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Fatiga Crónica

Ser la mujer más feliz de la tarde o el cerdo más infeliz de la noche (ésa es la cuestión)

GUADALAJARA, JALISCO (26/JUN/2010).- La mujer que va entrando a esa casa de la colonia Providencia, con una mochilita azul en la mano, lleva todas las esperanzas puestas no en que gane el partido contra Argentina la Selección Mexicana, sino en haber bajado unos gramos de peso aunque sea, de antier a hoy.

Le ha costado mucho trabajo encontrar un lugar dónde estacionarse y a pleno medio día, con este Sol apabullante, ha sudado mucho. No le pesa caminar tres cuadras y sudar más todavía, pues quizá en esas últimas gotas de sudor que ahora resbalan por su rostro maquillado, se vayan más gramos de peso, milímetros menos de cintura, grasa que entró muy fácilmente y que no quiere salir así de fácil, sabrá Dios por qué.

A la entrada, siempre las empleadas de limpieza trapeando, limpiando, saludando. Y en la salita de espera, algunas sillas como las del Seguro, pero negras, sirven para que los que acompañan a las mujeres que van al tratamiento, esperen ahí, leyendo, viendo una televisión apagada o mejor: observando lo que hacen, detrás de un par de escritorios, cinco mujeres que están en un espacio donde deberían caber sólo dos.

La mujer que suda, que sufrió para estacionarse y que lleva sus esperanzas puestas en aquello, sube ahora por unas escaleras al segundo piso, donde ya la esperan las doctoras para pesarla, medirla y después darle el resultado que la hará la mujer más feliz de la tarde o por el contrario, la convertirá en el cerdo más infeliz de la noche, ya se verá.

Mientras, unos ojos curiosean desde la sala de espera y unos oídos se afanan en escuchar lo que dicen las cinco mujeres detrás del escritorio donde sólo deberían caber dos.

Las cinco son esbeltas, las cinco tienen el pelo planchado y voltean al mismo tiempo cuando alguien entra o sale del lugar. Hablan demasiado bajito cuando una mujer con un cuerpo escultural baja las escaleras, apenas y voltea a verlas y ya casi a punto de poner un pie fuera, deja salir un “hasta luego chicas” que les llega demasiado barato para sus cánones de buena educación. No hace falta saber leer los labios, basta con observar bien sus gestos, sus risitas apagadas y su intercambio de miradas cómplices, para descifrar lo que están diciendo.

Y entre la tijera veloz y espontánea, hay que trabajar: por eso levantan la bocina del teléfono, marcan un número y cuando contestan, si es que contestan, hay que verlas convertirse en las mujeres más dulces del universo, preguntando que si ya se decidió por el tratamiento, que si ya se convenció del método, que si quiere unirse a la amplia legión de quienes son ahora más felices porque tienen menos peso. Y hay facilidades y hay plazos y existen las benditas tarjetas de crédito, aunque luego, unos meses después, haya que maldecirlas, porque para qué existen.

Y así, una llamada tras otra, cinco al mismo tiempo, toda la mañana y toda la tarde.
En la salita de espera un despachador de agua, una maceta, la televisión apagada y encima de un mueble dos pequeños objetos que llaman la atención más de la cuenta: del lado izquierdo un horrible sapo dorado que tiene el hocico abierto y al que le han colocado ahí, en esa abertura, una moneda de cinco pesos y del lado derecho un dragón chino.

Han pasado ya 40 minutos, docenas de llamadas, mujeres que entran y salen, suben y bajan (hombres también, aunque muy pocos para hacer legión), risitas, miradas, saludos efusivos y un puño de hipócritas sonrisas y la mujer que traía todas las esperanzas puestas, baja las escaleras con una sonrisa que parece no se le va a acabar nunca. No sabemos si fue culpa del sapo (la culpa no es de la estaca, el sapo salta y se ensarta) (taca-taca-taca-ta-taca...) o del dragón chino, o de las bendas, las cremas y la dieta, pero ella se va con un centímetro menos de cintura y medio kilo menos de peso.

Se despide de las cinco mujeres que la observan mientras se aleja, que la observarán hasta que se pierda de su vista, ella ya convertida en la mujer más feliz de la tarde, aunque sea por una tarde.
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