Jalisco
Según yo
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La piel se me pone de gallina con sólo pensarlo. No quiero ni imaginarme, para no comprometer el chisguete de equilibrio socioafectivo que me queda, el abismo de soledad y hastío en que se convertiría mi existencia, si no figurara yo entre el 29 por ciento de la mexicaniza (según el censo 2010) que tiene computadora y acceso a Internet, porque es la única manera de acceder a ese delirante paraíso de ociosidad culposa que es el Facebook.
No me canso de bendecir la hora en que el geniecillo gringo Mark Zuckerberg discurrió invertir sus noches de febril insomnio en el diseño y montaje del Facebook que, apenas unos años después, comenzó también a apropiarse de las horas de sueño de millones de usuarios, entre los que venturosamente me cuento.
Apenas contengo —y miren que soy de respetable capacidad— la excitación que me provoca estar aquí, ahora, disponiendo de herramientas cibernéticas y perteneciendo a esa red social que me ha arraigado un moderno vicio, a costa de erradicarme las antiguas y desabridas usanzas que consumían mi tiempo libre.
Gracias a Facebook, por hoy vivo conectada con el mundo y desconectada de mi entorno, así que no puedo más que expresar mi gratitud hacia las dinámicas que impone este artilugio porque, por ejemplo, en lugar de sentarme a leer un libro con una placidez que casi raya en la indolencia, ahora nutro mi espíritu con los trascendentes comentarios de amigos y conocidos que con honestidad confiesan que tienen hambre, que no durmieron bien, que ya es viernes, que amanecieron con la resaca a todo lo que da o que, con un ramplón jajajaja, gozosamente me refrendan que el ingenio de Zuckerberg está siendo espléndidamente aprovechado. Y eso, sin contar la generosidad con que nuestros contactos comparten desinteresadamente sus vastas e inapreciables galerías de fotos de sus vástagos, mascotas, amaneceres calmos, atardeceres violentos y flores con las que hacen nuestras delicias visuales, y cuyo interés público es inobjetable.
Por una cantidad de meses que ya ni cuento, merced a algunas de las numerosas jugarretas del FB, me he dado a la virtual y esclavizante, pero fecunda y fascinante tarea de sembrar alcachofas, ordeñar vacas, desplumar pollos, comprar casas, instalar franquicias y acumular ganancias que no me han servido más que para soñarme como granjera o terrateniente, pero me han ayudado a extirparme vicios tan recochinos e improductivos como cocinar por puro placer, tirarme a escuchar música, ver películas y series televisivas a las que les traigo muchas ganas o mantener mis avíos domésticos y personales en el orden que me gusta, para no batallar cuando los requiero.
Bendito FB que me ha traído de regreso a los propietarios de rostros difuminados por la bruma del tiempo y me ha generado los más comprometedores pero picantes malentendidos porque, como bien afirma el póster de la película (Red social) que relata la odisea de esta portentosa invención: “No puedes acceder a medio millón de amigos sin hacerte de unos cuantos enemigos”.
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