Suplementos
Día 5: Country, paisajes y beisbol
Caravana de Mazda por las carreteras de Norteamérica
Fue un maratón de música country en la radio y de ver cómo los paisajes, hasta entonces iguales entre Texas, Arkansas y Tennessee, iban cambiando hacia mejor en Kentucky, con colinas, árboles de colores distintos como el de algunos cerezos que ayudaban a embellecer el camino.
Mientras avanzábamos, veíamos que la potencia del Mazda 3, incluso la del manual de seis cambios, es equivalente a la de sus rivales como Civic o Elantra. Si se quiere realmente algo más de poder o emoción, hay que hacer el esfuerzo de comprar un 2.5 litros, bajo el riesgo de que el consumo caiga. En nuestro caso fue de alrededor de 14 kilómetros por litro en carretera, a velocidades nunca superiores a los 130 km/h, algo a que nos obliga la rigidez de la aplicación de la ley en el país vecino del norte.
Ya estaba oscuro cuando entramos en la sorprendentemente bella y agradable Cincinnati, en Ohio, donde hicimos una pausa para ver en el estadio a los Cerveceros de Milwaukee derrotar a los Rojos, locales, por 2 a 0 en el beisbol.
Ya estábamos en la madrugada del sábado cuando llegamos al objetivo del quinto día, la fría Lima, también en Ohio. Cansados, pero con dos celulares cargados gracias a las dos entradas USB que Mazda tuvo el buen gusto de poner en el auto. Excelente. Pero aún extrañamos al menos un par más de bolsas de aire.
Era ya la madrigada del día en que llegaríamos a la etapa final, en la aún más fría Toronto, en Canadá.
Día 6, el gran final
Toronto. Después de 4,129 kilómetros, la caravana de Mazda3 con motores 2.0 litros finalmente llegó a su destino, recibida con el tradicional clima canadiense: lluvia y frío, que no bajó el ánimo de algunos mariachis que recibieron a la caravana.
Atrás quedaron muchas experiencias, paisajes variados, unos pocos sustos casi siempre fruto de algún conductor distraído que cambiaba bruscamente de carril, y la certeza de que el modelo de Mazda producido en México está como esperábamos que estuviera: bien hecho.
No hubo ni una sola descompostura que reportar. Aún después de tantos kilómetros, no había ruidos interiores molestos que denotaran mal ensamble. Claro, hay que recordar que el pavimento casi siempre estuvo impecable, salvo en algunos tramos de este último día, justo cuando pasábamos por el estado de Michigan, cerca de Detroit. Ahí donde el paisaje mostraba aún la resequedad del invierno que apenas terminó.
Luego de tres horas para cruzar la frontera canadiense, no por alguna larga fila, sino por retrasos de algunos compañeros y papeleos por la importación temporal de los autos, entramos al impecable Canadá.
Nos recibió una Windsor con muchas obras, seguida de una larga hilera de molinos de viento que fueron el escenarios por muchas decenas de kilómetros. En la autopista del país que ya funciona bajo el sistema métrico decimal, los letreros mostraban que con relación a la velocidad en las carreteras, los canadienses no están para bromas. El límite máximo es de 100 km/hora y si alguien es sorprendido andando a 120 km/h, la multa es de 90 dólares. ¿A 150 km/h? Hay que pagar nada menos que 10 mil dólares canadienses, (sí, 10 mil) que ya vale más que el estadounidense.
Obviamente todos respetamos los límites y qué bueno que así fue, porque durante los 420 kilómetros de camino en territorio canadiense, más de la mitad lo hicimos bajo lluvia torrencial.
Fueron seis días de convivencia con el Mazda3, en los cuales los suscritos nos dividimos la tarea entre Salamanca y Dallas, en el primer tramo y entre Dallas y Toronto, en el estirón final.
Ambos salimos con muchas anécdotas y una certeza: al Mazda3 2.0 sólo le falta un par de cosas para, al igual que su hermano con máquina 2.5, estar en la cima de su segmento: 2 pares de bolsas de aire más.
Sí, ya lo habíamos mencionado. Pero hay cosas que no sólo no está mal repetirlas, sino que es nuestro deber.
Brenda Ramos y Sergio Oliveira
De Salamanca, Guanajuato a Toronto, Canadá
Síguenos en