Jalisco

Según yo

Como buena mujer de las de antes, pero que vive inserta en una coyuntura que no le permite hacer todo a la antigüita”

A la antigüita

Tal vez por desentilichar su cocina, o porque realmente no se ha reconciliado con los beneficiosos potenciales del contemporáneo artilugio, una compañera de trabajo decidió donar a nuestra oficina el horno de microondas que adquirió, hará cosa de seis meses, a instancias de sus hijos. Emancipados ya de la casa materna, al par de flamantes profesionistas les parecía inconcebible que llegaran de visita a ésta y tuvieran que efectuar todo un anacrónico despliegue de acciones para calentarse un agua para café o un sope de frijoles, de modo que, en un alarde de largueza verbal, urgieron a su progenitora para que comprara uno de estos “infaltables” aparatos domésticos.
Pero sucedió que, al cabo de dos o tres recalentadas, los vástagos mudaron de aires para asentarse en una pujante ciudad norteña y dejaron a su madre con el tiliche y con el pavor de vérselas con un artefacto que ni interés tiene en aprender a manejar, porque podría desatarle sabrá Dios cuántos e inimaginables males.

Al cabo de unos días de la gozosa recepción del electrodoméstico de marras en nuestro sitio de trabajo, ninguno (excepto la donadora) sesgó la oportunidad de explotar sus indudables beneficios y hasta organizamos una tanda de palomitas recién horneadas y embodegadas a puños, ocasión que la susodicha aprovechó para hacer un sondeo entre las damas, para ver quién de ellas le podía dar razón sobre la existencia y ubicación de algún lugar en donde le pudieran hacer el manicure que le andaba urgiendo.

Sabedoras de sus reticencias posmodernas, que por igual ha expresado respecto a cualquier invento posterior a la Olimpiada del 68, supimos todas que nuestra recomendación de colocarse uñas postizas le sonaría a imprecación. Con un tímido “es que no es lo mismo”, como débil argumento, expresó que, aun cuando el procedimiento de colocación y decorado fuera gratuito, ni difunta se sometería a semejante barbaridad por la que, de paso, la podrían confundir con Niurka (o con una cajera que oprime tres teclas a un tiempo, por la longitud de las prótesis que se carga). De más estuvo aclararle que la longitud y decorado de las uñas se hace a gusto de la cliente, y que son un espléndido recurso que ha suplido con ventaja a la monserga de mantener indeleble el esmalte.

De manera que, cuando la plática discurrió por los terrenos de la comida, de antemano sabíamos que nos tacharía de herejes por alabar la comida rápida, las verduras precocidas, los enlatados y algunas otras maravillas gastronómicas que a las mujeres nos han concedido el gozo de mantenernos por más tiempo lejos del fogón. Ella, como buena mujer de las de antes, pero que vive inserta en una coyuntura que no le permite hacer todo “a la , encima invierte buena cantidad de tiempo y saliva en lamentarse por las verduras que se le echan a perder, los moles que se le han vuelto piedra, las harinas y frijoles que le han servido de asiento a los gorgojos, las frutas que envejecen antes de verse convertidas en agua fresca y hasta la plancha que se le oxidó, porque se ha visto en la odiosa necesidad de dar su ropa a planchar. Allá ella, que todas las demás vivimos agradecidas con la vida por tantas y tan buenas opciones para combinar trabajo y casa, y no morir en el intento.
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