Suplementos

Fatiga Crónica

Las fatigosas aventuras de un peatón cualquiera

GUADALAJARA, JALISCO (20/NOV/2010).-  Luego del adelantado puente revolucionario, despierto el martes que sabe a lunes con la angustia de recordar que dos de mis recibos de cobro se han vencido justo en los días de asueto forzado. Y se trata de esos servicios que hay que pagar, sino los cortan: me refiero a la luz y al cable (internet-teléfono-televisión). Cumplo ya más de un mes de peatón, así que para llegar a la Minerva a pagar el cable, debo tomar un minibús en la calle de Morelos. Las tres cuadras que camino hacia ahí, tengo que recorrerlas casi todo el tiempo bajo la banqueta, gracias a que cada vez son más los autos que se estacionan sobre ellas. Como van las cosas, uno de estos días será noticia ver alguna cuadra por aquí sin autos sobre las banquetas. El cruce con la avenida Vallarta me sorprende entre los conductores cada vez más vivos que no sólo se pasan la luz amarilla, que ya la ven como verde, sino también ahora entre los que no esperan a que el semáforo se ponga en verde para arrancar, sino que checan el semáforo del cruce contrario y cuando este se pone en amarillo, están ya metiendo el acelerador, ganando segundos que seguramente ellos sienten les serán recompensados con sabrá Dios qué grandes cosas. Los minutos que uno tiene, como peatón, para “invadir” una vialidad por el sólo hecho de tener que cruzar son cada vez menos y menos; en cambio, los autos se apropian sin ningún llenadero de los espacios que se supone son sólo para peatones.

Llego a Morelos a tomar el minibús ruta 629. Sobre esta calle circulan cuatro modalidades de 629: por supuesto la 629 (que suponemos las parió a las demás, robustas y rollizas), la 629 A, la 629-1 y la 629-2. Y uno piensa, seguramente porque no tendrá otra cosa qué hacer, que porqué, habiendo tanto méndigo número, una ruta tiene que recurrir a tanta confusa ramificación. En fin, me subo a la primera que pasa, pensando que todas llegarán a la Minerva y a medio camino la 629, que en esta ocasión es 1, da un giro a la izquierda que no sorprende a nadie más que a mí y toma avenida La Paz. Pregunto al chofer y me amedrento con una imagen de Jesucristo que lleva pegada arriba de su espejo retrovisor, al que juro se le mueven los ojitos como si me observara. Pues no, no llega a la Minerva, pero casi. Me bajo en Arcos, hay que caminar unas cuadras librando, otra vez, más autos sobre las banquetas.

El ritual de pago en la compañía de cable es el mismo de cada mes: no falta el espectáculo de quien que se exalta, manotea y patalea frente a la impávida señorita que tras el mostrador observa la impotencia de alguien que ya pago y que no van a ponerle el servicio, o al que le están cobrando de más o al que tienen prometiéndole algo que no ha sido y no será. Todo igual, como cada mes: las dos grandes pantallas prendidas en canales exclusivos, la gente sentada, esperando a que la atiendan y una fila para pagar, frente a cuatro cajas de las que siempre funciona sólo una. Cuando me toca pagar recurro al mismo ritual de cada mes: hace como seis meses compré un paquete de canales de HBO que nunca me conectaron, entonces cada mes reclamo que nunca me los pusieron y cada mes me los descuentan. Y supongo que así será hasta que muera.

Salgo de ahí y ahora tengo que tomar la terrorífica ruta 622 (lo digo porque leí hace unas semanas en este diario que era una de las rutas con más accidentes fatales). Subo. Ya arriba procuro sentarme muy cerca del chofer para observarlo. Parece no llevar prisa, maneja tranquilo, ha dado todas las paradas donde se las han pedido y no ha dejado de subir a pasajeros que lo solicitan. Los primeros siete minutos todo bien. Pero las cosas se comienzan a complicar cuando le hablan por el radio. Sí, porque tiene radio de intercomuinicación, quiero suponer que con sus otros compañeros y entonces comienza a platicar cosas inentendibles, al menos para mí (ya se sabe, cosas como hay un 45 en la 61 antes de la Chori por la 83... 8...). A partir de que inició su conversación por el radio, todo cambió: como si sus compañeros lo estuvieran viendo y lo acusaran de medroso (o de marica, pues) para manejar, empezó a conducir como si en lugar de pasajeros trajera sacos de papas, parando además donde le daba su gana y pasándose cuantos altos le daba su gana. Yo, cuando conduzco, me topo con patrullas de tránsito en cada esquina, no sé qué pacto con qué divinidad tendrán estos tipos, que nada que se aparece un tránsito en su camino. Cuando le pedí la parada le sonó su celular ¡y contestó! Mientras me bajaba lo vi hablar por celular y seguir la conversación por el radio. Arrancó. ¿Cómo logró hacer las tres cosas? Le evolución de las especies es sabia: los conductores de minibuses, en unos años, nacerán ya con tres brazos, lo sé.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando