México
Tren parlamentario
Por los caminos del Sur
“Hoy mismo”, decía en la tribuna el senador Ricardo Monreal, “acabamos de recibir una noticia de Guerrero: que recibió una golpiza criminal y salvaje el representante del Instituto Electoral del PRD de la Alianza, por haber reclamado que estaban descolgando propaganda política del candidato Ángel Aguirre Rivero”.
Y entonces el petista argumentó: “Pero ese es un sólo ejemplo de lo que está ocurriendo en el país; la guerra prolongada, todos lo sabemos, es una guerra perdida”.
Sesionaba la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. Y Monreal no se refería más que a Guillermo Sánchez Nava, un militante del primer círculo perredista de Guerrero que fue dejado en “estado crítico” por 20 sujetos que lo golpearon hasta “romperle el cráneo y darlo por muerto”, cuando a éstos les reclamó que estuvieran destruyendo propaganda del candidato a gobernador de la Alianza PRD-PT-PC, Ángel Aguirre Rivero.
Monreal acometía con la enjundia de gran tribuno. “Pareciera ser”, remachó, “que está pasando sin ninguna consecuencia esta guerra. Está logrando tocar la indiferencia ciudadana, y la inercia de la muerte pareciera apoderarse de las mentes de los mexicanos y tomarlo como una cosa cotidiana y normal”.
Y entonces hacía el recuento más inmediato del desangramiento del país: “El sábado pasado 28 muertos en Guerrero; en Acapulco, 15 decapitados, y 13 más asesinados incluyendo dos menores”.
Pero Monreal no había sido el único ni el primero que rozaba el tema de la muerte. Hacía unos minutos, el Congreso de la Unión a través del presidente de la Comisión Permanente, Jorge Carlos Ramírez Marín, había expresado su consternación por el fallecimiento de la poetisa y escritora Susana Chávez, la mujer que prohijó la frase “ni una muerta más” en Ciudad Juárez, y que acaba de ser asesinada.
La Comisión Permanente acababa también de aprobar un punto de acuerdo mediante el cual ha exhortado al Ejecutivo Federal para que a través de la Secretaría de Hacienda y de la Secretaría de Seguridad Pública “se haga una revisión salarial que incluya las prestaciones laborales y los seguros de vida y de riesgo del personal de la Policía Federal”.
Todavía, se argumentaba en el dictamen, los hombres y mujeres que se dedican a combatir desde la línea de fuego a los delincuentes no cuentan con los apoyos suficientes de las instituciones del Estado mexicano, para en los casos en que fallezcan o queden inválidos. A los hijos de quienes mueren en combate, verbigracia, todavía el Estado les regatea becas y ayudas económicas. Y entre éstos pueden considerarse no sólo a los soldados y marinos, sino también policías federales, estatales y municipales.
El Congreso, por cierto, recién ha solicitado al Gobierno federal que informe sobre el número de civiles y policías y soldados que han muerto en lo que va del sexenio. Todos ellos, sin duda, parte de una estadística bestial: acaba de admitir el Ejecutivo Federal que en lo que va del régimen han muerto en esta guerra contra el crimen organizado más de 33 mil personas.
Una noticia igual de candente ardía en los pasillos de San Lázaro, aunque no alcanzaba a llegar a la tribuna de la sesión de la Permanente. Que un grupo armado había quemado un pueblo de Durango.
Hacía unos minutos, el mismo senador Monreal, cuando aludió a la guerra de Calderón con el narcotráfico, evocó a “El Arte de la Guerra”, un libro milenario atribuido a un chino de nombre Tsun Tzu: “El Arte de la Guerra decía, hace dos mil 500 años, que todas aquellas guerras que se prolongaban estaban destinadas al fracaso. Una guerra sin legitimación, sin apoyo social, es particularmente grave para el país”.
Los ecos de los asesinatos retumbaban por los caminos del Sur; aunque en el Norte, allá por Durango, Chihuahua y Tamaulipas, adonde murió este miércoles un soldado, el tableteo de la muerte seguía dando de qué hablar. Entre tanto, en las comisiones de trabajo de la Permanente, el tema de la violencia está allí también. Un minuto de silencio expresó el pleno por la muerte de la poetisa Susana Chávez.
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