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Fatiga Crónica
Qué poco les duró la novedad (y anexa la promesa de otra crónica)
Algunos más prefieren las aguas frescas con mucho hielo, la paleta, o la nieve. Pero a todos los que caminan por la plancha de la plaza se les puede ver claramente algún signo del apabullante calor que hace: la cara enrojecida, el ceño fruncido, las gotas de sudor resbalando por la cara a la altura donde terminan las patillas… los termómetros marcan treinta y dos grados centígrados, pero la sensación térmica, ya se sabe, va al menos tres o cuatro grados arriba.
Justo al final de la plaza, donde está el Instituto Cultural Cabañas, se instaló desde hace ya varias semanas una pista de hielo con acceso gratuito, con motivo de los festejos del aniversario de la ciudad de Guadalajara. Aquellos primeros días hubo gente que se vino a formar horas y horas y la cola parecía interminable, sobre todo el primer fin de semana. Pero ahora, extrañamente, la pista está casi desierta: bueno, sin querer exagerar, en realidad sí hay patinadores amateurs dentro, pero nadie hace fila para ingresar, de manera que, mientras hace unas semanas quienes se encargan de trabajar ahí y recibir a los ansiosos invitados a patinar eran muy estrictos al marcar el tiempo en el que los patinadores estaban dentro de la pista (30 minutos, y a veces –dicen– mucho menos), ahora, a unos días de que todo se vuelva agua (bueno, casi todo), hasta les permiten quedarse más tiempo o de plano volverse a formar, pues no, no hay fila ya para entrar.
Alberto, uno de los afortunados en patinar a las tres de la tarde de un día entre semana, según dice, más que nada para refrescarse un poco y quitarse la tentación, el que no haya más afluencia en el lugar ya, se debe a que la novedad pasó y dejó de serlo. “Ya vino la gente de Guadalajara que tenía que venir: los que nunca habían patinado en hielo o los que no tienen para pagar la entrada a la pista de patinaje de Avenida México”.
En esta ciudad en la que las novedades duran muy poco, en la que un negocio puede estar lleno un día y vacío al otro, en la que el que un minibús atropelle y mate a un transeúnte es motivo para ni siquiera levantar la ceja… el que una pista de hielo para patinar gratuitamente se encuentre vacía, no debería de asombrar ni al cronista más asombrable.
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Bajando las escaleras por el lado de la Plaza Tapatía, con rumbo al mercado San Juan de Dios, en la calle Dionisio Rodríguez se convive casi a diario con el flujo lentísimo de tránsito automovilístico, debido a que camiones de pasajeros suelen estacionarse en ambos lados de la banqueta, a lo largo de toda la calle. Son camiones que vienen de fuera de la ciudad, regularmente de municipios del interior del Estado, pero también de estados vecinos; Michoacán, San Luis, Zacatecas, Guanajuato, Nayarit, etcétera. Los camiones salen muy temprano de sus lugares de origen y traen consigo a comerciantes que vienen a surtirse de diversos productos que comprarán a lo largo del día, tanto en el mercado como en los alrededores. Luego de que la gente que viene en ellos come, los camiones regresan a sus destinos de origen, cargados con las mercancías que los pasajeros compraron durante su estadía. Es muy común que si el autobús no venía lleno de su lugar de origen, los choferes aprovechen para intentar llevarse a alguien que ande por el rumbo y vaya hacia donde van. Por eso el letrero pegado en una cartulina rosa, en la puerta de aquel camión, dice: “San Julián, cinco de la tarde, 90 pesos”.
Las calandrias se apretujan a un lado de los camiones, el policía de tránsito batalla con los camiones para instarlos a que “se hagan flaquitos”, los automovilistas que vienen por la Calzada y dan vuelta en Dionisio Rodríguez no saben en la que se han metido. Paciencia, que el tocar el claxon en nada ayudará a descongestionar el lugar, está comprobado.
Más allá, los ires y venires de gente que entra y sale de la estación del tren ligero. Y cruzando Javier Mina, un templo al que se entra sólo para ver una cantidad considerable de enfermos pidiendo ayuda espiritual a su Dios en el altar y ayuda terrenal a quien no está en los cielos. Y a lo largo de la Calzada, en la banqueta, el espontáneo, efímero y sorprendente tendedero de puestos de chácharas. Pero esa ya es otra crónica.
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