México

Tren parlamentario

Guerra de papel

La guerra verbal que se ha desatado entre los gobiernos de México y Estados Unidos, a propósito del protagonismo del crimen organizado y la relación que puede tener éste en la seguridad nacional de aquel país, seguirá mordiendo los ejes de la vida nacional la semana entrante, por la simple y sencilla razón de que los señalamientos que han hecho las autoridades estadounidenses se podrían constituir en el preámbulo de la crónica de una injerencia militar gringa en nuestro país desde hace años ambicionada.

Los pretextos que durante décadas han buscado los norteamericanos, al parecer les han cuadrado finalmente. Y para ello ha contribuido, por mucho, la actitud evidentemente tibia del Gobierno de Felipe Calderón Hinojosa.

No es para soslayar la declaración que ayer, sábado, hizo el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, respecto de que los señalamientos que hicieron autoridades de Estados Unidos sobre el peligro que representa la lucha contra el narcotráfico para su seguridad interna,  son realmente una “gran amenaza” para la vida de México, porque así han comenzado sus invasiones y así han insuflado el imperio en que se han convertido.

Decía ayer también Muñoz Ledo: “Vivimos los días más amenazantes por la inseguridad y ahora la amenaza abierta de una invasión directa del Gobierno de los Estados Unidos en la vida de México. Hace meses que las autoridades estadounidenses hablan del peligro que representa el narcotráfico para su propia seguridad interna; hace tiempo que nos comparan con Colombia, país que hace 10 años recibió el apoyo y las bases militares del Ejército norteamericano”.

Entonces reiteraba el petista y también embajador: “Ahora hablan de que se trata de un terrorismo del otro lado de la frontera, con lo que nos equiparan con Afganistán. (Y pretender los norteamericanos pasar) del Plan Mérida al Plan Colombia, y al de Afganistán”.

Ha sido una semana difícil para las instituciones mexicanas.  Mientras que diversas autoridades del Gobierno estadounidense siguen haciendo declaraciones inobjetablemente intervencionistas, de acá de este lado, las voces suenan débiles y en menor cantidad, cuando de plano ha campeado el silencio como respuesta.

El viernes Felipe Calderón acaso tuvo la reacción más importante cuando dijo que el Ejército Mexicano “defiende a la población y no invade ni roba recursos”.  Lo dijo en Chihuahua, durante un acto militar en el que se celebraba el Día de la Fuerza Aérea Mexicana.

Y lo dijo en alusión directa al Ejército estadounidense, que no ha sido más que el instrumento más fiel y descarnado de un país que, desde su afincamiento como República, en 1781, se visualizó como el país más poderoso del planeta; pero echando mano de esas añosas filosofías de sus antecesores putativos los ingleses, de depredar, robar recursos, quitar territorios y matar incluso.

Fueron ellos, los estadounidenses, quienes presionaron al Gobierno de Luis Echeverría para cambiar un sistema educativo que no los tuviera como el enemigo potencial número uno de los mexicanos. Han intentado también a través de esa clase política mexicana que ellos educaron desde los años de 1970 que la mayoría de los mexicanos olviden, soslayen o no le den importancia a hechos proditorios que protagonizaron ellos aquí, como el de los dos robos territoriales más grandes en la historia de la Humanidad: el de 1836, cuando Texas se separó, y el de 1847, cuando le quitaron al entonces México incipiente una cantidad de kilómetros cuadrados similar a la que hoy tiene actualmente la República Mexicana.

Si usted registra los libros de texto del nivel básico, lector, lectora, y los compara con los texto de hasta antes de 1971, podrá ver que hay un diferente trato en la expedición que los estadounidenses tuvieron por Chihuahua, Durango y Coahuila cuando buscaban a Francisco Villa. O cuando invadieron a Veracruz en 1914, muriendo entonces, entre muchos héroes militares y ciudadanos de a pie que se pusieron a defender el suelo mexicano, el entonces teniente José Azueta.

Siempre, los norteamericanos, han buscado la injerencia directa en México, pero sus actos deleznables contra el país y la memoria histórica de los mexicanos se los había impedido, hasta que llegó don Felipe Calderón. Y, un poco más antes, Vicente Fox, quien cuando fue candidato presidencial nunca dijo que también tenía la ciudadanía estadounidense.

Ayer, sábado 12, por cierto, WikiLeaks a través del diario mexicano “La Jornada” publicó información que encaja muy bien en los hechos que ahora, últimamente, se han estado conociendo.

En 2006, cuando estaba México en plena campaña presidencial,  el señor Donald Rumsfeld, un funcionario fundamental del Gobierno estadounidense en la materia militar, dijo entonces –según “La Jornada”-- que la relación militar entre México y Estados Unidos no cambiaría significativamente, ganase quien ganase de los tres candidatos presidenciales más fuertes (se refería a López Obrador, Madrazo y Calderón).

Sin embargo, acotó: “Pero que encuanto a la posibilidad de que México deponga su histórica negativa de participar con sus Fuerzas Armadas en operaciones militares multilaterales en el extranjero, la diferencia la podría hacer el candidato panista, no el priista ni el perredista”.

Ganó el panista y, así sucedía después, la Marina mexicana participaba posteriormente en maniobras conjuntas en el Atlántico con el Ejército de los Estados Unidos.

Y ahora están en el terreno de las declaraciones. Algo así como en una guerra de papel, propias de las tácticas y estrategias.
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