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Entre las piernas
Damos gracias
El caso es que yo también doy gracias, no por el pan, sino porque se está acercando el fin de los Juegos Panamericanos que probablemente han sido super geniales para muchas personas, pero para mí se han convertido en un calvario, por aquello del tráfico (porque yo sí he visto tráfico en la ciudad), las calles cerradas, los enormes rodeos que tengo que dar para ir o venir de un lado a otro, y saber que he pagado todo un mes de escuela para que mi hijo no asista a ella durante dos largas semanas, más las complicaciones que esta situación implica.
Me he enterado de algunas cosas que han sucedido en los dichosos juegos, como las medallas que ha ganado México y detallitos del Fan Fest, que apenas pudo reunir a cinco países. Estaría muy mal que no supiera nada teniendo tan cerca a quienes se están fletando la cobertura y edición de la sección que este diario ha presentado desde el inio de los Panamericanos.
Además, claro, como muchos otros he sido testigo de lo maravilloso, espero que se entienda el sarcasmo, que ha sido el programa cultural de tan importante justa deportiva; no quiero ni imaginar qué se tiene planeado para los Juegos Parapanamericanos, aunque supongo que simplemente será una repetición de las cosas espantosas que ya se han presentadas.
Entre estas cosas espantosas, desde mi muy refinada percepción, tengo atorado en el estómago (todavía) el malestar que me dejó ver Calígula, en el Teatro Degollado, durante la inauguración de los juegos.
¡Qué cosa tan espantosa! No me explico cómo es que el “Mosco” se sumó a ese proyecto tan abominable (o abobinable, como dice una amiga, cosa que es todavía peor). Entiendo que hay proyectos a los que uno no se puede negar, quizá porque representan un reto o porque tienen un no sé qué, que qué sé yo. Pero cuando se ve todo el contexto, pues es mejor echarse atrás, ¿no?
En fin... la obra me pareció terrible. Sabía, en lo profundo de mi corazón, que sería algo medio desagradable, pero jamás imaginé que tanto, lo cual me parece una pena, porque sin duda Calígula es un personaje interesante y el texto de Albert Camus por supuesto que también lo es. La nota mala queda en lo ultra melodramático de las interpretaciones de la mayoría de los actores (se salvan para mí Carlos Hoeflich y Marco Orozco, así como la iluminación de Rosa María Brito). En verdad prefiero ver La usurpadora, con Gabriela Spanic y Fernando Colunga, en la televisión, que volver a chutarme los 40 minutos que mi ser fue capaz de soportar aquel terrible viernes.
Recuerdo que al salir velozmente del teatro aquel día, pensé que no podría haber nada peor en el programa cultural de los Panamericanos; es terrible darse cuenta que siempre lo hay. Me refiero obviamente a la presentación de Mariachi con tequila, una ofensiva -me atrevo a decir- representación de la cultura mexicana, ¡hecha por mexicanos!
¿Cómo es posible que hayan cobrado hasta más de mil pesos para ver semejante barbaridad?
Una obra en la que, parece, había la consigna de meter a como diera lugar todo lo que hay en este bonito país, como para demostrar que realmente somos como nos imaginan en otras latitudes.
El tequila, los mariachis, la muerte, los ídolos, la danza, la alegría y el folclor de los mexicanos... ¡Arre! Todo eso, pero mezclado “a fuerzas”, como dicen por a’i. Porque todo tenía que caber en el jarrito, ¿no? Ni siquiera tengo ganas de profundizar en esto.
“Memo, perdón... pero ¿por qué lo hicistes, mijo?”, le pregunto a Guillermo Covarrubias con la voz de mi pensamiento.
Gracias señor secretario de Cultura (Alejandro Cravioto), por mostrarle a los visitantes -que pido a Dios no hayan ido a ninguna de estas funciones- lo peor que tenemos en la ciudad en lo que respecta al teatro.
También agradezco a las otras agrupaciones que continuaron con sus funciones; espero que a ustedes les haya ido bien en esta temporada. Gracias también a Miguel Lugo por guardarme un lugar para ver Partida, y gracias (poco agradecidas) a quien colaboró para que yo no pudiera asistir a esa función.
lexeemia@gmail.com
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