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GUADALAJARA, JALISCO (21/MAY/2011).- Ayer me eché un chapuzón en el recuerdo (con este calor, ojalá hubiera sido en una alberca), y es que a raíz de las mesas de diálogo que están realizando integrantes de la comunidad escénica, me vino el recuerdo de otros actos de esta índole que se han realizado en la ciudad en años pasados.

El hecho es que todo este asunto del enfrentamiento entre autoridades culturales y artistas escénicos, es una situación que se repite una y otra vez hasta el cansancio. La diferencia es que se suman algunos nombres, pues otros se han mantenido desde hace… digamos 17 años, que es el tiempo en que de alguna forma he estado ligada a estos parajes.

He estado pensando en esto desde que se dio el inapelable fallo para integrar a la Compañía Estatal de Teatro, incluso desde la conformación de la Compañía de Danza Clásica y Neoclásica de Jalisco. Pero si hago más memoria, tendría que pensar en eventos como el Festival Onésimo González o simplemente en la forma en que se administran los espacios teatrales.

En fin… hay tantas cosas que suceden en esta ciudad, tantos proyectos que se desarrollan, iniciativas que se ponen en marcha o se quedan sólo en eso, que han dado por resultado una erupción –por así llamarla– en la conciencia de los hacederos de las artes escénicas, estableciendo más tarde equipos de trabajo, o de simple queja, para mostrar a las autoridades su inconformidad por tal o cual cosa.

En esto estaba pensando, cuando vino a mi mente una figura que resultó un tanto polémica en la ciudad, me refiero a Raúl Dopico, quien propuso la creación de la escuela de teatro y más tarde se convirtió en su director y probablemente a partir de entonces en blanco de serias críticas. Claro que él tenía lo suyo, sí cómo no… no es que se haya visto inmerso en la polémica por pura suerte, también dio mucho de qué hablar. Me acuerdo que en aquel entonces (1995, quizá), la comunidad teatral –en este caso– se unió en dos bandos: uno para apoyar al director de escena cubano y otro para hablar pestes de él. Entonces se desarrollaron foros, mesas de diálogo que no llevaban a nada más que el desahogo de los que ahí estaban inmersos.

Hubo otro brote –a finales de 1994, si mal no recuerdo–, cuando a Rafael Sandoval, entonces director de la Compañía de Teatro de la UdeG, se le ocurrió la brillante idea de que el Teatro Experimental de Jalisco (TEJ) debía llamarse de otra forma: Teatro Fernando Calderón, en honor al dramaturgo jalisciense, autor de A ninguna de las tres. Incluso se tenía ya la placa para hacer efectivo el cambio, con la venia del gobernador del Estado (Carlos Rivera Aceves). El caso es que se armó un “despapaye” y Jorge Díaz Topete, presidente de Teatristas Unidos de Jalisco por aquellos gloriosos años, entregó una carta de protesta al Congreso del Estado y al final no se hizo tal cambio.

Me parece que estos casos muestran las dos caras de la moneda; es probable que los problemas en las artes escénicas continúen, que sigan los brotes entre funcionarios y artistas, que siempre haya algo que no nos guste (por ejemplo, a mí me molesta que no haya claridad en cuanto a la programación en los espacios teatrales, me gustaría que se definieran días o sitios para grupos jóvenes y consolidados); sin embargo, vale la pena abordar los temas, por eso aplaudo las mesas de diálogo que se celebran en la casa de Al Teatro en Bici y confío en que habrá cambios gracias a éstas, tal vez no grandes transformaciones, pero me basta con saber que es posible dejar de establecer distinciones entre el teatro, la danza y los títeres… al final de cuentas, todos estamos inmersos en la misma comunidad.
lexeemia@gmail.com
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