Suplementos

Fatiga Crónica

Ramiro en bici, Miguel sin bici: la misma ciudad, andada de dos maneras

GUADALAJARA, JALISCO (03/JUL/2010).- Ramiro se sube en su bicicleta luego de haberla bajado del cuarto piso del edificio donde vive. Antes la dejaba en la planta baja, amarrada con una cadena, pero se la robaron, por eso prefiere -por incómodo que resulte- subirla y bajarla diario, al menos un par de veces al día. Alto, espigado, vestido casi siempre de negro, su bicicleta parece haber sido comprada con el cuidado necesario para que combinara perfectamente no sólo con su indumentaria diaria, sino con el porte de un académico de la universidad.

No son muchas las cuadras que recorrerá: hará una parada en el puesto de periódicos de los Hermanos Ceniza, de Morelos, esquina Américas, y después hacia la zona de la Minerva.

Como es viernes, el tráfico es particularmente intenso, por eso Ramiro prefiere pedalear por la banqueta, siempre y cuando la impertinencia de algunas personas se lo permita: todo mundo sube su auto a la banqueta y hay tramos en los que es prácticamente imposible circular.

Una cuadra antes de llegar al puesto de periódicos, Ramiro tiene que maniobrar hábilmente en medio de un minicongestionamiento, lo que lo hace pegarse en la cintura con el espejo lateral de un auto. Si no escucha las mentadas del conductor ofendido, que vio el detalle como una afrenta, es porque lleva sus audífonos puestos.

Luego de comprar el periódico, se apresta a meterle más velocidad a los pedales, pues advierte que ya se ha hecho un poco tarde, de manera que al circular por Morelos, se da el lujo de pasarse varios altos, bajo la mirada de conductores y peatones ante los que su sombrero, algo exótico, no pasa desapercibido.

Ramiro se siente orgulloso de no utilizar su auto mas que muy de vez en cuando (sólo cada semana, cuando tiene que ir “a la Wallmart”, dice) y llegar a su trabajo subido en un medio alternativo, lo que le ha valido no sólo la admiración de varias de sus compañeras, sino un par de entrevistas en periódicos y revistas locales.
Lo que no le había dado su carrera, en la vida, se lo está ahora dando su carrera, sobre la bicicleta.

II

Miguel llega todos los días a su trabajo, ubicado en la colonia Americana, más temprano de lo que debía, para alcanzar a encontrar un buen lugar dónde estacionarse. A Miguel no le desagrada la idea de andar en bicicleta, como muchos de sus compañeros de oficina, sólo que por ahora ve varios inconvenientes: vive cerca de la barranca de Huentitán, por lo que venirse en bicla a su trabajo le supondría tener que recorrer al menos media ciudad; suda muchísimo, por lo que estima que llegaría completamente impresentable a desempeñar su labor diaria y, no menos importante: la pancita, supone él, le estorbaría un poco en eso de pedalear. Por eso ahora, mientras camina hacia el puesto de periódicos, luego de haber estacionado ya su auto y disponer de al menos media hora, piensa que está metido en un círculo vicioso del cual no sabe cómo salir: quisiera andar diario en bicicleta para bajar la pancita, pero sabe que si se sube a la bicicleta, con esa pancita, no podría fácilmente pedalear. En esas está, cuando lo saca de sus pensamientos el grito de un automovilista que le mienta la madre a un ciclista que pasó tan pegado a su auto, que le alcanzó a testerear su espejo lateral.

Ya de regreso a su oficina, caminando por la avenida La Paz, va leyendo el diario, al tiempo que lentamente camina por la banqueta. Justo al llegar a la esquina de General San Martín una mujer que subida en su bicicleta venía circulando a gran velocidad, al dar vuelta, ha estado a punto de estampársele irremediablemente de frente. No fue así debido no tanto a la habilidad de la ciclista, sino a la suerte que, nunca se sabe, o nos favorece o nos desfavorece, a la vuelta de cualquier esquina.

Luego de ponerse el diario bajo el brazo y de secarse las diminutas gotas de sudor que le han comenzado a brotar de la amplia frente, Miguel no puede evitar el pensar en la impertinencia de ciclistas como esta y otros con los que se topa a diario cuando maneja, pero sabe que, al menos en estos años, es políticamente incorrecto siquiera pensar en levantar un dedo hacia alguno de ellos. Miguel sabe que no todos son así, que los “viejos ciclistas”, los que no se han subido sólo por moda, sino que viven desde hace años montados en ella por necesidad, cuando circulan por la ciudad, lo hacen respetando señalamientos y, principalmente, al peatón. Como el taquero de López Cotilla, con su gran canasta de tacos sudados, al que ahora le pide una orden con todo, mientras piensa que se los comerá en honor a la mujer que hace minutos ha estado a punto de atropellarlo.

Y mientras su pancita crece, la bicicleta, al menos por ahora, tendrá que esperar un poco más.
Ya qué.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando