México

Sicilia, Martí y los nuevos liderazgos

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Javier Sicilia, Alejandro Martí, Isabel Miranda de Wallace o Lydia Cacho se han convertido en referentes de la opinión pública en gran medida a su pesar. Una tragedia o una injusticia les han obligado a fungir como catalizadores de una sociedad que carece de liderazgos legítimos. En su momento, cada uno de estos ciudadanos protagonizó un valiente abanderamiento de la exasperación que anida en los mexicanos.

La respuesta de Sicilia ante el asesinato de su hijo, su clamor de “estamos hasta la madre” y las marchas que se realizaron esta semana en 37 ciudades en respuesta a su llamado, ofrecen una clara perspectiva de la importancia de estos liderazgos espontáneos. También revela la orfandad de referentes legítimos que padecemos.

Hay periodos en los que la sociedad mexicana pasa por letargos que podrían parecerse mucho a una indiferencia pasiva frente a la inseguridad. La necesidad de sobrevivir obliga a todos a hacer abstracción del crimen que nos rodea, porque aquí nos tocó vivir y no hay más remedio que seguir tirando para adelante. No es insensibilidad son simples ganas de subsistir, pese a todo. Pero eso no significa que nos hayamos conformado.

Es por eso que casos como los de Sicilia, Martí, Miranda o Cacho constituyen disparadores del hartazgo y la exasperación. Podría pensarse que las reacciones en cada una de estas coyunturas fueron simplemente fumarolas efímeras que se diluyeron sin rastro. No es así.

Alejandro Martí provocó una reacción multitudinaria no porque su caso haya sido diferente, sino justamente porque su dolor era el dolor de muchos. Su visibilidad como empresario destacado fue, desde luego, un factor. Como ahora lo es el caso de Javier Sicilia, gracias a su prestigio en círculos intelectuales y periodísticos.

El hecho es que las reacciones frente a las denuncias de Martí (“si no pueden renuncien”) constituyeron un referéndum contra la política de seguridad pública del Gobierno de Felipe Calderón. Como resultado se endurecieron las penas en contra del secuestro, entre otras cosas. El Ejecutivo se vio obligado a abrir consejos de participación a líderes e instituciones de la sociedad civil, y a permitir mayor involucramiento de ONGs en la observación y medición del fenómeno de la inseguridad. Son pequeños avances, pero importantes para quitarle al Estado el derecho a decidir unilateralmente la relación entre cuerpos policiacos, ciudadanía y delincuencia.

Isabel Miranda de Wallace podría ser vista como protagonista de un caso ejemplar, pero atípico e irrepetible. Y en verdad, la persecución exitosa de los asesinos de su hijo pareciera un libreto de novela. Pero su impacto va mucho más allá. Ella evidenció, mucho mejor que cualquier diagnóstico, las fallas en los procedimientos y prácticas del Ministerio Público y las policías. Más importante aún, constituyó el mejor estímulo para cientos de familiares que en todo el territorio obcecadamente persisten en la búsqueda de los suyos o de sus victimarios. Pocas veces estas historias concluyen con tal éxito, a veces incluso terminan en tragedia como el caso de Marisol Escobedo, muerta luego de dos años de buscar al asesino de su hija en Chihuahua. Pero Miranda es una inspiración imprescindible para todos aquellos que no se conforman con un no como respuesta de la autoridad.

El caso de Lydia Cacho colocó a la pederastia en el panorama nacional. Desde luego ella simplemente protegió a las niñas abusadas e impidió la impunidad de sus victimarios. Pero la represión que padeció, los audios entre Kamel y el “gober precioso” y la tribuna de la Suprema Corte ayudaron a que el abuso contra infantes dejara de ser percibido como un vicio menor del ámbito familiar. En los últimos cuatro años se endurecieron penas contra la trata de personas y la pederastia. En muchos códigos estatales desapareció por fin la pena de cárcel para el delito de calumnia, cargo bajo el cual el Gobierno de Puebla reprimió a Cacho.

Así pues, estos catalizadores involuntarios juegan un papel que puede llegar a ser clave para efectos de una sociedad más involucrada y participante, o para impedir que la cosa pública se convierta en predio exclusivo de la clase política. Estos casos coyunturales, casi exabruptos “accidentales”, no sustituyen al lento proceso de formación de instituciones sanas imprescindibles para alcanzar una sociedad más justa y eficiente. Pero el tejido de la historia es el cruce de las grandes tendencias estructurales y la irrupción de disparadores coyunturales.

Alguien dirá que los padecimientos de Sicilia, Martí, Mirando o Cacho no son diferentes de lo que cotidianamente sufre una gran cantidad de ciudadanos. Con más de 10 mil muertos y un número ingente de secuestros por año, la estadística no es muy tímida a la hora de repartir desgracias entre los mexicanos. Hay una gran cantidad de héroes locales que constituyen un ejemplo para su entorno.

Pero las circunstancias han hecho que personajes como Sicilia se conviertan en protagonistas fundamentales de la escena nacional. Eso no los hace líderes infalibles o voces autorizadas para cualquier causa. Pero su influencia está a la vista. Bienvenidos. Nos solidarizamos con su dolor, y les agradecemos la entereza y el valor para entender que su causa es la de todos.
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