Jalisco

Según yo

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Adúlteros despenalizados

Del Medio Oriente está quedando nomás un cuarterón, la violencia nacional sigue en gruesa escalada, en nuestra ciudad las granadas están de temporada, perdimos a la última diva del estrellato mundial, los políticos no dan trazas de componerse para la contienda presidencial, los limones no acaban de bajar, el jitomate va de nuevo al alza y parece una jocosidad que, frente a tal panorama global, mi catastrófica vecina lleve dos días que ni el calor le hace, abrumada por el gravísimo asunto de la despenalización del adulterio.

Desde que se comenzaron a ventilar los prolegómenos de una ley que huele a naftalina, porque al parecer nunca ha sido sacada a orear para poner a los (as) infieles tras las rejas, esta adalid de la moralidad y la decencia en la cuadra comenzó a mascullar sus escozores y a lanzar funestas predicciones sobre el desastroso paradero de la familia como institución. Así se lo hizo saber al carnicero que ha reciclado sus afectos por tercera vez, a la de las quesadillas que no para de rumiar el abandono conyugal de hace un decenio y, por supuesto, a mí, que no pude más que soltar una soez carcajada interior, porque resulta que la mortificada mujer ni siquiera ha establecido vínculos maritales, y no creo que lo haga cuando ha sido ya reclutada por el FBI (Fuerzas Básicas del Insen).

La nociva ley, según los espartanos prejuicios de esta pudibunda dama, no hará sino franquear a la sociedad el camino al abismo de la degradación moral, por dejar sin castigo a quienes faltan sin pudor al compromiso que sólo la muerte puede disolver. Es, conforme a sus acalambradas expresiones, como si otorgaran un explícito permiso para pecar a quienes imponen una majestuosa cornamenta a su pareja o llegan a casa oliendo a leña de otro hogar.

Al establecer con ella un intrascendente escarceo verbal, mientras aguardábamos nuestro turno en la carnicería del enamoradizo tablajero, me compartió que el adulterio despenalizado le hace tanto ruido porque ella misma fue víctima de un veleidoso galán, que catafixió su virtud y recato juveniles por los fogosos embates de una lagartona que le dio baje, a unos días de correr las amonestaciones para su matrimonio. Semejante e imperdonable traición, aunque no podía considerarse adulterio, le hizo vivir deseando que quien fuera capaz de infligir afrenta tal fuera estacado, quemado con leña verde o sentado en el Congreso durante una sesión completa.

Pero fue también la coyuntura que me permitió enterarme que a la susodicha le tienen con similar pendiente todos aquellos rubros que considera atentatorios contra la religión, la decencia, el recato y las buenas costumbres, sobre todo ajenas. De modo que no perdió oportunidad no sólo para indagar cómo prepararía yo aquel cuarto y medio de carne, sino para asegurarse de que no se me ocurriera engullírmelo al siguiente día, porque era vigilia y, eso es un pecado tan imperdonable como el adulterio, aunque esté despenalizado.
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