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Afrodita tiene sueño

Algunos se toman la foto al lado de la diosa. Otros se conforman con verla. Ella se mueve con soltura por el escenario

GUADALAJARA, JALISCO (09/SEP/2012).- Nicole bosteza por sexta vez en menos de un minuto. Sus senos perfectamente redondos, esculpidos por un bisturí fino, rebasan por mucho las copas de un traje de baño de lentejuelas doradas con bordes negros. Es una actriz de películas que nunca fueron bendecidas por el Vaticano. Sentadita en un sillón púrpura arriba de una tarima, ahí donde sus empleadores la han colocado esta tarde, su cuerpo luce monumental. Pero eso a Nicole le da lo mismo. Son las cinco de la tarde, la hora del sueño.

Apoyada en unos tacones de 25 centímetros, se ha sentado en el mismo sillón del mismo escenario durante los últimos tres días y aún le espera uno más. De cotidiano su trabajo consiste en desnudarse, tener sexo con uno, una, varios o varias ante una cámara y dar la ilusión de que la pasa mejor que una mujer adulta como las que abundan en cientos de hogares. Hoy sólo le pidieron desnudarse y hacer como si la pasara bien. Pero a ella no le da la gana.

Esto último nadie lo nota en el galerón de Expo Sex & Entertainment Guadalajara 2012, a donde hace un par de horas comenzaron a llegar decenas de hombres con sus mochilas de trabajo, sus zapatos llenos de lodo, sus cachuchas para el sol y su instinto desatado. Guadalajara es el lugar más prendido de México para hacer un Expo Sex, afirman los organizadores, y quizá no se equivocan.

Debajo de la tarima, que mide un poco más de un metro, medio centenar de hombres miran a Nicole con los ojos vidriosos y la saliva espesa. Adolescentes, jóvenes y viejos raboverdes combaten a empujones para contemplar a Afrodita. Ella no mira a nadie. Se descubre los senos con el mismo entusiasmo con el que haría una fila de dos horas para un trámite en el Seguro Social. Envuelve el pelo lacio en una cola de caballo y bosteza sin pudor. Una y otra y otra y otra vez.

Sus labios están inflamados. Su nariz es sospechosamente diminuta. Labios y nariz, 20 mil pesos, que esta tarde se han ido a la basura. A estos hombres les da lo mismo que Afrodita tenga boca, bostece o escupa sangre. Los dedos varoniles calman las ansias apretando los obturadores de sus teléfonos móviles. Sus rostros están desencajados como los de los zombies. Ninguno piensa en lo miserable de su sueldo; en lo mucho que odia al desgraciado de González, que anda haciendo chismes con el patrón; en que los niños son muchos y exigentes. No.

Nicole, de la cabeza para abajo, reconforta el alma. El compañero de trabajo de la actriz debió estudiar para merolico. “¡Vamos, ándele, suba! ¿A poco tiene un ejemplar como estos en la casa? ¡Tóquela! ¡Tómese una foto, un video!”. El viaje al paraíso no es gratis, por supuesto. Cuesta 150, además de los 230 de la entrada a la exposición. Los más privilegiados de la base de la pirámide social pagan y suben. Entonces la pachorruda Nicole se levanta de su sillón, bosteza, se dirige con el afortunado, lo abraza desapasionada, se pinta una media sonrisa y se deja tocar. Abajo, los obturadores trabajan y las almas se elevan. Arriba, un muchachito toma la foto. Afrodita regresa al sillón y pone cara de estudiante de secundaria en plena clase de filosofía aristotélica.

¿Alguien quiere que Afrodita deje ver más? Ella deja ver más con actitud de la mesera que ha trabajado todo el día. ¿Alguien desea otra foto? Ella repite la media sonrisa con sus labios hinchados. ¿Alguien quiere tocar? Ella suspira y permite, mientras sus ojos impávidos se fijan en un punto lejano del horizonte.

Nicole —el merolico la llama así— es muy obviamente mexicana, pero si uno le pregunta, ella dice con un acento raro que se llama Raksán.

En un momento, cuando nadie quiere pagar por acercarse, Nicole, Raksan o Afrodita le muestra a su compañero el reloj y éste asiente. Ella se saca los tacones y toma, de sabe dónde, unas chanchetas negras que se calza. Se cubre las carnes con una playera de adolescente y se pone una falda regular.

Cuando se baja del escenario con esa facha, se ha vuelto invisible para el tumulto de machos que la deseaban con frenesí hace apenas un minuto. Parada al ras del piso y sin tacones, Nicole es muy pequeña, de apenas un metro y medio, ordinaria y delgada. “Tengo cinco horas arriba… me voy a comer”, dice con indiferencia absoluta y acento mexicanísimo. “Voy por un taco”, añade y se escabulle entre la manada de lobos.

Sobre en escenario una rubia animosa ha tomado su lugar en el sillón púrpura y hasta sus tacones. El merolico insiste: “¡Vamos, ándele, suba! ¿A poco tiene un ejemplar como estos en la casa? ¡Tóquela! ¡Tómese una foto, un video!”. Afrodita tiene otro rostro, pero nadie lo percibe. Algunos hombres se toman la foto al lado de la diosa. Otros se conforman con verla. Ella se mueve con soltura por el escenario y hace plática con su público, hasta que decide sentarse en el sillón y, como si fuera una maldición, esta nueva Afrodita suelta el primer bostezo.
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