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Cuento corto

-Espérate así no va

-Espérate así no va, en el libro dice que primero se amarran los dos trozos de madera haciendo una cruz, después con el periódico se enciman varias hojas dobladas y se pegan con engrudo.
- Ahora sí, debemos hacer un rombo con los periódicos, el centro de la cruz debe quedar descubierta la unión de las dos jaras y de ahí amarramos la cuerda, sólo nos falta un trapo viejo para hacer la cola del papalote.
-Aquí está, amárrasela en la parte de abajo y a correr contra el viento para que se eleve.
-Te fijas, casi llega hasta las nubes.
-Sí, como me gustaría ser pájaro y poder volar.
Había terminado el verano y estábamos en los inicios del otoño, todavía llovía de vez en cuando y las nubes eran inmensas figuras de algodón que con los rayos del sol al atardecer hacía las delicias de la imaginación.
Ya han pasado muchos años desde entonces, los campos en los que corríamos libremente ya no existen, ahora debemos ir con nuestros hijos o con nuestros nietos a Tapalpa o Mazamitla para recordar lo que antes teníamos a cinco minutos de distancia, aquel río precioso que cruzaba el vallecito, aquel donde volábamos los papalotes de periódico, ahora es una avenida de concreto de seis carriles llamada avenida Patria.

Éramos una pandilla de barrio que nuestras diversiones eran esas aventuras en las barrancas y ríos cerca de Zapopan, de regreso a nuestras casas cansados, sudorosos, con imágenes fantasmagóricas en nuestras mentes, pláticas de fantasmas pues la noche se nos venía encima, aparecidos en el camino, nos hacían sudar frío, lo que nos animaba sobremanera era llegar al barrio y ver el puesto de doña Carmen con su anafre prendido con carbón y un comal lleno de manteca haciendo gorditas de masa; a un lado del anafre, una mesa de madera con un mantel inmaculadamente blanco decorado con rosas de colores hechas en punto de cruz y encima un molcajete que para nuestra edad era gigantesco con chile de tomatillos asados y chiles secos, salsas de ese estilo -ya muy poco se ven-; y para acompañar las gorditas era indispensable el atole de masa con rajitas de canela. ¿Recuerdan? Y para darnos ese manjar ya habíamos ahorrado nuestro domingo, en aquel tiempo un “tostón”, o sea, una moneda de cobre de 50 centavos con un Cuahutémoc en una de las caras y en la otra un águila devorando a una serpiente, nos sentábamos a la orilla de esa hermosa mesa de madera y solicitábamos nuestras viandas que en total sumaban la cantidad de 40 centavos, todavía nos sobraban diez fierros para el recreo del siguiente día en la escuela; lo que no recuerdo es si alguna vez nos lavábamos las manos antes de engullir los recuerdos.

Doña Carmen ya murió hace muchos años y también el gusto de los niños por hacer papalotes de papel periódico, lo que no ha muerto es mi memoria llena de recuerdos que se los iré transmitiendo a través del tiempo.
 -Que el papalote de mis recuerdos siga volando-.


Por: angel Cervantes
Ilustración: sofía echeverría
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