México

Carlos Pascual, rápido y curioso

.

La noticia de que Estados Unidos no removerá a Carlos Pascual, embajador de ese país en México no sorprende a nadie. Si Calderón quería deshacerse de Pascual hizo justamente lo necesario para asegurar su permanencia: presionar públicamente a Washington para que lo despidieran, con lo cual consiguió exactamente lo contrario. ¿Desde cuándo un Jefe de Estado usa a la prensa para pedirle a otro Jefe de Estado la remoción de un funcionario, sobre todo si se van a ver unos minutos más tarde? Los verdaderos motivos de Calderón son otros.

¿Cómo habría reaccionado la opinión pública mexicana si Obama hubiese aprovechado una charla con periodistas de “El Universal” o de Televisa para pedir públicamente la remoción de Sarukhan como embajador de México en Washington, porque envió reportes confidenciales a su país sobre la rivalidad entre la CIA y el FBI?

Pascual estaba cumpliendo justamente lo que cualquier embajador concienzudo debe realizar: informar confidencialmente a sus superiores sobre temas relevantes para su país, en este caso, la lucha contra el crimen organizado.  Lo que dijo Pascual no era ninguna novedad para los mexicanos: el operativo en Ciudad Juárez no está funcionando, hay rivalidad entre las distintas corporaciones policíacas y militares, y sospechas de que algunos cuadros del Ejército están infiltrados, lo cual explica la intervención de la Marina en algunos operativos. Son temas que han estado en la prensa nacional desde hace meses.

Y tampoco es que Pascual haya salido a la tribuna para restregarlo en la cara de los mexicanos, lo cual habría sido una ofensa. Por el contrario, el embajador ha sido muy cauto en sus expresiones públicas. Lo que sí ha hecho este embajador, a diferencia de muchos otros, es verdaderamente “mojarse” en el tema. Ha recorrido las zonas “de guerra” con mayor frecuencia que los funcionarios de Calderón; ha realizado docenas de sesiones con analistas, editores de diversos medios, defensores de derechos humanos, empresarios y ONGs para formular preguntas.

Por lo demás, el embajador tiene más información sobre el estado de nuestras corporaciones y el crimen organizado de la que tiene la mayoría de los mexicanos. Y si me apuran, tiene más información que aquella que Genaro García Luna le comparte a Felipe Calderón. Sería ingenuo creer que la inteligencia satelital y cibernética que les permite detener a 400 narcos en Estados Unidos en unas cuantas horas y sin derramar sangre, no se está aplicando en nuestro país. Pascual sabe de qué habla cuando refiere que hay cuadros del Ejército mexicano en los que no se puede confiar: se basa en las numerosas ocasiones en que la DEA ha transmitido información sobre los capos y simplemente ha servido para que estos escapen sin ser molestados. ¿Por qué otro motivo la Marina ha hecho operativos tierra adentro no relacionados con el mar, sin avisar al Ejército?  

Washington no puede despedir a Pascual no sólo por la forma absurda en que lo ha pedido Calderón, sino también por el fondo: el aparato burocrático estadounidense comparte plenamente la visión transmitida por el embajador. No lo pueden correr por estar diciendo la verdad en sus informes. Tan es así, que el operativo denominado “Rápido y furioso”, que implementó Estados Unidos durante 15 meses para rastrear las armas que llegan  a los cárteles mexicanos, no fue avisado a nuestras autoridades, pese a que permitieron la entrada a nuestro país de dos mil 500 armas de forma ilegal. Esa sí es desconfianza.

Más allá de que la pareja de Pascual sea hija de Francisco Rojas, coordinador de los diputados priistas, en la reacción furibunda en contra de Pascual por parte de Calderón hay, en el fondo, una puesta en escena. Por un lado, el Presidente intenta salir en defensa del Ejército, para mejorar su propia relación con los cuadros castrenses. Es sabida la molestia creciente de éstos ante el papel incómodo que les toca desempeñar en esta “guerra” y el rol secundario que desempeñan frente al protagonismo del poderoso García Luna, secretario de Seguridad Pública.

Pero también es una puesta en escena porque, a mi juicio, Calderón cree que la defensa a ultranza frente a las críticas extranjeras le reditúa bonos políticos y mejora sus niveles de aprobación. Hay mucho de cálculo político en esta indignación forzada, en esta petición pública para remover al embajador cuando todos los cánones enseñan que se debe hacer en gestión privada. El apoyo que el Presidente obtuvo de parte de muchos mexicanos en su confrontación con Nicolas Sarkozy, a propósito de Florence Cassez, es la verdadera motivación para emprenderla en contra de un embajador que simplemente ha sido rápido y curioso en su afán de entender la realidad mexicana.

El balance final de este viaje, más allá de los chistes insulsos intercambiados con Obama, deja saldo de una bipolaridad preocupante: el Presidente se envolvió en el Lábaro patrio sobre un informe confidencial del embajador, y al mismo tiempo aceptó ante Obama explorar la posibilidad de que agentes norteamericanos entren armados al territorio nacional. En lo primero hay mucho de demagogia, en lo segundo, incluso si fuese sólo verbal, una sumisión inadmisible de parte de un presidente mexicano.

PUNTO Y APARTE.- El caso del pequeño de cinco años abusado sexualmente en el Instituto San Felipe de Oaxaca ha dado un giro. Como en casi todos los delitos de pornografía infantil y abuso de menores, las autoridades desestiman al pequeño y una vez más podrían liberar a la persona señalada basados en una curiosa fabricación de pruebas extemporáneas, gracias a la influencia de los padrinos de los acusados. La Suprema Corte está siendo presionada para que desechen las evidencias y falle a favor de los poderosos.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando