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Fatiga Crónica

Todos tenemos (aunque no queramos) un Richie Hawtin en nuestra calle

GUADALAJARA, JALISCO (197JUN/2010).- Quien lo ve, pequeño, con sus ojitos como de hámster hambriento, delgado, piel morena curtida por el sol y cierta inocencia que ha aprendido a colgarse encima, no acertaría a adivinar que es el dueño de al menos cuatro cuadras de la colonia Lafayette.

Llegó más o menos hace unos seis años, nadie lo notó del todo, porque hasta eso, suele ser discreto y no es escandaloso. Hoy no es ni la sombra de lo que era entonces. Porque cuando llegó no portaba reloj, ni traía dos celulares, ni solía vestir botas y chamarra en época de lluvias, vamos, ni traía bicicleta. Hoy suele llegar en una motito (como en la que se sube en algunos capítulos la Pantera Rosa) y a nadie le extrañaría que un día de estos llegara en auto.

Es, para quien todavía no lo ha adivinado aún, el “apartalugares”, el “viene-viene”, el “lavacoches”  de la zona. Es... llamémosle Richie Hawtin.

Una de las virtudes naturales que más le sorprende a quienes lo conocen y a quienes lo conocieron desde que llegó, es su capacidad para estar en todos los lugares en el momento preciso. ¿Cómo le hace para estar lavando un auto en avenida La Paz y de repente estarle “echando aguas” a uno que va a estacionarse por Simón Bolívar? Misterio. Hay quienes pensaron que eran varios, al menos dos. Pero no, está visto y comprobado que no, que es sólo uno y que ha logrado ya dominar el don de la ubicuidad.

Quién sabe qué don también tendrá  en sus palabras que ha terminado por convencer a la gran mayoría de empleadas que trabajan por el rumbo, de que sus autos deben ser lavados y custodiados por él. Quién sabe qué artimañas, favores o concesiones (o quizá simples simpatías gratuitas, como el descubrir que los padres de ambos son de Zapotiltic) ha tenido que hacer con los abogados del extraño despacho de por Simón Bolívar (en el que más bien parece que venden tostadas por docena), que lo han dejado tener ahí su centro de operaciones. Porque el Richie Hawtin hoy, aparte de su motito y su bici tiene ya una colección de cubetas, más de una docena de franelas, herramientas varias, y quién sabe qué más chucherías que le sirven para conquistar a sus clientes.

El Richie Hawtin trabaja al menos doce horas al día: llega como a eso de las ocho de la mañana y se anda yendo cuando el sol comienza a ocultarse. Los sábados a veces viene por las mañanas y nunca se la ha visto en domingo. Muchos creen que es monaguillo en la iglesia de su barrio, pero nadie sabe con certeza dónde vive. En cambio él, sí sabe no sólo donde vive o trabaja cada uno de los que se mueven por estas cuadras, sino a qué horas entran, salen, cuántos son y hasta qué compran, porque, acomedido él, termina cargándole las bolsas del supermercado a las señoras que se dejan. Su constancia, perseverancia y gusto por el trabajo muy seguramente le han dado frutos, muchos están a la vista (ya no anda con la ropa luída, deslavada o rotita, ya hasta parece uno más de los abogados del despacho donde le dejan guardar sus cosas) y otros seguramente los guarda muy celosamente. Eso sí, sigue fumando los mismos cigarros (Delicados) y cuando aspira el humo, sus ojitos los entorna, como si quiesiera ver las placas del auto que va a tres cuadras, y se le hacen aún más chiquitos.

Otra cosa que ha sabido hacer muy bien es controlar su territorio: cuanto "viene-viene" anónimo intenta llegar por estos lugares es advertido de que la ciudad es grande y que estas cuadras él las vio primero. No tiene competencia, ni parece que la tendrá.

A nadie le extrañaría que un día de estos el Richie Hawtin dé facturas por sus servicios. Lo que sí extrañaría sería llegar, estacionarse y no verlo cerca, como si fuera domingo o enterarse de que, efectivamente, ya compró estas cuatro cuadras de la colonia Lafayette
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