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Fatiga Crónica

“Si no trae, ahí me lo da para la otra”

GUADALAJARA, JALISCO (26/MAR/2011).- El tráfico por la avenida Hidalgo a la una de la tarde suele ser fluido si viene uno de López Mateos al Centro de la ciudad, sólo hasta pasar Chapultepec: a partir de ahí la situación se convierte en un vuelta de rueda exasperante. Al llegar al cruce con Díaz de León, regularmente se encuentran ahí varios vendedores: de paletas, aguas, dulces, periódicos (y un gay súper delgado y malhumorado que te deja una estampita con un tipo pienso que dice que le ayudes –no con lo que desees, sino con cinco pesos, que es la cuota- y al que si no le das nada, te arrebata de mala manera la estampita) y, por supuesto, los limpiaparabrisas.

Hay uno con rastas, que desde que el semáforo cambia ya ha visualizado a su víctima: generalmente mujer, que son las que –aunque se enojen mucho- dice que ponen menos resistencia.

Hay también una señora que trae con ella a su chiquillo y que lo deja ahí recargado en la pared, en la banqueta, mientras va de auto en auto pidiendo permiso para limpiar. Por supuesto pocas veces consigue cliente.

El más hábil y –por supuesto- el que más gana, tiene años en el oficio: aprendió que no hay que pedir permiso, pero tampoco hay que ser agresivo, simplemente buscar sorprender al cliente, de manera que no tenga forma de decir que no o que cuando lo diga sea demasiado tarde. Y si lo dice, seguir limpiando y decirle: “si no trae, me lo da para la otra”.

Sin embargo, aunque los de este cruce son varios y muy avezados, son los que se ponen en la esquina de esta avenida (Hidalgo, dije ya) con Federalismo, los que han convertido su trabajo en todo un arte.

Trabajan en equipo y lo hacen a dos tiempos: van hacia los que circulan por Federalismo de norte a sur e inmediatamente corren cuando al alto se les ha puesto a los que van por Hidalgo hacia el Centro. Son dos los que atacan: desde que se aproximan ya van descartando (al carro en el que vienen muchos hombres, o que se ve que son estudiantes) y al mismo tiempo deslizando su mirada por entre los varios autos que tienen enfrente. A veces se trata de una latida, muchas otras van sobre las mujeres y de preferencia si manejan solas.

El siguiente paso: lograr poner la esponja o trapo lleno de jabón –de restos de jabón- sobre el parabrisas del lado del conductor, antes de que el conductor pueda reaccionar y diga lo que dicen el 99% de los automovilistas: que no. Muchos dirán, aún con el embarradero de jabón sobre el cristal que no, pero algunos más pensarán, “bueno, pues ya qué”, y comenzarán a esculcarse las bolsas en busca de algunas monedas.
En cuanto alguno de ellos ha logrado salvar este primer paso, como si estuvieran conectados, de manera casi coordinada llegará otro limpiaparabrisas a hacer en espejo la misma tarea de limpieza sobre el lado del parabrisas contrario al del conductor. Cuando calculan que hay tiempo, uno solo se dedica al limpiaparabrisas y el otro se va a la parte trasera.

La tarea está terminada en segundos y al que le han dado las monedas generalmente le propondrá a su ayudante un volado y quien gane se quedará con todo. O repartirán a partes iguales.
Tres o cuatro horas son suficientes para obtener lo que necesitan: en un mal día ciento cincuenta pesos y en uno muy bueno hasta cuatrocientos. No trabajan ni domingos ni días festivos.
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