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Diario de un espectador
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Recomendaciones. En el bosque tupido, o en el intrincado matorral si se quiere, que forman en el tiempo que corre las solicitaciones de los campos de la literatura, la música, el cine y tantas cosas, resultan invaluables las señales que orientan y ubican, que distinguen y hacen encontrar lo interesante, lo insólito, lo que hace valedera la excursión. Gabriel Zaid lo escribió recientemente: “La recomendación creíble es un tesoro”. Compartir hallazgos, hacerlo sobre una base de inteligencia y solvencia intelectual, de curiosidad atingente, es una de las más fértiles maneras de fomentar la cultura, la educación, el simple disfrute. Sea una gran obra literaria olvidada o revisitada, una exposición, una película, algún edificio, una música, una perspectiva: testimonios y señas del país imposible que se busca. Lejos del paraíso.
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Una recomendación pescada al vuelo de las señales del radio: Una canción de Conor Oberst, de cuyas cadencias folk de largas y entrañables resonancias quedan estos versos:
Hay prestamistas dentro del templo
el tigre del circo va a romperme el corazón
algo tan salvaje vuelto de papel
si te quisiera, bueno, será mi culpa.
Hay prestamistas dentro del templo
la ciudad de cristal se va a derrumbar
cuando todo su poder se vuelva papel
si te quisiera bien que será mi culpa.
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Fuerzas básicas: formas del dibujo reciente en Jalisco. Una interesante, estimulante exposición que sucedió en el Museo de la Ciudad. Revisión, a la luz de los años pasados, del imaginario y de ciertas obsesiones que distintas generaciones van enlazando. Dibujo: cartografía que una línea traza sobre el imparable río del tiempo. Presencias de hace mucho y sangre nueva, trazos reconocibles, propuestas inesperadas. Dice Lorena Peña, la curadora de la muestra: “Cualquier punto rasga, cualquier destello es línea y forma. Para Balzac el dibujo no existe, no el plano de lo real, no en las formas de la naturaleza en donde todo está ‘lleno’. Esta inexistencia es la que hace libre y prolífico al dibujo; arma punzante de rápido alcance para decir el mundo y el ahora”. Así, en uno de los límites, Francisco Ugarte dibuja unas letras rápidas que dicen, en inglés, la nostalgia por dar cuenta, con la mano y la línea, del mundo y su belleza: certero recordatorio de la deriva y la incertidumbre del arte de nuestros días, y a la vez, homenaje y muestra de la caligrafía, dibujo esencial. Dibujos, grafismos, muescas: sobre la línea severa de la escalera del museo, un tapiz espléndido dibuja por otros medios los peces que tanto poblaron la obra de Juan Soriano. Fuerzas básicas.
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Certidumbres. Las líneas van y vienen por las pantallas. Barcos en la noche, navegando bajo el mismo y distinto cielo. Dicen unas líneas: W.S. Merwin relata en un poema memorable cómo le preguntaba a su maestro Berryman la manera de saber si lo que escribía servía de algo. “No sabes, nunca sabes/ te mueres sin saberlo”, respondía el viejo, “si tienes que saberlo/ no escribas”. Otras líneas, desde otra latitud, agregan: “La incertidumbre es lo que nos hace individuos, pues la certeza, lo que a bien sabemos, nos hace iguales a todos”. Indiferenciados e inertes, o marcados por el hierro de la duda, activados por la gravitación del movimiento. Construcción de caminos, cimiento para lo nuevo, espuela para hacer posible el viaje: la semilla de la incertidumbre da fruto solamente bajo la intemperie de la posibilidad y el riesgo. Y sólo así aspiramos, al final, a la justificación y la gracia.
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México: el jardín volador hace sentir su ausencia frente al bosque ensombrecido. Curioso como un cierto follaje, un resplandor modesto, transfiguraba el paisaje de una calle desapacible, asediada por el tráfico. Desfila la ciudad a lo largo de kilómetros de congestión y ruido. Cuartos destartalados de moteles de paso emiten la luz helada de televisiones indiferentes; un poco más allá dos velas en el fondo de una iglesia desierta preguntan algo que nadie podrá responder; cuatro niños caminan y brincotean sobre la banqueta: muelle en el que no recalan los barcos que sus invencibles años merecen; el cielo anochecido exhibe las innumerables carteleras insolentes: plantas salvajes que van creciendo como una maleza que todo lo amenaza y lo confunde. México respira y dura, los cerros coronados de antenas, los volcanes invisibles, las piedras “color de sangre seca”, toda la densa congregación de voluntades e intentos que ha dado forma a esta ciudad prodigiosa, van adentrándose en la noche. Desde el avión, la ciudad es una nave inmensa que cruza el aire quieto.
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Sobre el pizarrón que preside el restaurant de tantos días, unas líneas de Vicente Quirarte recuerdan:
Quien ama debe mirar largo tiempo el mar,
las olas más altas, más celestes,
las de más complicada arquitectura,
son las que rompen con mayor violencia.
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