Suplementos
Como Mosca en parabrisas
PREVIAMENTE. En el ataúd donde se suponía tenía que estar el cadáver de la viuda de Lafitte no había nada. Beto, reportero de nota roja sigue el caso. Manuel, el director del periódico y amigo de Mike, revisó los documentos que le entregó Beto, notó que los seguros fueron contratados con menos de dos años de antelación y en los tres casos el acta de defunción fue levantada por el mismo médico y los tres murieron de lo mismo.
Manuel sabía que la tragedia no había comenzado cuando él se presentó la noche anterior a decirle que en le féretro de su madre no había nada más que palos, piedras y una chamarra, pero que esa conversación había contribuido en mucho a esa cara demacrada que tenía frente a él. Tenía la sensación de haber subido a su amigo a un tobogán para después soltarlo y que se fuera solo hacia el abismo. Ahora estaba aquí de nuevo y tenía claro que lo que le iba a decir no lo iba a ayudar, que no serviría para sacarlo del hoyo, más bien le iba a dar otro empujoncito hacia el barranco que se abría a los pies de Mike. “Si te han de amolar mañana yo te amuelo de una vez”, pensó Manuel jugando con la palabras de Pedro Infante. Se sintió fatal. La imagen de Mike lo había dejado mudo, triste e idiota. Por fin dijo las únicas palabras que se pueden decir cuando la incomodidad ha derrotado a todos: “regálame un whisquito”.
Mike le sirvió a Manuel un bourbon en las rocas; él se sirvió un vaso de agua.
—No has comido ni dormido, ¿verdad?
—No tengo hambre y las pesadillas las tengo despierto, así que no tengo para qué dormir.
—¿Estás tan mal como te ves, Mike?
—Fue un día horrible. Desconecté el teléfono toda la mañana. Lo acababa de conectar de nuevo cuando llamó Martha. Gracias por venir.
—De nada, pero ya sabes que no son buenas noticias.
—Son noticias. Por malas que sean a lo mejor me quitan un poco la angustia.
—Deberías ver a un médico.
—No quiero ver a nadie.
—Si no es para que te vayas a tomar un café con él, es para que te ayude a comer y dormir.
—Ya veremos.
—Lo digo en serio. Tienes que estar fuerte para lo que viene.
—Cuéntame, qué ha pasado.
Manuel le dio un lago trago al whisky y puso cara de estar ordenando las ideas; en realidad estaba buscando fuerza para decir lo que tenía que decir. Le parecía un acto de sadismo darle más malas noticias a alguien en esa condición. Decidió lanzarse con una narración seca, directa y lo más precisa posible. Clavó la mirada en los hielos de su vaso y aventó el relato cual niño guía en las momias de Guanajuato: de corridito y sin respirar:
—No solo investigan la muerte de tu madre, también las de Donald y Jack. La aseguradora sospecha de asesinato y al parecer ya convencieron al Ministerio Público de que abra una averiguación. Los dos murieron de lo mismo; las dos actas de defunción las firmó el mismo médico, el doctor Parra del Rosal; los testigos fueron los mismos; los dos tenían seguros por un millón de dólares; ambos seguros fueron contratados con menos de 18 meses anticipación y los dos cobrados por tu madre. No sólo creen que está viva, sino que la van a buscar por asesinato. Eso es lo que te tenía que decir.
Enmudeció el palenque. Mike se quedó callado como tratando de digerir la cantidad de cosas que había soltado Manuel en menos de 30 segundos. Si la vigilia no había hecho suficientes estragos, lo que Manuel le acababa de decir explotó en su cabeza y las neuronas de Mike golpeaban unas con otras como carritos de feria. En síntesis, su madre, en complicidad con un médico habían matado a sus dos últimos maridos y habían defraudado a la aseguradora. El silencio continuó por un buen rato. De no ser por el ruido de los hielos golpeando en el cristal de los vasos a cada trago y una mosca que se estrellaba insistentemente contra el vidrio de la cocina, el silencio habría sido absoluto.
—Gracias Manolo, gracias, dijo Mike a modo de respuesta.
Manuel se quedó inmóvil. Habría esperado al menos un comentario, una duda, un reclamo. Otra vez no supo cuál era la noticia que acababa de dar, si Mike sabía de antemano todo lo que le acababa de recitar y simplemente maquinaba cómo salir del embrollo o si estaba estupefacto ante la posibilidad de que su madre fuera una asesina. Se terminó el whisky con toda calma. En no pocas ocasiones lo mejor que se puede decir es nada y dejar que la nada diga lo que tiene que decir. En los velorios hay gente que habla simplemente porque no aguanta el silencio y termina diciendo cosas que no debería. Manuel sabía que en este velorio estar ahí, al lado de su amigo, era suficiente.
Cuando en su vaso no había una gota más que beber ni un hielo más para roer se levantó y se enfiló a la puerta. Mike lo siguió sin decir palabra. Se dieron un abrazo con fuertes palmadas en las espaldas. Cuando Manuel ya iba en el segundo escalón no aguantó más, la pregunta le salió de las entrañas, de la mala entraña de periodista. Volteo de repente y la soltó:
—Solo una duda, Mike: la chamara militar que estaba en el cajón de tu madre ¿no era la de tu papá?
Continuará...
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