Jalisco
LA CRÓNICA NEGRA
Por: Isaac de Loza
De ahí que los asesinatos (antes poco comunes y alarmantes; hoy parte del modus vivendi en Jalisco), se efectúen a temprana hora del día, bajo el cobijo de un sol incandescente y frente a la aterrada mirada de un centenar de paseantes que, víctimas de la mala fortuna, acudieron a un sitio destinado como sepulcro del “target”, por obra de la casualidad.
Tal fue el caso ocurrido la tarde del pasado 3 de noviembre en la confluencia de la Avenida Conchitas con la calle Cobre. El escenario, por más difícil que se piense para el actuar de un sicario que lleva su vida en la certeza de los proyectiles próximos a detonar, incluía una vinatería concurrida a toda hora del día, un templo bautista, una plaza comercial y, ni más ni menos que la casa de arraigo de la Procuraduría de Justicia del Estado. Todas las locaciones apostadas a menos de 400 metros del sitio en que se cumplimentó (exitosamente) la “orden”.
Un auto compacto con placas de Baja California Sur, un hombre y una mujer a bordo de él, un momento de calma en el andar de los peatones, que decidieron evitar la Avenida por unos segundos y dar un momento de intimidad a la joven pareja, y dos gatilleros —cuyo objetivo había sido plenamente identificado— integraron la funesta escena. Apenas corrían las 05:40 de la tarde.
Decididos ante una calle relativamente vacía, dos hombres caminaron con paso firme al pequeño estacionamiento de un modesto complejo de departamentos. Ahí, dentro de un Corsa blanco, se encontraba el sujeto que habría de ver su rostro frente al espejo retrovisor por última ocasión.
La estrategia ya la había definido el sentido común. Desafortunadamente había una testigo, una delatora en potencia. Si bien su inocencia en el hecho aún no ha sido oficializada por las autoridades, la presunción inicial de los testigos apunta a que la dama que se hallaba con el hombre ejecutado, fue “víctima de las circunstancias”.
Los tripulantes del compacto, absortos en pensamientos positivos y pláticas de una vida mejor, parlaban sobre un nuevo rumbo a sus existencias en la colonia Lomas de la Victoria. El camión de mudanzas no tardaría en hacer su arribo y el inicio de una emocionante tarde arropando su nuevo hogar en Tlaquepaque daría inicio. Paradójicamente, la Villa Alfarera fue su quimera y, al mismo tiempo, su tumba.
Mientras la imaginación jugaba con sus ilusiones, el destino lo hacía con sus vidas. Los asesinos a sueldo tomaron posición a cada extremo del pequeño automóvil y, sin más en su mente que salvar el pellejo propio, detonaron el gatillo en más de 10 ocasiones. El sonoro grito de la muerte salió expedido por los aires y se incrustó en la humanidad de la pareja, que nunca percibió su presencia. Gustavo Raúl Ramírez Jiménez y Laura Nayelli Álvarez Hernández perecieron en el acto.
“Se fueron en un carro negro”, decían los testigos a las autoridades, quienes tras llegar a la brevedad al sitio de los hechos notaron cómo uno tras otro automóvil oscuro circulaban por las cercanías. Las sirenas y el característico sonido que de ellas emana inundaron el ambiente y los agentes investigadores comenzaron su labor con el pie derecho: el hombre ejecutado contaba con antecedentes penales, la información salió a relucir pocas horas después de su deceso.
Ramírez Jiménez había ingresado al Centro Penitenciario de Puente Grande por un delito contra la salud. Permaneció recluido durante un año con seis meses y su libertad le fue concedida solo cuatro días antes de que los arteros proyectiles le arrebataran la existencia.
Un familiar suyo, que llegó rato más tarde, narró a las autoridades que el finado llevaba a cabo los preparativos para mudarse a un pequeño departamento. La versión fue confirmada momentos después, cuando un camión repleto de muebles llegó. Se había retrasado.
Hasta el momento las indagatorias efectuadas por la fiscalía no han revelado mayores datos; la información que se encuentra en el acta ministerial 1468/2009, ha salido parcialmente a la luz y, hoy por hoy, el doble asesinato se encuentra impune.
Las líneas de investigación, imprecisas por el momento, apuntan a un altercado de Gustavo Raúl en sus días de reclusión. La orden expresa de su homicidio, se presume, fue girada desde Puente Grande. La premisa en dicho mandato: no dejar testigos. Quizás ésa fue la razón por la cual la dama perdió su vida cuando contaba con 19 años.
Rato más tarde, los cadáveres fueron retirados y la información recabada tras los estudios forenses esclareció la crueldad y precisión con la que actuaron los atacantes: el ex presidiario tenía 22 heridas de bala incrustadas en el cuerpo, en tanto que a la mujer se le encontraron 17 (en ambos casos, las lesiones eran de entrada y salida). Al vehículo que abordaban se le apreciaban cinco impactos y se aseguraron 11 casquillos del calibre .9, así como un proyectil deformado y una esquirla.
El móvil continúa bajo investigación, pero el hecho en sí logró alterar el orden que habitualmente imperaba en el sitio más paradójico de la metrópoli, donde un inmueble utilizado para el culto religioso resguarda una vinatería y una finca de aislamiento, que a su vez colinda con una plaza comercial.
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