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Fatiga crónica
Comer pepinos a mordidas y con todo y cáscara
Es ésta una más de las decenas y quizá centenas de estéticas masculinas que existen en los alrededores de las colonias Americana, Obrera y Lafayette. No es un chiste: en esta zona hay más estéticas masculinas que tiendas de conveniencia. Las hay junto a notarías (y las hay que parecen notarías), en la misma manzana que escuelas, muy cerca de algún templo y de la que hablo, que está debajo de una papelería y una agencia de viajes. Y también en contra esquina de una escuela.
De las miles de veces que he pasado frente a la estética, nunca jamás he visto a alguien cortándose el cabello. La mayoría de las ocasiones la parte frontal, donde están los clásicos sillones de peluquería, está sola: todo muy limpiecito y acomodado. Los muebles casi nuevos, macetas y arreglos florales por todos lados y varios de esos adornos que bien pueden ser unas ranas en un estanque o una bola de cristal azul-morada de la que emana agua, fuentes de las que se venden en Obregón y que son el regalo perfecto para alguien a quien el terciopelo o la terlenka le hagan conmoverse hasta las lágrimas.
He visto entrar y salir hombres ahí: la mayoría cincuentones y con pinta de abogados. Salen volteando en todas direcciones y muy peinaditos y oliendo a lavanda.
Durante muchos años la estética fue sólo atendida por una mujer, pero desde hace al menos un par de meses ya hay dos o tres mujeres más. Supongo que aquella mujer que atendió sola el negocio (su negocio, supongo también) se cansó o se aburrió o simplemente le fue tan bien que decidió o ampliar la oferta o diversificar las opciones para sus clientes, sabrá Dios qué.
Lo que sí es seguro es que no le va mal, porque si no ya hubiera cerrado, como varios de los negocios que se concentran en esa misma esquina: abren, cierran, cambian de giro. Pero ninguno ha durado tanto tiempo como esa estética.
El lugar siempre fue muy discreto, yo sólo recuerdo haber presenciado una ocasión en la que la señora salió a hablar por teléfono a la caseta de Telmex que está justo en la esquina y lo hizo sin blusa y sin brasier, así: “a pelo”, dijéramos. Pero fuera de esa ocasión en la que o habrá tenido calor o no le dio tiempo de echarse algo encima, la verdad es que cero desfiguros. Bueno, ahora que, acordándome bien, también algunas ocasiones que paso y bajo la mirada (porque siempre hay que estar atento por donde uno pisa) la he visto pasearse por el recibidor de su negocio en calzones. Ella, calculo, no tendrá más de cuarenta años. Y varias obvias operaciones encima que le ayudan a tener todo en su lugar.
Las últimas semanas las nuevas integrantes se la han pasado encima de los sillones de peluquero, literalmente echadas, poniéndose crema en las piernas o pintándose las uñas. Ayer una de ellas se comía a mordidas un pepino, con todo y cáscara, mientras me volteaba a ver. Yo pensaba en la Semana Santa y en que cuando las vea comer no pepinos, sino sushi, pensaré que están listas para abrir su propio negocio en esta industria en franca expansión.
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