Suplementos

Como Mosca en parabrisas

Capítulo VII

GUADALAJARA, JALISCO (08/ABR/2012).- En el semáforo de Santa María del Pueblito, Beto perdió la ambulancia del Semefo. Ellos alcanzaron a pasar en amarillo pero él se distrajo escuchando el escáner y ya no pudo pasar. Detestaba cuando eso sucedía porque significaba perder de vista la ambulancia y llegar tarde “al lugar de los hechos”, como de hecho le sucedió. Al llegar a Ahualulco del Mercado tuvo que preguntar en varias ocasiones hacia dónde se había ido la ambulancia. Finalmente encontró la brecha correcta y cuando al fin llegó, casi media hora tarde, el muerto ya estaba embolsado y arriba de la camilla. Se puso furioso consigo mismo. A nadie le interesaba una foto de un muerto en una bolsa. Carecía de todo interés, no tenía rostro humano, solía repetir a manera de burla de los curso de “nuevo periodismo” que les habían dado en la redacción unos meses antes.

—Qué tenemos jefe, preguntó Beto al comandante Peláez.

—Un descuartizadito.

—¿Le cortaron los brazos?

—Brazos, cabeza y lengua, cada uno por su parte.

—¿Un soplón?

—Sin duda.

—Por qué lo levantaron si ya sabías que venía atrás de ti.

—Te tardaste horas, y tenemos que ir a recoger otro muerto a Ameca, taremos prisa.

—No la friegues, pónmelo como estaba para la foto.

—No Adalberto, en serio que traemos prisa.

—En cinco minutos tomo la foto y te lo llevas, si de por si mi jefe se molestó porque vine hasta acá, si llego sin nada me corre, chantajeó Beto.

—Sorry, en serio me están presionando para que me vaya a Ameca en friega.

—Bueno déjamelo y yo te lo llevo más tarde, se aventuró Beto.

—No jodas Beto, ¿lo dices en serio?

—Sí claro, te le dejo intacto en la noche en el Semefo.

Peláez no podía creer lo que estaba oyendo. Beto era un profesional, a nadie más se le hubiera ocurrido pedir prestado un cadáver para tomarle fotos.

—Ándale pues, nomás que no te vayan a para en el retén porque nos metes a todos en un lío.

—Ya verás que no. Te la debo Peláez.

Los camilleros pusieron la bolsa en tierra, subieron la camilla a la ambulancia y salieron aventando una nube de polvo. Peláez salió por la ventana: “No se te vaya a perder la lengua del muertito Beto, es la prueba del móvil”, gritó entre carcajadas.

Ahí estaba Beto, otra vez solo con la muerte. Miró la bolsa, se puso guantes y respiró hondo tres veces antes de abrir con sumo cuidado el zíper de plástico. El cadáver no era nuevo y ya comenzaba a oler, pero no tanto como para usar tapabocas. “Huele peor el refrigerador del periódico”, pensó. Lo primero que vio fue el cuello cercenado, las marcas del machete hacían pensar en que habían sido al menos de tres golpes. Las venas salían erectas por encima de la carne machacada. Metió las manos buscando las axilas, pero no encontró nada de qué asirse, pues los brazos se los habían cortado desde los hombros. Buscó las costillas apretó y jaló en cuerpo. La cabeza salió rodando junto con los pies y quedó boca abajo en la tierra. La acomodó encima del cuello, a unos 10 centímetros del cadáver. Metió las manos y alcanzó los brazos, mismos que colocó uno a cada lado cuidando la correspondencia de izquierda y derecha. Faltaba la lengua. Metió la mano una y otra vez pero no la encontraba. No le quedó de otra que voltear la bolsa. Un pedazo largo de carne negra rodó por el piso. Giró un poco la cabeza del muerto hacia la derecha y colocó la lengua a un lado de la boca para hacer más evidente la mutilación. Se quitó los guantes, tomó la cámara y comenzó a disparar. El espectáculo era horrendo.  La adrenalina corría por su cuerpo mientras se movía de un lado a otro del cadáver. Sintió pena, pena por el muerto; pena con la familia que vería destrozado y pútrido a este soplón; pena de él mismo por gozar  este momento.

Volvió a meter todo a la bolsa, se echó el cadáver al hombro y lo metió en la cajuela. Empezaba a oscurecer cuando salió de la brecha. Faltaba poco más de hora para llegar al periódico y el jefe Manuel ya estaría furioso a estas horas. En cuanto tuvo señal le marcó.

—¿Dónde andas, Beto?

—Armando rompecabezas, literalmente. Traigo la exclusiva de un soplón mutilado.

—Esos me importan un bledo, no van a salir en portada. Lo que me importa es lo de la viuda de Lafitte. ¿traes los papeles?

—Sí, y también un cadáver.

—¿Qué dices?

—Que traigo al muertito en la cajuela del coche. Voy a llevarlo al Semefo y luego voy  para el periódico.

—Estás loco, vente al periódico directito. Me urge ver esos papeles.

—Ok jefe, no se exalte que le dan agruras, nomás dígales que me hagan campo en el refri, llego al periódico en una hora.

“Lo siento”, dijo Beto dirigiéndose al cadáver, “te voy a llevar a dar una vuelta. Nunca es tarde para conocer una redacción”.

Continuará...
Síguenos en

Temas

Sigue navegando