Jalisco

La Crónica Negra

“El scarface”, escalada de asesinatos

Once muertes y once tragedias… once historias terminadas y once delitos. Todos y cada uno de ellos cometidos por mandato de un hombre. Un simple mortal que por largo tiempo decidió a quién daba muerte, pero que no ocultaba su identidad bajo el cobijo de la hoz, sino en el anonimato de un sobrenombre que lo marcó como un icono del delito… y todo inició a consecuencia de un fuerte amor fraternal…

Protegido por su modelo a seguir, asombrado de la capacidad destructiva de un ser que arrasa y engulle todo lo que toca, pero que fue creado para un público ávido de violencia en cartelera, Sergio Miguel Reyes Salazar, conocido como “El scarface”, inició una escalada de decesos en su eterna encrucijada por encontrar vivo a su hermano, quien presumiblemente fue “levantado” en Lagos de Moreno en 2008.

El poder adquisitivo de Reyes Salazar, si bien nunca fue comparable con el de un Tony Montana (nombre que protagonizó Al Pacino en la exitosa película “Cara cortada”) ávido de poder, garantizó por largo tiempo el que un séquito de adeptos le jurara fidelidad y le ayudara a eliminar a aquellos que, según el resultado de sus propias “indagatorias”, resultaban culpables, o involucrados en la desaparición de su consanguíneo.

Mientras, la Policía Investigadora seguía pistas de homicidios, de cruentos asesinatos que levantaron uno tras otro expediente y que permanecieron abiertos por largo tiempo. Las pistas, por demás difusas, no acababan de encajar y el eslabón permanecía sin cerrarse.

Impensable como suena, y como si el actuar de la lógica se mofara de la autoridad, ningún operativo de inteligencia fue requerido para completar la investigación de esa cadena de delitos cuya solución se vislumbraba lejana; su autor (material e intelectual) habitaba la finca marcada con los dígitos 1334 de la calle Paseo de Los Tilos, en la colonia Tabachines, de Zapopan.

La extenuante labor de exploración que caracteriza a una corporación cimentada como la fiscalía del Estado, en esa ocasión fue desplazada por el valor y coraje de dos damas que, víctimas de un aprendiz de Al Pacino, aprovecharon su libertad —relativa— y utilizaron una breve salida para comprar los víveres necesarios que su celoso guardián solicitó. Pero en lugar de acatar la orden, detuvieron a una patrulla y, con lágrimas en el rostro, relataron la historia de un encierro obligado, donde la zozobra por convertirse en la víctima número 12 era lo que se respiraba en su ambiente, y no el aire impregnado de sangre y cocaína que en realidad circulaba por el inmueble.

Los tripulantes de aquella unidad oficial dejaron la placa de lado y, a los ojos de las histéricas damas, se ataviaron con la vestimenta de un héroe, de un superhombre anónimo alejado de protagonismos, pues sus nombres nunca fueron mencionados. Nunca pidieron que así fuera… al final, ésa es su labor hacia la sociedad…

Esa noche del 21 de julio, la entrada triunfal de los uniformados zapopanos a la residencia que albergaba a seis víctimas, un captor, su ayudante y una triste historia por detrás, fue la debacle de un —hasta ese momento— misterioso delincuente, que en su discurso inicial hacia los emisarios de la información, declaró que llevaría a sus falsas prometidas a la tierra de Dios, en un viaje sin retorno a “Jerusalén”.

Dos días después, el término constitucional cerraba su ciclo legal y la premura por concluir la investigación de tan singular sujeto ponía en aprietos al fiscal que tomó el caso. Confesar seis homicidios le resultó muy sencillo a Reyes Salazar y el agente investigador de la Procuraduría no quedó convencido con ello, por lo que la determinación de hurgar en la mente del sospechoso con mayor detenimiento se tomó a la brevedad, y “El scarface” fue arraigado.

Eventualmente, el número de decesos atribuidos a una “cara cortada” incrementó, las residencias aseguradas rebasaron las barreras territoriales de la colonia Tabachines y los espacios de tortura y reclusión de las víctimas llegaron a siete. Los vehículos que en algún momento trasladaron a la muerte encarnada en una cicatriz facial sumaron 19 y las armas que acabaron de golpe con la historia vital de los 11 “sospechosos de secuestro” que se cruzaron en el camino de este individuo completaron la decena.

Un mes después de su captura, Sergio Miguel Reyes Salazar pisó el Centro Penitenciario de Puente Grande. Dos juzgados continúan integrando averiguaciones previas en su contra y el tiempo que permanecerá tras las rejas, según lo previsto, podría ser tanto que de la celda en que habita únicamente saldrían sus cenizas.

La cicatriz en el rostro que Sergio Miguel Reyes Salazar comparte con Tony Montana, quizás una obra de la casualidad, o de una desesperada ambición por tener el mismo aspecto que el gángster cubano mostró en 170 minutos de cinta, sería la única coincidencia que posean, pues mientras el destino de este último fue afrontar la muerte de frente y recibirla a manos de un sicario que lo atacó por la espalda, su espejo michoacano podría perecer sofocado por la necesidad de guardar el aire de la libertad en sus pulmones.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando