México

Un largo camino para llegar a La Villa

Los peregrinos avanzan con paso vacilante, lastimoso, pero no detienen su marcha. Tienen fe

CIUDAD DE MÉXICO.- El fervor ya es visible desde varias calles atrás. Los peregrinos avanzan con paso vacilante, lastimoso, pero no detienen su marcha. Tienen fe.

Sobre calzada de Guadalupe abundan letreros que les dan la bienvenida. Varias personas les proporcionan tortas, sandwiches, jugos y agua, como un gesto de solidaridad.

Algunos pequeños restaurantes ofrecen comida corrida, el uso de baños y guardar sus bicicletas. “Hay cosas baratas y otras muy caras. Los precios varían”, explica Alex Juárez, un jovencito de 15 años que viene desde Morelia.

Su rostro cobrizo refleja el cansancio acumulado durante el largo trayecto. Muestra un poco de desconfianza, pues “no nos vayan a secuestrar”.

A pesar de su reticencia, se quedó a dormir en la Casa del Peregrino, cuyas condiciones no son las más óptimas. “Hay mucha gente, casi no se puede dormir, no hay lugar y los baños están feos”, dice.

Pese a las carencias, afirma, “venimos a ver a nuestra mamá, a la Virgencita, para pedirle por nuestras familias”.

Los alrededores de la Basílica son una vorágine de sonidos, de imágenes religiosas que atrapan la atención. Pulseras de 10 pesos, rosarios de 20, cuadros de 80, objetos que hacen referencia a “Lupita”, como la llaman cariñosamente algunos peregrinos.

En el atrio, un par de mujeres reparten comida. Una de ellas es Rocío Freg, quien además de alimentar a los peregrinos, les cura las heridas provocadas por la fe y la esperanza. “Las más comunes son de las rodillas. Se laceran demasiado, pero muchos se niegan a ser atendidos”. Lleva tres años de colaborar con el misionero Pedro de María, el responsable del apoyo a los feligreses.

A pesar de la vigilancia policiaca, Patricia Martínez, habitante de la colonia Gustavo A. Madero, refiere que todavía “hay mucha inseguridad, los rateros son los mismos que tienen sus puestos”.
“Le hice una promesa”, murmura Omar Pérez mientras avanza de rodillas por las escaleras que conducen hacia el cerro del Tepeyac. Las lágrimas resbalan por su piel. Son los resabios de una pena que prefiere guardar para sí. Viene de Puebla, en compañía de un amigo y de su cuñado.


Devoción vence el frío

 “El camino es largo, pero con fe llegaremos a tiempo”, exclamó don Agustín Pérez, quien a sus 71 años de edad se aferra a un recorrido áspero y no claudica en la mira de su objetivo: cumplir la promesa de llegar a tiempo a la Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México, para pagar sus mandas y conmemorar un año más de devoción este 12 de diciembre. Lo acompañan su nieta Renata y su hijo Alfredo, habitantes de la localidad de Resurrección, un poblado cercano a la ciudad de Puebla, a casi 300 kilómetros del Distrito Federal.
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