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Criaturas Plastimarx

Este es uno de los personajes más abominables del cual se desprendieron muchas historias en la infancia

GUADALAJARA, JALISCO (28/SEP/2014).- “Soy marxista por parte de Groucho”, solía decir un amigo. Por mi parte, me declaro plastimarxista. Es decir, soy uno de aquellos que crecieron con juguetes producidos por la marca mexicana Plastimarx entre 1957 y 1979 (estas precisiones no las sé por haber hecho profundas investigaciones sino porque las leo ahora mismo en el Dios Google).

La marca existe aún, como propiedad de una fábrica en Puebla, pero nunca alcanzará el peso cultural que tuvo en aquella época (y es que las empresas gringas, a las que se les compraban las licencias entonces, ahora venden directamente sus monos en el país, y nomás nos queda hacer diseños que los evoquen, es decir, que imiten con descaro los suyos, o quedarnos con las bodegas llenas de mercancía que nadie quiere).

Plastimarx tenía entre sus colecciones a varios de los héroes de mi infancia: el Capitán América, Iron Man, el Llanero Solitario, Spiderman. También a monstruos distinguidos, como los de la serie de homenaje al estudio de cine Universal. Tuve por años a uno de ellos: La Criatura de la Laguna Negra, una mezcla de pescado, reptil y amenazante fanático de los Pumas vaciada en plástico de color morado y que, aunque no tenía articulaciones, se las arregló para noquear a los ídolos de mi colección con sus patotas palmípedas.

Ese mono específico lo consiguió mi abuelo en unas vacaciones en Manzanillo, por allá de 1979. Mi abuela le pidió que me comprara un juguete (yo tenía unos tres años, mis padres acababan de divorciarse y ellos corrieron conmigo a la playa) y él tuvo la buenísima idea de elegir ese horror encadenado, deforme, ligeramente bizco y con unos belfos caídos como de bagre que recordaban los de don Pascual Ortiz Rubio. Quedé muy satisfecho pero a mi abuela casi le da el ataque. En la tienda ya no aceptaron cambiarlo y pude conservar la figura, no sin las reservas de mi abuela, que hubiera preferido cualquier otra (un niño que andaba en la playa por esos días llevaba consigo un Superman que no sólo no le envidié sino que hizo que me cayera pésimo, porque me lo ponían como ejemplo de salud mental).

Nunca había comido aguacate en la vida pero en ese viaje fui convencido de hacerlo, con el irrebatible argumento de que la Criatura devoraba aguacates a dos manos, como cualquier cliente de una marisquería. Otra cosa que hacía la Criatura, pero fue menos celebrada, era llegar sin hacer nada de ruido hasta la oreja de mi abuela, que leía, gritarle “¡Arghglubglubargh!” y correr a ocultarse cuando pegaba el grito. Era, como se ve, un bicho habilísimo.

La era de Plastimarx (y su competidora, Cipsa, que comercializaba los Kid Acero y los muñecos de El planeta de los simios) terminó a principio de los ochenta y dio paso a marcas como Lily Ledy y Ensueño, y a juguetes más complicados, con más articulaciones y ropita y que hacían ruidos y hasta volaban (así fuera dando vueltas sobre su eje con una cuerda, como zánganos). Un ejemplo de que los tiempos eran otros fue la aparición del Fabuloso Fred, una especie de iPad de 1983 que contaba chistes y emitía lucecitas y que alcanzó bastante popularidad. Igualito que su pariente de estas fechas, el Fabuloso Fred me parecía abominable y mis aficiones se decantaron mejor por los monos de Star Wars; por otro lado, la única vez que tuve un Fabuloso Fred en las manos se me escurrió al suelo y milagro que no me matara el amigo que me lo había prestado apenas un momento antes y al que lo regresé ipso facto.

El mundo podrá haber elegido esos cacharros con luces que nos controlan pero siempre nos quedará La Criatura de la Laguna Negra como una honorable memoria de libertad.
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