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Del arte de nuestras artesanías

GUADALAJARA, JALISCO (09/ENE/2011).- El diccionario dice simplemente: “artesanía, conjunto de artes realizadas total o parcialmente a mano, que se requiere destreza manual y artística para realizar objetos funcionales y decorativos”; y “artesano, persona que hace por su cuenta ciertos objetos a los que, a diferencia del obrero fabril, les imprime un sello personal”. Quedando en el olvido los problemas técnicos, estéticos, culturales, económicos, sociales, filosóficos, costumbristas, familiares, y hasta de idiosincrasia, resueltos mientras los artesanos producían alguna pieza.

Para apreciar nuestras artesanías, olvidémonos de las abrumadoras tecnologías contemporáneas, y metámonos con el alma descubierta y el corazón sensible, al mismísimo corazón del barro y al labrado de la madera; a la pita tejida en el cuero, y a los algodones y lanas de las telas; a intentar entender algo de la teología wixárica expresada con delicadeza en estambres y chaquiras, a la sencillez de las cestas de ocochal. Sentir el calor del fuego que dibuja tiernas pieles, o la ingenuidad del papel apachurrado, o la precisión de las agujas que bordan alegrías en tela. El romance de las hojas de maíz que hacen cabalgar a las mulitas con sus dulces en la panza; los fierros que a golpes hacen figuras en los cueros duros, o el azúcar que le da por hacer borrachitos y calaveras. Contemplar los pomos que muy serios guardan las mieles de fruta del lugar, o admirar la negra obsidiana brillante que paciente espera ser tallada. Disfrutar de los equipales de piel, asiento de pláticas interminables, y las maderas taraceadas de los muebles. Los chicles-chiltes con que se bordan ingenuas figuritas, o el fuego bravo que da dureza a la cerámica, y con golpes de martillo da filo a los cuchillos o romance a las joyas de la plata. A los alientos que inflan los cristales de colores y a las abejas que dan candela a los lugares. A los fierros que se retuercen para hacer canceles, o a las colgantes alegrías de cántaro y papel en las festividades; o bien, al torcido de las cuerdas de ixtle, que sirven lo mismo para colgar una piñata como para tumbar a una vaca.

Con todo ese sentimiento ya en el alma y en el corazón, bueno sería dar una vuelta allá por Tlaquepaque, Tuxpan o a Tonalá para ver el barro oloroso, o a soplar el vidrio luminoso. Calzarse un huarache rechinón en Concepción de Buenos Aires, o ir a Colotlán a comprar fajos de pitiado. A Sayula por sus filosos cuchillos y talaveras blanquiazules, o a sentarse en un equipal de los de Zacoalco mientras se compran filigranas de chilte y jorongos de Talpa, gozando con el arte subliminal de nuestros hermanos huicholes. Una vuelta a Santana   Acatlán a comprar burritas de hoja de maíz con dulces en la panza, no estaría nada mal; o lanzarnos hasta el mero Jalostotitlan para ver las obras de arte taraceadas en sus muebles. Navajas no debemos de perderlo para ver tallar la brillante obsidiana; y Yahualica y Teocaltiche por sus esculturas de cantera de colores.

Una vista, no tan a la ligera, será enriquecedora. Conocer nuestro pueblo y nuestras costumbres, con el alma, alegría, pena, poesía, los vericuetos y sentimientos expresados en su artesanía, será por demás valiosa. Disfrutar de un pueblo que con ingenuidad con la muerte hace dulces y con los dulces enciende las pasiones… es dicha pura para disfrutar en estos días.

Un pensamiento en la poesía náhuatl nos recuerda que “Todos somos fugaces / Todos nos iremos / Por eso debemos respetarnos / Por eso debemos trabajar / Por eso debemos recoger / Respetar y conservar / Las cosas de la vida / La flor y el canto de Cempoalxóchitl”.
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