México
— Gatopardesca
Se aduce que las policías de los municipios pequeños, alejados de las capitales de los estados, son blanco fácil del crimen organizado
En los uniformes de los estudiantes del colegio en cuestión, constaban las siglas “S. T.”. Las lenguas de doble filo “explicaban”, a su manera, su significado: “Somos Tontos”... Alguien —¡eureka...!— iluminado probablemente por su santo patrono (Santo Tomás de Aquino) dio con la solución: añadir una A. Hízose así... Sin embargo, puesto que los lenguaraces, por lo visto, también tienen quien vea por ellos allá arriba, en un tris encontraron la interpretación ad hoc para la variante: “S. T. A.: Somos Tontos Aún”.
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Se aduce que las policías de los municipios pequeños, alejados de las capitales de los estados, son blanco fácil del crimen organizado. Se afirma que el escaso presupuesto con que cuentan, dificulta que se les equipe y capacite como es menester. Se dice que “estatizar” a las corporaciones obliga a homologar salarios entre los humildes cuicos de pueblo —con todo respeto— y los policías que supuestamente tienen que hacer frente a delincuentes de alta escuela y a los que sólo falta algo del sofisticado armamento de su ilustre colega, el presupuesto ilimitado de viáticos para guardarropa, viajes en Primera Clase, comidas exóticas y bebidas refinadas en hoteles y casinos del primer mundo —en buenas compañías, obviamente...—, y la pinta de galanes irresistibles, para equipararse con James Bond.
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Al margen de las medidas que en cada Estado se tomen para conseguir la anuencia de los munícipes, primero; para hacer las obligatorias reformas a leyes y reglamentos locales, posteriormente, y para tomar medidas al efecto de que haya una coordinación estatal que en algunos casos —el de Jalisco, por ejemplo— vendrá a ser, valga la analogía, la cabeza de un pulpo de 125 tentáculos, habrá que decir que, más allá de las buenas intenciones, es probable que la moraleja de la historia, al final del cuento, una vez que se aplique la fórmula gatopardesca de “Cambiarlo todo, para que todo quede igual”, termine siendo la de la fabulilla consabida: “Aunque la mona se vista de seda... mona se queda”.
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