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Fatiga Crónica
El santuario de las muestras médicas
Don Rulo (que así se quiso llamar sólo para efectos de esta crónica) vive a cinco cuadras del Santuario. Vendía seguros y un día, hace algunos años, un compadre le propuso un negocio: que le prestara un cuarto de su casa, para almacenar ahí unas cajas de medicina que le iba a vender su cuñado que trabaja en un laboratorio clínico. Don Rulo siguió vendiendo seguros y viendo cómo su compadre desplazaba sus productos gracias a varios de los jóvenes que por las calles del barrio ofrecen medicinas. Un día Don Rulo se enteró que su compadre ganaba hasta mil pesos diarios e intentó cobrarle por la renta del cuarto, pero su compadre le ofreció que mejor se asociaran: él pondría la medicina y Don Rulo los cuartos para almacenarla y a sus dos hijos para vender el producto directo, sin intermediarios. Hoy la familia de Don Rulo y la familia de su compadre, todos, viven de la venta de medicinas.
El "Gera" tiene diecinueve años, no terminó la prepa y hace más de dos años se quedó sin trabajo porque la planta industrial en la que trabajaba cerró. Un amigo que conoció en el trabajo le platicó que su hermana le había dicho que en el Santuario, vendiendo muestras médicas, se podían sacar hasta quinientos pesos diarios, trabajando unas ocho horas. Al "Gera" le brillaron los ojitos, pues él en la planta ganaba tres mil quinientos al mes. El "Gera" platica que al principio fue difícil que "la bola" lo aceptara, pero cuando vieron que jugaba fútbol muy bien en las cascaritas, se empezó a ganar el respeto de todos. Lo único que tiene que hacer es estar atento, acechando tanto a las personas que pasan a pie, como a las que llegan en auto. Dice que hay que tener un olfato, un sexto sentido para saber, primero, quién viene por medicina y, segundo, qué tanto se le puede "sacar". Sin dejar de mirar a todos lados, el "Gera" dice: "hay quien sólo trae lo justo para la medicina y pues ahí ni cómo, pero vienen muchos que sólo comprarán por una ocasión o que no les importa si son treinta o cincuenta pesos más, o menos; lo mismo te llevas diez o veinte pesos en una conseguida, que cincuenta o cien". A este negocio el "Gera" sólo le invierte tiempo, no más de seis horas al día; "nomás hay que ir por el cliente, conseguir que te diga qué quiere y saber en qué casa puedes conseguir qué medicinas, porque no todas tienen cualquiera". Después de casi tres años de trabajar en las muestras médicas, el "Gera" ya está pensando en comprarse un cochecito, para no tenerse que ir diario hasta Polanquito en camión.
Don Héctor no conoce ni a María Luisa, ni a Don Rulo ni al "Gera", a pesar de que ha vivido toda su vida en el barrio del Santuario. Todos los días batalla con la basura que le dejan en su puerta, con el olor a orines y con la bulla de los vendedores de muestras médicas, mañana, tarde y noche. Lo único que pide ahora es que el gobierno deje de ir a hacer cateos a la zona, "porque no pasa nada, no se arregla nada, al contrario, como mala yerba, entre más vienen a hacer operativos, más crece y crece la oferta; ya llegan hasta Federalismo".
Y sí: quizá llegará el día en que no haya necesidad de ir al Santuario, sino simplemente salir de casa para escuchar en la propia banqueta: "¡medicina, medicina!, ¿de cuál buscaba?".
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