en la Entidad, alguien que entregó mucho de su tiempo a diferentes disciplinas científicas y su enseñanza; en su trayectoria, pocos convivieron y trabajaron a su lado como Otto Schöndube (1936), quien fue su amigo cercano y colaborador en varias empresas del conocimiento.
El investigador titular en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) desde 1962 no vacila en señalar que “tanto él como yo, fuimos un poco bichos raros; ya ni recuerdo cuándo fue que lo conocí, pero sucedió al llegar yo a la ciudad, con Isabel Kelly (una pionera de la arqueología en el país), que sabía que el ingeniero tenía una amplia colección de piezas”.
Después, recuerda, “cuando se me pidió que viniera a formar parte del personal del INAH en Jalisco, se planeaba la remodelación del Museo Regional, lo que el ingeniero propició y apoyó; ahí lo conocí más y la institución —que sabía de su sapiencia— le pidió que se integrara como curador en el área de paleontología. Así convivimos casi a diario desde 1973”.
Como la paleontología no era una ciencia que se enseñara en México, Solórzano Barreto “se formó solo, con lecturas y la adquisición de materiales”, dice Schöndube, “por eso muchas colecciones en los museos de la cidad se deben a él. Hubo quien le criticó su afán coleccionista, pero debe recordarse que de no ser por eso muchas piezas se hubieran perdido absolutamente”.
El arqueólogo recuerda que trabajaron juntos en muchos proyectos; “hacíamos una pareja adecuada; y debe destacarse que siempre fue adicto a enseñar lo que sabía, era muy generoso en ese sentido, pero en mi opinión, su mayor aportación fue ser, por largos años, maestro en la UdeG (que ha reconocido su importancia y labor)”.
Asimismo, destaca el arqueólogo, “su casa era una auténtica biblioteca. Aunque ahora la revista ‘Science’ aparece en español, en aquel tiempo sólo nos llegaba en inglés y él tenía siempre afán por traducir los artículos que aparecían allí y trataban sobre el hombre prehistórico; todo el tiempo buscaba términos precisos y yo le sugería no ser tan estricto, pero esos materiales siempre los compartía con sus alumnos”.
Humor y caballerosidad
Por otra parte, rescata Schöndube, “no sé si muchos se lo reconocerán, pero tenía un extraordinario sentido del humor, nos hacía reír mucho; entre quienes nos dedicamos a la ciencia el humor no es infrecuente, pero yo separaría a los que se toman muy en serio y creen que su palabra es la ley de aquellos que son humildes, en mi concepto; Federico era una persona con mucho conocimiento pero, al mismo tiempo, no pregonaba sobre lo que sabía, una humildad que compartía con todos”.
En este sentido, rememora el investigador, “a veces hacía también pequeñas piezas o esculturas diminutas con diferentes materiales, como riéndose de lo que ahora llaman ‘instalaciones’ o arte contemporáneo; las gozaba y les ponía nombres extraños”.
De igual modo, declara el especialista que “fue siempre un caballero a toda regla; no se escandalizaba de las palabras altisonantes o fuertes, pero él se expresaba y se conducía ante las personas con corrección, era atento y muy amable”.
Cariño y respeto
“El ingeniero —así le decíamos y eso fue lo que estudió— no fue autor de obras amplias”, comenta Schöndube, “quizá por eso su presencia en el ámbito más abierto de los especialistas no es tan conocida; participó, eso sí, en algunos congresos nacionales e internacionales, lo mismo que en algunas presentaciones de libros, tanto en el Museo Regional como en la UdeG”.
Mucho es lo que se le debe a Federico Solórzano Barreto y, concluye el arqueólogo, “por todo esto que te he contado, el ingeniero se ganó nuestro cariño; eso es más personal, y hay aspectos en los que no sabría cómo caracterizarlo, pero siempre fue una persona sumamente respetuosa, sobre todo de lo que pensaban los demás, algo que no es poco mérito”.
El gran coleccionista
Por lo que toca a los trabajos del profesor emérito, refiere el investigador que “él analizaba todos los materiales que se llevaban, en parte eso propició que la colección de huesos fósiles con trabajos humanos más amplia que se conoce es la del Museo Regional, se la debemos a él; es un conjunto de anzuelos, agujas, cinceles y demás instrumentos de una época en que la gente no conocía la cerámica ni los metales”.
Como persona, evoca Schöndube, “era siempre muy amable, platicábamos muy a gusto; le encantaba coleccionar pero también viajar y la geología —tuvo una gran colección de rocas y cristales—; después, también reunió un conjunto extraordinario de armas antiguas, tanto de fuego como las denominadas ‘blancas’, aunque cansado de tramitar licencias se fue deshaciendo de ella (pero era muy buena)”.
Por otra parte, continúa, “lo que creo —no estoy seguro— que sigue en manos de la familia es una colección de piezas en rocas que conocemos como ‘de grano fino’ —jadeíta, cristal de roca, amatista— y que no es antigua, pero que reúne trabajos donde artesanos copiaron piezas prehispánicas, que se exhibieron como arte lapidario”.
PERFIL
Grande entre los grandes
Hijo de Don José Ignacio Solórzano Riesch y de Doña Magdalena Barreto Ochoa. Realizó sus estudios de primaria y preparatoria en la Universidad de Guadalajara y se tituló como químico-farmacobiólogo en la Facultad de Ciencias Químicas de misma casa de estudios.
El ingeniero Solórzano Barreto fue profesor de geología, de pre-historia y de geología histórica en la Facultad de Filosofía y Letras;investigador del Instituto Nacional de Arqueología e Historia desde 1973 y curador general del Museo Regional de Guadalajara de 1976 a 1979; también fue curador de Paleontología o Prehistoria en la misma institución luego sub-director y después director del Museo Regional de Guadalajara de 1980 a 1983.
Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de Jalisco, de la Sociedad de Ciencias Naturales de Jalisco y de la Sociedad de Geología de Jalisco.
Publicó estudios acerca de la Prehistoria en el Occidente de México y fue autor de los primeros cuatro capítulos de la Historia de Jalisco, publicado por el Gobierno del Estado.
Fue reconocido por la UdeG con las preseas José María Vigil (1987) y “Fray Antonio Alcalde”, entre otros homenajes. En 1990 recibió el Premio Jalisco en Ciencias y Premio “Quetzalcóatl 1992”, otorgado por el Instituto Jalisciense de Antropología e Historia. El Museo de Paleontología de Guadalajara lleva su nombre.
GUADALAJARA, JALISCO (24/MAY/2015).- Con la desaparición física de
El investigador titular en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) desde 1962 no vacila en señalar que “tanto él como yo, fuimos un poco bichos raros; ya ni recuerdo cuándo fue que lo conocí, pero sucedió al llegar yo a la ciudad, con Isabel Kelly (una pionera de la arqueología en el país), que sabía que el ingeniero tenía una amplia colección de piezas”.
Después, recuerda, “cuando se me pidió que viniera a formar parte del personal del INAH en Jalisco, se planeaba la remodelación del Museo Regional, lo que el ingeniero propició y apoyó; ahí lo conocí más y la institución —que sabía de su sapiencia— le pidió que se integrara como curador en el área de paleontología. Así convivimos casi a diario desde 1973”.
Como la paleontología no era una ciencia que se enseñara en México, Solórzano Barreto “se formó solo, con lecturas y la adquisición de materiales”, dice Schöndube, “por eso muchas colecciones en los museos de la cidad se deben a él. Hubo quien le criticó su afán coleccionista, pero debe recordarse que de no ser por eso muchas piezas se hubieran perdido absolutamente”.
El arqueólogo recuerda que trabajaron juntos en muchos proyectos; “hacíamos una pareja adecuada; y debe destacarse que siempre fue adicto a enseñar lo que sabía, era muy generoso en ese sentido, pero en mi opinión, su mayor aportación fue ser, por largos años, maestro en la UdeG (que ha reconocido su importancia y labor)”.
Asimismo, destaca el arqueólogo, “su casa era una auténtica biblioteca. Aunque ahora la revista ‘Science’ aparece en español, en aquel tiempo sólo nos llegaba en inglés y él tenía siempre afán por traducir los artículos que aparecían allí y trataban sobre el hombre prehistórico; todo el tiempo buscaba términos precisos y yo le sugería no ser tan estricto, pero esos materiales siempre los compartía con sus alumnos”.
Humor y caballerosidad
Por otra parte, rescata Schöndube, “no sé si muchos se lo reconocerán, pero tenía un extraordinario sentido del humor, nos hacía reír mucho; entre quienes nos dedicamos a la ciencia el humor no es infrecuente, pero yo separaría a los que se toman muy en serio y creen que su palabra es la ley de aquellos que son humildes, en mi concepto; Federico era una persona con mucho conocimiento pero, al mismo tiempo, no pregonaba sobre lo que sabía, una humildad que compartía con todos”.
En este sentido, rememora el investigador, “a veces hacía también pequeñas piezas o esculturas diminutas con diferentes materiales, como riéndose de lo que ahora llaman ‘instalaciones’ o arte contemporáneo; las gozaba y les ponía nombres extraños”.
De igual modo, declara el especialista que “fue siempre un caballero a toda regla; no se escandalizaba de las palabras altisonantes o fuertes, pero él se expresaba y se conducía ante las personas con corrección, era atento y muy amable”.
Cariño y respeto
“El ingeniero —así le decíamos y eso fue lo que estudió— no fue autor de obras amplias”, comenta Schöndube, “quizá por eso su presencia en el ámbito más abierto de los especialistas no es tan conocida; participó, eso sí, en algunos congresos nacionales e internacionales, lo mismo que en algunas presentaciones de libros, tanto en el Museo Regional como en la UdeG”.
Mucho es lo que se le debe a Federico Solórzano Barreto y, concluye el arqueólogo, “por todo esto que te he contado, el ingeniero se ganó nuestro cariño; eso es más personal, y hay aspectos en los que no sabría cómo caracterizarlo, pero siempre fue una persona sumamente respetuosa, sobre todo de lo que pensaban los demás, algo que no es poco mérito”.
El gran coleccionista
Por lo que toca a los trabajos del profesor emérito, refiere el investigador que “él analizaba todos los materiales que se llevaban, en parte eso propició que la colección de huesos fósiles con trabajos humanos más amplia que se conoce es la del Museo Regional, se la debemos a él; es un conjunto de anzuelos, agujas, cinceles y demás instrumentos de una época en que la gente no conocía la cerámica ni los metales”.
Como persona, evoca Schöndube, “era siempre muy amable, platicábamos muy a gusto; le encantaba coleccionar pero también viajar y la geología —tuvo una gran colección de rocas y cristales—; después, también reunió un conjunto extraordinario de armas antiguas, tanto de fuego como las denominadas ‘blancas’, aunque cansado de tramitar licencias se fue deshaciendo de ella (pero era muy buena)”.
Por otra parte, continúa, “lo que creo —no estoy seguro— que sigue en manos de la familia es una colección de piezas en rocas que conocemos como ‘de grano fino’ —jadeíta, cristal de roca, amatista— y que no es antigua, pero que reúne trabajos donde artesanos copiaron piezas prehispánicas, que se exhibieron como arte lapidario”.
PERFIL
Grande entre los grandes
Hijo de Don José Ignacio Solórzano Riesch y de Doña Magdalena Barreto Ochoa. Realizó sus estudios de primaria y preparatoria en la Universidad de Guadalajara y se tituló como químico-farmacobiólogo en la Facultad de Ciencias Químicas de misma casa de estudios.
El ingeniero Solórzano Barreto fue profesor de geología, de pre-historia y de geología histórica en la Facultad de Filosofía y Letras;investigador del Instituto Nacional de Arqueología e Historia desde 1973 y curador general del Museo Regional de Guadalajara de 1976 a 1979; también fue curador de Paleontología o Prehistoria en la misma institución luego sub-director y después director del Museo Regional de Guadalajara de 1980 a 1983.
Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de Jalisco, de la Sociedad de Ciencias Naturales de Jalisco y de la Sociedad de Geología de Jalisco.
Publicó estudios acerca de la Prehistoria en el Occidente de México y fue autor de los primeros cuatro capítulos de la Historia de Jalisco, publicado por el Gobierno del Estado.
Fue reconocido por la UdeG con las preseas José María Vigil (1987) y “Fray Antonio Alcalde”, entre otros homenajes. En 1990 recibió el Premio Jalisco en Ciencias y Premio “Quetzalcóatl 1992”, otorgado por el Instituto Jalisciense de Antropología e Historia. El Museo de Paleontología de Guadalajara lleva su nombre.
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