Jalisco
Según yo
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Ocupo hoy este distinguido e inmerecido espacio para hacer público mi agradecimiento al Creador por haberme dotado con un montón de inobjetables gracias para deambular por la vida y navegar en un mundo que, para mi infortunio, no parece tomarlas muy en cuenta, ni me ofrece la posibilidad de que me sean remuneradas con algo más sonante que las porras que nomás yo me echo.
En términos más llanos, soy infinitamente capaz de acometer toda suerte de empresas que no sirven para nada, o que no pasan de ser silvestres cualidades domésticas, a saber: soy buena para tender camas bien lisitas, para mantener una estufa impecable (sobre todo porque rara vez cocino y las enchiladas no figuran en mi repertorio) y para mantener mis pertenencias ordenadas a tal extremo, que soy la primera víctima de mi propia y depurada logística de almacenamiento. Mientras no se trate de planchar, que para eso despliego más reparos que un dictador amenazado con la destitución, suelo ser pomposamente práctica y ferozmente rápida (pero no furiosa), cualidades que me han convertido en una mujer intolerante, impaciente y demandante, pero muy efectiva, qué caray.
No obstante, me entristece caer a la cuenta de que el calibre de mis virtudes es sólo comparable con la magnitud de mis limitaciones que, particularmente en el terreno de la movilidad extrema (eso que llaman deporte), les faltaría evolucionar para considerarse abismales. Traducción: soy una virtual plasta desparramada para todo lo que comprometa el músculo, el esqueleto y el ritmo cardiaco.
A menos que se manifieste desde la perspectiva de una espectadora arrellanada en un sillón frente al televisor, mi inoperancia atlética toma visos dramáticos que me resultan difíciles de remontar. Y ni modo de echarle la culpa a la genética, habida cuenta de que tuve un aguerrido padre que militó profesionalmente en las Chivas tempranas y a quien la muerte sorprendió con los tenis bien puestos y la raqueta en alto. Heredó, además, su furor deportivo a una hermana que no ha escalado el Himalaya por falta de recursos para trasladarse hasta sus faldas y un hermano al que le entraron los años antes de que se le apaciguaran los ímpetus futboleros. Pero, lo que es a mí, no consiguió infundirme ni un tantito de habilidad motriz para desenvolverme con mediana solvencia aunque fuera en el ping pong o el bádminton con gallito.
Advertida de mi paquidérmica condición para un fluido desempeño en canchas, duelas y arcillas, hasta ofensivo me resultó que mi empecinada concuña se mostrara tan decepcionada con mi paupérrimo desempeño como pareja en un partido de frontenis. Con un tobillo torcido, un codo raspado, una raqueta desmadejada y el orgullo malherido, ora sí, asumí para siempre que hay cosas que no se le dan a uno y que mejor ni hacerles la lucha.
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