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Fatiga crónica
¡Vamos a la Plaza de la Liberación a ver a los brasileños!
Este jueves no estamos de suerte, son más de las ocho de la noche y ahí está el más destartalado de los camiones de Sistecozome que cruje a penas ponemos un pie en el estribo. Las personas que vienen sentadas (en los espacios que hay asientos, porque le faltan al menos unos 10 al hermoso camión) parecen venir de un largo viaje: caras cansadas, arropados y acurrucados como si les esperara un camino de horas y horas.
Me voy hasta al fondo y me paro en un espacio en el que debió haber un asiento. Me doy cuenta de que mientras me subí e inspeccioné acuciosamente el camión, éste no anduvo más de seis o siete cuadras. El tráfico está a vuelta de rueda. Me desespero, pero no puedo hacer nada. Lamento que voy a llegar tarde al concierto de los brasileños en la Plaza de la Liberación.
Mato el tiempo observando a las personas que caminan sobre la banqueta de Hidalgo en dirección, también, al oriente. Me percato de que mientras el autobús dura un buen rato parado, la gente avanza hasta dos cuadras, luego las alcanzamos y volvemos a pararnos. Y así. Concluyo que si fuera caminando, llegaría casi al mismo tiempo que el camión.
Junto a mí se para una chica muy alta y delgada, que al principio creo que es hombre, por como viste, incluso por la colonia Sanborns que se ha puesto encima. Ella me observa y como si me hubiera leído el pensamiento entrelaza sus largos y espigados dedos de una mano con los de la otra y en un alarde de fuerza se truena todos y cada uno de los huesos de los dedos, para luego ir a ponerlas en el mismo tubo en el que se apoyan las mías. Me apena reconocer que mis manos se ven más femeninas que las de ella.
En eso, el camión avanza y me parece que lo hace más rápido, a pesar de que se ven cientos de luces paradas sobre Hidalgo. Al llegar a González Ortega se para y el chofer grita: “los que van al Centro aquí se bajan, porque está cerrado adelante y yo me voy a meter al túnel”. Una señora no termina de escuchar lo que dice el chofer y sale corriendo y gritando con dos bolsas en las manos, como si lo que hubiera escuchado de boca del conductor hubiera sido que el que no bajara a la de tres se quedaría ahí para siempre. Antes de descender observo a un tipo sentado y dormido y pienso en si no iría también al Centro y cuando despierte estará emergiendo por allá por donde ahora el Ayuntamiento de Guadalajara colocó juegos mecánicos, en los terrenos hoy ociosos en donde se iba a construir la villa panamericana.
Camino sobre Hidalgo, como decenas de personas más. Llego a la esquina de Liceo y hay ahí una fila como de treinta policías cuya labor es esculcar detenidamente a todo aquel que quiera “entrar” a la plaza. Me siento como si quisiera entrar a un antro. A las mujeres les esculcan los bolsos y a nadie permiten que ingrese con botellas, aunque no sean de vidrio. Cosa por demás ilógica, si tomamos en cuenta que del otro lado de la plaza están abiertas dos tiendas y ahí se puede adquirir cómodamente cualquier bebida en el envase que uno prefiera. Hasta de vidrio.
La plaza está casi llena, pero se puede caminar entre la gente que ya escucha a Caetano Veloso. Hay mucha seguridad: policías caminando, otros parados en las esquinas, otros en bicicletas y también personal del Ayuntamiento con camisa roja, entre vigilando y vacilando. Hay una zona, del lado norte de la plaza, en donde se instaló una tribuna para personas de la tercera edad y discapacitados. Eso estuvo bien; lo malo es que quedó justo a un lado de los respiraderos del túnel que pasa por debajo y se oye un ruidero.
El escenario está del lado del Degollado, si no hubiera pantallas gigantes la gente vería a Caetano desde aquí muy chiquito (los que lo alcanzaran a ver). Camino hacia el otro lado de la plaza y me sorprendo de ver que en la esquina de Maestranza y Morelos donde durante años estuvo una tienda de artículos religiosos hay ahora un café muy mono. Me acerco a las vallas para ver con detalle el lugar y escucho las pláticas de los policías. “¿Cómo dijiste que se llamaba, éste? ¿Cayetano Velloso? Pues mira, yo he escuchado a varios cantar mejor en changarros de allá de por Juárez; el lunes con Lucero sí va a estar chido”.
Son casi las diez y todavía falta que salgan Gilberto Gil y luego Carlinhos Brown. Lo bueno es que los cuernitos de Alfredo´s siguen abiertos.
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