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Diario de un espectador
jpalomar@informador.com.mx
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Tacubaya a través de los años sigue develando sus rincones, las empeñosas avenidas del agua, las huellas de minas que fueron, de huertas perdidas y de humilde e invencible vida de barrio varias veces centenario. Un aguerrido grupo de estudiantes de la Universidad de Arkansas trabaja desde los talleres de la casa de Luis Barragán en entender la zona, en interpretar su raíz, en dar nuevos espacios a la gente. Pía Sarpaneva y Humberto Ricalde guían los procedimientos. Ninguna computadora: todo se dibuja, una y otra vez, con precisión y oficio, a mano. Pía explica el método con un proverbio chino: “Oigo, y olvido; veo, y recuerdo; hago, y entiendo”. Antes de esta etapa el grupo pasó semanas de viaje por el país, viendo, procesando, entendiendo. Siguiendo el célebre dicho del propio Barragán: “Ya no se preocupen tanto por ver lo que yo hice, mejor vean lo que yo vi”. Unas grandes láminas dibujadas a lápiz dan cuenta de todas estas búsquedas. Sorprende, e ilumina, todo lo que así se puede hallar.
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Eliseo Alberto. En el facebook: “Hernán Bravo Varela recuerda una décima de Nicolás Guillén que oyó muchas veces en voz de Eliseo Alberto de Diego (1951-2011):
Aquí estoy, oh tierra mía
en tus calles empedradas
donde de niño, en bandadas,
con otros niños corría.
Puñal de melancolía éste, que me va a matar,
pues si alcancé a regresar
me siento desde que vine
como en la sala de un cine:
viendo mi vida pasar.
Descansa, Lichi querido”.
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Papalote aparecido: pasa la tormenta de la otra noche, amanece el jardín con las huellas de sus andanzas. Entre las hojas de la palma, enredado en un hilo breve, sobrenada un pequeño papalote a medias destrozado por el temporal. De qué llano vendrá, cuál jardín o mínima plaza lo vio levantarse desde la mano del niño. Luego el vendaval lo arrastró, lo volvió agua y sombra a media ciudad anochecida. Descansa el papalote en un rincón del taller ahora: dice desde allí el asombro y la gracia que nomás los niños conocen.
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La adicción a Juana. Pocos discos soportan la fatiga de oírlos vez tras vez sin provocar enfado. Jane’s addiction es una de las mejores bandas de rock que han sido.
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El temple. Así se llama el último libro publicado por el poeta incombustible –inveterado viajero pulido con el soplete despiadado del tiempo- Francisco Martínez Negrete. De largas raíces tapatías, de viejas y nuevas confluencias. Un poema de tema taurino, leído hace muchos años en el desaparecido Sábado de Unomásuno, vuelve ahora al oir esa cualidad que tensa y guía la mano del diestro: el temple. Mucha agua ha pasado, queda intacto el fuego:
Luego viene el bajón de la prendida fiesta desciendo al albañal: la huida de la novia y los amigos la oscura soledad del apestado el descenso cabal al inframundo la música funérea que deja lo perdido las sombrías presencias de ultratumba el delirio y su roedor aleteo de cristales la caída en la horrenda bocaza del vacío la desintegración en la locura (derretido cerebro/ corazón chamuscado) y –al punto de la muerte- la mano salvadora.
Paco continúa, brilla el diamante, dura interperrito: surcado por visiones/ abrir la boca y oficiar naufragio. Eso dice. Entre tantas cosas indispensables que el poeta entrega con este libro (publicado por Ediciones Sin Nombre), hay que escoger algo. Va el poema que lleva el título del volumen:
El temple
En tus ojos el cielo se desgarra
entre el zoológico urbano
y la bisutería de recuerdos felices
que un día fueron reales hoy fantasmas
algo rasga la fronda de tus días
se abre paso con furia del incendio
con la certeza firme del quebranto
para templar el hierro de tu rostro
y craquelar tus iris en lágrimas
quizá tu vida tu muerte tu amor
o todo ello.
O un fragmento:
aturdidos y ahítos ante el mundo
ante su vendaval
para olvidar entre ráfagas y ruido
la desnuda tristeza animal el fondo el frío
que dejamos quienes vamos a morir.
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